Edward Herman es profesor emérito de la Universidad de Pensilvania y David Peterson se define como investigador y periodista radicado en Chicago. Los que han leído la obra de Herman, parte de ella en colaboración con Noam Chomsky, sabrán parcialmente lo que se puede esperar de su último libro. Herman y Peterson sostienen que en un mundo controlado por el imperio norteamericano con complicidad de sus intelectuales y medios de comunicación lacayos, el genocidio se ha convertido en un artefacto político en gran medida manipulado por Washington y sus aliados. La afirmación de genocidio se convierte en una excusa para la llamada “intervención humanitaria” que oculta malévolas intenciones imperiales: “El ‘establishment’ occidental se apresuró a proclamar el “genocidio” en Bosnia-Herzegovina, Ruanda, Kosovo y Darfur… Por el contrario, su silencio sobre los crímenes cometidos por sus propios regímenes contra los pueblos del sudeste de Asia, América Central, Oriente Medio y África subsahariana es ensordecedor. Esta es la “política de genocidio”.

Herman y Peterson dan algunos ejemplos que deben ser conocidos por todos aquellos que rechazan la noción de EE.UU. como una fuerza sin igual por el bien en el mundo. El sufrimiento de los iraquíes bajo las sanciones estadounidenses en la década de 1990, el apoyo a la represión de Israel en Gaza y la destrucción del Líbano, su papel en las brutales masacres de guatemaltecos y salvadoreños en la década de 1980, el respaldo para el baño de sangre en Timor Oriental –todas son catástrofes verdaderas, todas son espantosas y todas se han documentado a fondo-. Sin duda, es bueno para las nuevas generaciones que se nos recuerde por estas atrocidades, siempre distorsionadas o ignoradas por los medios de comunicación. Pero no estoy muy seguro de que sea útil explorar estas cuestiones en el marco del genocidio, y es sumamente destructivo que los incidentes incontrovertibles de crímenes estadounidenses, como los anteriores, se incluyan en ficciones extravagantes que han envenenado las mentes de los autores, como se verá a continuación. Personalmente no me lo esperaba de alguien como Edward Herman.

Jugando el paepel de “Experto” en Ruanda

Ciertamente, este pequeño volumen podría considerarse de lectura recomendada. A pesar de su extraños sesgos y excesos en su tesis, es un recordatorio útil de la doble moral estadounidense que no debemos olvidar (particularmente dado el decepcionante historial de la administración Obama). Pero todo esto es un mero preliminar para Herman y Peterson. Su objetivo principal, que no es ninguno de los casos mencionados hasta ahora, se encuentra directamente en el corazón del libro, concretamente en el cuarto capítulo, la sección más larga, cuyo objetivo es mostrar que el genocidio ruandés tutsi de 1994 nunca ocurrió. De hecho “el genocidio” de Ruanda sería una elaborada conspiración americana para “ganar una fuerte presencia militar en África Central, lograr una disminución de la influencia de sus rivales europeos, colocar ejércitos con para servir sus intereses, y tener el acceso a la rica en recursos República Democrática del Congo”. El personaje más odiado de los autores es Paul Kagame, comandante de los rebeldes del Frente Patriótico Ruandés (RPF) durante la guerra civil de 1990-1994 y el genocidio del 94, y presidente del postgenocidio de Ruanda -y principal títere de los Yanquis.

Sí, para culpar al imperio Americano de cada mal que hay sobre la tierra, Herman y Peterson, dos declarados antiimperialistas, se han rebajado al nivel de los negacionistas del genocidio. Y la evidencia que aducen para sostener sus cuentos ilusorios se basa en fundamentos de otros negacionistas, declaraciones de genocidas, mentiras, distorsiones, insinuación e ignorancia supina. En este cuento de hadas digno de los Grimm, todo aquel que contradiga sus fantasías es un títere de America/RPF-Paul Kagame, como la historiadora y activista de los derechos humanos Alison des Forges, el jefe de la misión de militares de Naciones Unidas en Ruanda durante de genocidio, el General Romeo Dallaire, y todas las organizaciones de derechos humanos.

Las principales autoridades sobre quienes los autores se apoyan son un reducido número de negacionistas americanos y canadiense, que beben regocijadamente entre sí el agua pútrida de sus bañeras. Cada uno cita solemnemente los trabajos del otro para documentar sus mentiras -Robin Philpot, Christopher Black, Christian Davenport, Allan Stam, Peter Erlinder. Es como si un negacionista del Holocausto fuese citado como evidencia para apoyar los testimonios de David Irving, David Duke, Robert Faurisson o Ernest Zundel. Pueden estar seguros que Herman y Peterson son ahora citados como fuentes autorizadas sobre el genocidio por Robin Philpot, Christopher Black, Davenport, Stam y Peter Erlinder.

En realidad, sólo son cuatro negacionistas, pero el poder enorme de Internet los hace parecer ubicuos y poderosos. Cualquier búsqueda on-line sobre “el genocidio de Ruanda” les da una infinitamente desproporcionada posición prioritaria. Además de los cinco citados por Herman y Peterson, la galería de negacionistas americanos también incluye a Keith Harmon Snow y Wayne Madsen, quienes se ofenderán amargamente con los autores por haber sido invocados en su libro.

Permítanme hablar un momento sobre Peter Erlinder, ya que ha aparecido en las noticias recientemente. Erlinder está en prisión en Ruanda, imputado, al parecer con gran sorpresa suya, de negación del genocidio. Lamento esta decisión del gobierno de Kagame. Me gustaría que, simplemente, se le hubiera prohibido la entrada cuando se presentó provocativamente como abogado de Victoire Ingabire, un declarado candidato a presidente al que también se acusa de negacionista. Pero, realmente, nadie debería estar sorprendido de su detención -sobre todo el propio Erlinder-. Más de una vez, Erlinder ha reconocido explícitamente que ha transgredido las leyes ruandesas sobre la negación de genocidio, aunque no en su labor como abogado de la defensa en el Tribunal Internacional para los Crímenes de Ruanda (TICR). Por ejemplo, en un artículo de febrero de 2008 titulado “El Encubrimiento del Genocidio”, Erlinder escribe que “conforme a las leyes de Ruanda yo también soy un criminal “negacionista” por escribir este ensayo”. Y en un artículo de mayo de 2008, “La Impunidad de los Vencedores”, conviene que “Conforme a las leyes de Ruanda, he violado la prohibición contra el “negacionismo” por cuestionar la versión de los hechos de Kagame”. Desde luego, él considera injustas las leyes que violó. Sin embargo, decidió entrar en Ruanda consciente de que las había transgredido. ¿Acaso no es eso un desafío? ¿Por qué no lo iban a encerrar cuándo se había confesado culpable?

Pero aquí no terminan sus provocaciones. Erlinder voló a Ruanda el mes de mayo del 2010 directamente desde una conferencia en Bruselas donde llamaba la atención la colección de negacionistas y de acusados genocidas que reunidos allí. Tan extrema era la composición de la conferencia que uno de los líderes mundiales que más odian a Kagame retiró su participación. En efecto, poco después de la conferencia, las autoridades francesas detuvieron a uno de los participantes, el Doctor Eugene Rwamucyo, acusado de participación en el genocidio.

Quizás aún es peor que Erlinder haya distorsionado descaradamente la sentencia del TICR, con la que basa la mayoría de sus ataques a Kagame y compañía. Una sentencia de 2008 dictaminó que no había pruebas suficientes para corroborar que el Coronel Theoneste Bagosora, considerado por muchos como el cerebro del genocidio, había participado en una conspiración para exterminar a todos los tutsis. En una serie de discursos y escritos, incluido uno de sus artículos más conocidos, “Ruanda: No hubo conspiración, no hubo planificación del Genocidio … ¿No hubo Conspiración?” (Jurist, 24 de diciembre de 2008), Erlinder exprimió la resolución todo lo que pudo. El título del artículo lo dice todo, y el signo de interrogación, por supuesto, no existe realmente en su mente. Como dijo poco antes de abandonar Estados Unidos, no existía ninguna conspiración o intención de cometer un genocidio o crímenes contra otros. Si no hubo planificación, no hubo genocidio. ¿Qué podría ser más sencillo? (Una vez arrestado, sin embargo, le resultó mucho más prudente declarar que, de hecho, no negaba el genocidio.)

Sin embargo, en ninguna de sus frecuentes referencias a la presente sentencia, Erlinder ha creído que merecía la pena incluir las siguientes afirmaciones de la sentencia:

  1. “De hecho, estos preparativos [por el acusado] son completamente consistentes con un plan para cometer genocidio.”
  2. “No se puede excluir que la campaña extendida de violencia contra los tutsis, como tal, se convirtió en un añadido o un componente de alteración de estos preparativos.”

Los lectores pueden juzgar por sí mismos si esta falta de honradez intelectual hace de Erlinder un testigo creíble sobre cualquier aspecto de la historia de Ruanda.

Por otra parte, hay otros escritores de Ruanda en quienes Herman y Peterson no confían. Forman un gran número y son totalmente ignorados, excepto Alison Des Forges, quien es pobremente denigrada. De hecho, son la inmensa mayoría los que alguna vez han escrito sobre el genocidio. Se incluyen académicos, activistas de derechos humanos, periodistas que se encontraban en Ruanda durante el genocidio o poco después, y otros cuyo trabajo los llevó muy cerca de los acontecimientos de 1994. Sin excepción, todos y cada uno está de acuerdo en que hubo un genocidio planeado y ejecutado por una camarilla de líderes extremistas hutus contra la minoría tutsi de Ruanda. A excepción de Des Forges y de Linda Melvern, cuya obra indispensable merece una mención especial, ninguno de los autores siguientes es citado por Herman y Peterson:

Alison Des Forges – Linda Melvern – Alex de Waal – Rakiya Omaar – Gerard Prunier – Romeo Dallaire – Peter Uvin – Rene Lemarchand – Scott Straus – Andrew Wallis – Jean Hatzfeld – Samuel Totten – Mahmood Mamdani – Scott Peterson – William Schabas – Timothy Longman – Christian Jennings – Fergal Keane – Howard Adelman – Astri Suhrke – Villia Jefremovas – Michael Barnett – Alain Destexhe – John Berry y Carol Berry – Wendy Whitworth – Allan Thompson – Kingsley Moghalu – Susan Cook – Philip Gourevitch – Carol Rittner – John Roth – Henry Anyidoho – Patrick de Saint-Exupery – Frank Chalk – Bill Berkeley – Colette Braeckman – Jean-Pierre Chrétien – Bruce D. Jones – Hugh McCullum – Ingvar Carlsson – James Smith – Shaharyar Khan – Elizabeth Neuffer – Alan Kuperman

Antes de desestimar a todos estos autores

como instrumentos del imperialismo yanqui, hay que añadir que varios de los más prominentes -Des Forges, Uvin, Prunier, Lemarchand, Kuperman- son (o fueron) feroces críticos del gobierno de Kagame tras el genocidio en Ruanda. Sin embargo, ninguno ha pensado retractarse de su punto de vista original sobre la realidad del genocidio.

Lógicamente, también existen muchos testimonios creíbles, tanto de tutsis que lograron sobrevivieron como de hutus que se han confesado genocidas. Ambos tipos de declaraciones están ahora extensamente disponibles en publicaciones impresas o en internet; los tres volúmenes del periodista francés Jean Hatzfeld son un buen principio. Ni un testimonio o publicación se menciona en “la Política de Genocidio” y, de hecho, todavía no he encontrado un negacionista que tenga el valor de exponer su caso ante una audiencia de sobrevivientes.

El libro tampoco hace una sola mención a los testimonios de los pocos extranjeros que permanecieron en Ruanda durante la totalidad o gran parte de los 100 días:

  • Romeo Dallaire (Misión de Asistencia de las Naciones Unidas para Ruanda, la UNAMIR)
  • James Orbinski (Médicos sin Fronteras)
  • Phillippe Gaillard (Comité Internacional de la Cruz Roja)
  • Carl Wilkens Desarrollo Adventista y el Organismo Internacional de Socorro)
  • Henry Anyidoho (UNAMIR)

Conozco a todos ellos y ninguno tiene la más mínima duda de haber vivido esa experiencia, esto es, que se llevó a cabo un genocidio organizado contra los tutsis. Tres de ellos -Dallaire, Orbinski y Anyidoho- han escrito sobre sus experiencias. Por supuesto, algunas de las fuentes más valiosas de Herman y Peterson, como Robin Philpot, insisten en que el general Dallaire fue también un títere estadounidense. Así que, obviamente, ignoran completamente las opiniones de Dallaire.

Cómo manejan los negacionistas las opiniones contrarias

Hasta su prematura muerte, tal vez Alison Des Forges fue la más destacada estudiosa y activista en el caso de Ruanda. En el libro la desautorizan de la siguiente manera: “[Antes de 1993], des Forges había trabajado para el Departamento de Estado de EE.UU. y el Consejo de Seguridad Nacional”. Nada más se dice para descalificar a des Forges, por lo que debemos concluir que simplemente trabajar para estos organismos demuestra la falta de fiabilidad de sus puntos de vista sobre el genocidio. Que su maestría y su tesis de doctorado las hubiese centrado en la historia de Ruanda, que conocía el país durante los treinta años anteriores al genocidio, que se encontraba entre un pequeño número de extranjeros que hablaban kinyarwanda, que pasó cinco años después de 1994 realizando la investigación de la crisis, que su “Ninguna licencia para contar la historia” es una historia enciclopédica muy respetada del genocidio… todo esto es irrelevante para Herman y Peterson. En su lucha obsesiva contra el americanismo, mancillan alegremente toda la vida de Des Forges: “la carrera de Alison Des Forges se entiende mejor en términos de los servicios que prestó para la proyección del poder estadounidense en África Central, con su trabajo político orientado al manejo de la retórica de los derechos humanos”. En consecuencia, Des Forges informó de forma pésima a una generación entera de eruditos, activistas, e interrumpió la causa de la paz y la justicia. ¿Pero si ella era una leal escritorzuela de Washington, por qué fue una crítica tan desenfrenada de Kagame, el gran aliado de EE.UU.? Evidentemente, esta obvia contradicción no es de ningún interés para Herman y Peterson.

Igualmente desestimado resulta el trabajo de investigación de la Comisión Internacional de 1993 sobre Violaciones de los Derechos Humanos en Ruanda. La investigación reunió a cuatro reconocidas organizaciones de derechos humanos cuya investigación llevó a la conclusión de que el gobierno de Habyarimana se centró deliberadamente en la masacre contra los tutsis, alimentó la retórica extremista anti-tutsi y formó las milicias. Sin embargo, nada de esto lo toman en serio. ¿Por qué? Debido a que, según ellos, la Comisión era poco más que un frente del FPR, “ya sea directamente financiada por el FPR o con infiltrados en ella”. La única fuente de esta acusación tan grave es Robin Philpot, preeminente negacionista canadiense.

¿Es remotamente creíble esta acusación de Philpot? ¿Conoce alguna conspiración secreta que nadie más ha descubierto? Por pura coincidencia, conozco tanto a la persona que inició la Comisión de Investigación, Ed Broadbent, como a uno de sus miembros, William Schabas. (Alison Des Forges era otro miembro, representante de Human Rights Watch) En lugar de desestimar simplemente la acusación de Philpot, pregunté a cada uno de ellos sobre la Comisión. Broadbent, un antiguo líder del Nuevo Partido Demócrata de Canadá, era entonces presidente de Derechos y Democracia, una organización internacional canadiense de derechos humanos independiente financiada por el Gobierno conservador de turno. Le hablé por teléfono. Los rumores de actividades asquerosas en Ruanda lo llevaron al país en 1992, me dijo, y se quedó tan impactado por las pruebas que encontró de violencia y discriminación contra la minoría tutsi, que organizó y sobre todo financió la Comisión Internacional para llevar a cabo su trabajo. Me dijo que es simplemente increíble que alguien pueda denunciar la intromisión del FPR en su labor, ya que no era cierto.

Broadbent pidió a William Schabas, entonces profesor de Derecho en materia de derechos humanos en la Universidad de Québec, que fuera el representante de Derechos y Democracia en esta investigación. Schabas ahora es director del Centro Irlandés de Derechos Humanos de la Universidad Nacional de Irlanda en Galway, donde también ocupa la cátedra de derechos humanos. En un correo electrónico, Schabas me dijo que nunca había estado en Ruanda antes de esta misión y no sabía nada sobre el país. “Ciertamente nunca he detectado ningún sentimiento pro-FPR por parte de Ed … Sí había un miembro que parecía ser simpatizante del Frente Patriótico Ruandés … Pero, muchos otros de la Comisión eran abiertamente críticos, cuando no hostiles, con el FPR”.

¿Se trata tan sólo del típico “él dijo – ellos dijeron”? ¿Considera un lector de mente abierta que las acusaciones de Robin Philpot, un hombre que también cree que el General Dallaire era un títere americano, son tan dignas de consideración como las dos declaraciones de Ed Broadbent y William Schabas? ¿Tanto Broadbent como Schabas, 17 años más tarde, están mintiéndome abiertamente, del mismo modo que los 17 años pasados de la vida de Dallaire son mentira? ¿O más bien podemos ver cómo funcionan los negacionistas? Si encuentras opiniones que contradicen las tuyas, simplemente considéralas instrumentos del Ministerio de Asuntos Exteriores de EE.UU. o del FPR. No necesitas pruebas.

Los horribles Americanos están por todas partes

Continuaré citando a los autores para que quede claro que no he exagerado ni he deformado su surrealista revisión de la historia. El capítulo 4 de su pequeño libro está dedicado a Ruanda y el Congo y sus 18 páginas constituyen, con mucho, su estudio más largo del caso. Empiezan afirmando que “el establishment Occidental se ha tragado una línea de propaganda sobre Ruanda que intercambió al autor por la víctima”. En su historia de Ruanda, no son los extremistas hutus, la Guardia Presidencial, el gobierno post-Habyarimana y la milicia interahamwe “los principales genocidas”, sino el RPF. Para ellos, “los miembros hutus que compartían el poder en el gobierno de Ruanda posiblemente no pudieron haber planificado un genocidio contra los tutsis”. De hecho, el Presidente Habyarimana rechazaba repetidamente, literalmente hasta el final de su vida, poner en práctica el acuerdo de poder compartido dispuesto en los Acuerdos de Arusha. En cualquier caso, por qué los miembros hutus del gobierno “posiblemente no pudieron haber planificado un genocidio contra los tutsis” nunca es ni remotamente explicado.

Siguiente: La invasión de Ruanda por Uganda en 1990 fue realizada no por ruandeses, sino por fuerzas ugandesas bajo el Presidente ugandés Museveni, mientras que el FPR era “un ala del ejército ugandés”. No hay ninguna fuente dada para esta aserción, la cual contradice casi todas las versiones de la invasión.

“Está claro que Museveni y el FPR eran considerados como una parte de los intereses estadounidenses y que el gobierno del Presidente Habyarimana fue el blanco de… El ejército de Uganda y el FPR, que hacían lo que los Estados Unidos querían que se hiciese en Ruanda”. Esta es la tesis central del capítulo entero sobre Ruanda, pero la única fuente que en realidad “considera” estos asuntos de esta manera parece ser Robin Philpot, el canadiense que niega el genocidio, ya que es la única fuente que ofrecen para esta categórica afirmación. Que yo sepa, ningún otro historiador del genocidio hace esta afirmación ni existen pruebas para ello.

Teniendo en mente el libro seminal de Linda Melvern “Conspiracy to Murder”, los autores nos ofrecen “una conspiración del FPR” para derrocar el gobierno hutu y hacerse con el Estado. Una de sus fuentes, Christopher Black, considera a Melvern como parte de “la maquinaria de propaganda del FPR-EE.UU”, por lo que también puede ser rechazada. Pero entonces ¿por qué el Tribunal Internacional Criminal para Ruanda, se preguntan, “nunca se ha dedicado a la cuestión de esta conspiración?”. Esta es una pregunta razonable; yo mismo me pregunté sobre ello. Aquí está su respuesta: “Esto, creemos, emana de los EEUU y de su aliado el FPR, reflejado en la cobertura de los medios de comunicación, los intelectuales humanitarios y el activismo de organizaciones no gubernamentales, así como de la jurisprudencia del TICR”. En otras palabras, una gigante conspiración liderada por EE.UU estaría detrás de todo esto.

Dupes y muchos otros escritores creen, como yo, que los EE.UU. y sus aliados traicionaron a Ruanda, al negarse a reforzar la misión militar de la ONU, como el general Dallaire suplicó que hicieran. Testigos presenciales en Ruanda creen que asistieron por sí mismos a lo que se estaba desarrollando. Los medios de comunicación tienen un papel lamentable en el primer mes del genocidio, confundiendo un exterminio planificado con el enfoque racista del “salvajismo primitivo de África”. Y durante 15 años, los diferentes jueces del Tribunal de todo el mundo, pretendieron basar sus conclusiones en evidencias legales. Sin embargo, en realidad, durante este tiempo todo el mundo estaba siendo manipulado sutilmente por los Estados Unidos. De hecho, la manipulación fue tan sutil que diabólicamente Washington no dejó ninguna prueba de ello. Por otra parte, todos los miembros principales de la administración Clinton, incluyendo el propio presidente, Hillary Clinton y Madeleine Albright, después de su período como embajadora en la ONU como Secretaria de Estado de Clinton, se han avergonzado, y han admitido el abandono de los tutsis. Todos ellos afirman que su mayor remordimiento es lo inconcebiblemente hipócritas que fueron.

Herman y Peterson insisten en su acusación: “Paul Kagame y el FPR eran criaturas del poder de EE.UU. desde sus orígenes en Uganda en la década de 1980. Tienen la prueba indiscutible. Por Allan Stam, “un estudioso de Ruanda que una vez fue con las Fuerzas Especiales del Ejército de EE.UU.,” se enteran de que Kagame “había pasado algún tiempo en Fort Leavenworth … no mucho antes del genocidio de 1994”. Fort Leavenworth, explica Stam, es el centro militar de EE.UU donde las futuras estrellas y otros acuden a obtener formación… Adiestramiento en la planificación de operaciones a gran escala. No en la planificación de la logística a pequeña escala. No en táctica. Se trata de cómo se planea una invasión. Y al parecer [Kagame] lo hizo muy bien.

Este crucial párrafo merece un pequeño análisis. Para comenzar, no es absolutamente ningún secreto que Kagame estuvo brevemente en Fort Leavenworth, aunque Stam no mencione cuán breve fue su permanencia. El mismo Kagame nunca lo ha ocultado. Debe señalarse también que la credibilidad de Allan Stam está basada en dos factores. Primero, que sea “un estudioso de Ruanda”, por que, que yo sepa, ningún especialista ha mencionado antes su trabajo. Segundo, que “una vez sirvió en las Fuerzas Especiales del Ejército de los EEUU”. Por lo visto, este servicio le da una perspectiva especial de cómo trabaja el ejército norteamericano. Aun así, no aporta ni un detalle específico sobre las pocas semanas de Kagame en Fort Leavenworth que lo vinculen al interés americano y a la planificación del genocidio de Ruanda, y nunca nadie lo ha documentado. Y puesto que miles de oficiales de naciones de todo el mundo han pasado por Fort Leavenworth, podríamos pensar que las miles de invasiones a gran escala que orquestarían al volver a casa serían mejor conocidas de lo que lo son.

Los curiosos procesos de pensamiento de Stam son expuestos otra vez, gracias a otra cita de Herman y Peterson. Hacia 1994, Stam escribió que “el plan sofisticado de Kagame para tomar el poder en Ruanda…se parece asombrosamente a la invasión de Irak en 1991 por Estados Unidos”. Quizás sea un defecto mío, pero no tengo ni idea de lo que quiere decir esto.

Los genocidas Hutus se convierten en víctimas de los muertos Hutus

Herman y Peterson retoman su viejo argumento y concluyen que todas las verdades fundamentales comunmente aceptadas sobre los 100 días del genocidio son completamente erróneas. De hecho, este genocidio no fue en absoluto contra los tutsis, aunque fueron asesinados entre un mínimo de 500.000/600.000 y no menos de un millón de tutsis desarmados, junto con muchos hutus que no cooperaron en la conspiración genocida de los extremistas. Al contrario. Estos negacionistas citan la sensacional estimación de Christian Davenport y Allan Stam según la cual, entre abril y julio de 1994 hubo un millón de muertes, y que “la mayoría de víctimas son probables hutus y no tutsis”. Que la metodología empleada para llegar a una aserción tan orwelliana haya sido totalmente desacreditada no es de ningún interés para nuestros autores y nunca lo mencionan.

En efecto, un millón de muertos, sobre todo hutus, todavía no es suficiente para ellos. Apelan a “un número de observadores así como de participantes en los acontecimientos de 1994 que aseguran que la gran mayoría de muertes fueron hutus, con algunas estimaciones tan altas como dos millones”. Con Herman y Peterson, siempre tenemos que mirar la cartera. Comprobando la referencia para esta declaración, bastante extravagante, encontramos que la cifra viene de “un antiguo oficial militar del FPR llamado Christophe Hakizimana” en una carta a la Comisión de Investigación del Genocidio de Naciones Unidas fechada en 1999. Pero aquella Comisión, presidida por el antiguo primer ministro sueco Ingvar Carlsson, no tenía la más leve duda de que el genocidio contra los tutsis había ocurrido. Asimismo, en el informe se critica severamente a EEUU y sus aliados por no haber hecho nada para evitarlo.

Así pues, ¿cómo se enteraron nuestros autores de esto? “Nos basamos en las comunicaciones personales con el abogado de derecho penal internacional Christopher Black, de Toronto.” En este momento no sorprenderá a los lectores enterarse de que Christopher Black destaca entre el pequeño grupo de negacionistas que se citan unos a otros con tanta fidelidad y que son las únicas fuentes de Herman y Peterson en el capítulo 4. Incluso entre los lunáticos negacionistas, Black habita un universo propio. Para él, no sólo el genocidio tutsi es un “mito”, no sólo Francia no tienen nada que ver con eso, no sólo asegura que el FPR “masacró en todo el país a cientos de miles de hutus y algunos tutsis considerados como no fiables“, sinó que, además, afirma que antes de 1994 no existía ningún problema étnico en Ruanda. Para Black se trataba de “un país semi-socialista considerado un modelo para África“. Para verlo en perspectiva, cabe señalar que este “especialista” visitó Corea del Norte en 2003 y lo describió como “un país progresista, socialista, que merece el apoyo de todos los pueblos progresistas del mundo”. Black también considera completamente inocente a Slobodan Milosevic de los cargos que pesan sobre él y cree que trabajó sistemáticamente para crear una sociedad multiétnica en Yugoslavia durante su gobierno.

¿Hace falta añadir algo más? En la larga lista de autores de referencia antes citada no menciono ni a Christophe Hakizimana ni a Christopher Black. Sin embargo, son las dos fuentes de Herman y Peterson para llegar a esta sorprendente afirmación: “Varios observadores, así como algunos participantes en los acontecimientos de 1994, afirman que la gran mayoría de los muertos fueron hutus, con algunas estimaciones de hasta dos millones.”

Los autores se limitan a denegar de plano unos hechos ampliamente aceptados sobre el genocidio: “El relato oficial de 800.000 muertes, o más, en su mayoría tutsis como resultado de un genocidio preprogramado cometido por el Poder Hutu parece no tener fundamento más allá de las primeras afirmaciones del FPR de Kagame y las motivaciones políticas de sus propagandistas y patrocinadores occidentales”. Con esta sola frase, y sin más explicaciones de ningún tipo, la cuestión del número de tutsis asesinados queda zanjada.

Pero hay mucho más acerca de los asesinados hutus. No es ninguna sorpresa para los autores que el FPR matara a tanta gente. Al fin y al cabo, “el FPR era el único ejército bien organizado para los asesinatos de Ruanda en 1994… Es evidente que la responsabilidad principal de la violencia política en Ruanda pertenece al FPR, y no a la coalición de gobierno derrocado, las FAR [el ejército de Ruanda] o cualquier grupo hutu relacionado”. Ni siquiera los interahamwe, al parecer un producto de la imaginación de la gente. Ni las listas negras del Hutu Power y Zero Network, que muchos diplomáticos realmente vieron. Ni las amenazas explícitas de odio de la radio pública RTLM y la revista Kangura contra los tutsis. En el informe que escribí para el Grupo Internacional de Personas Eminentes nombrado por la Organización de la Unidad Africana para investigar el genocidio, encontramos el noveno capítulo titulado “La víspera del genocidio: ¿Qué sabía el mundo”. El informe, publicado en el año 2000 y llamado “Ruanda: el genocidio evitable”, está disponible en internet (www.aegistrust.org/images/stories/oaureport.pdf), y los lectores puedan acceder a él en su totalidad, como de hecho podrían haberlo hecho Herman y Peterson.

Este capítulo 9 del informe incluye (entre muchas otras cosas) el notorio documento racista de 1990 “Diez Mandamientos de los hutus”; el dramático aumento del presupuesto militar de Habyarimana; la formación de los extremistas del CDR, el partido radical Hutu; el inicio de la formación militar de las juventudes de ambos partidos de Habyarimana (los interahamwe) y el CDR; el discurso de Leon Mugesera incitando a la aniquilación de los tutsis; el repudio de Habyarimana y muchos de sus funcionarios y agentes al acuerdo de paz de Arusha; el odio abierto de la emisora de radio RTLM a mediados de 1993, financiado por el círculo más próximo a Habyarimana; el informe de la inteligencia belga de que, a finales de 1993, “los interahamwe están armados hasta los dientes y en alerta… cada uno de ellos tiene munición, granadas, minas y cuchillos. Están esperando el momento adecuado para actuar “; el “fax del genocidio” de Dallaire del 11 de enero de 1994; el flujo constante de nuevas armas a Habyarimana desde Francia o de Sudáfrica y Egipto pagadas por Francia; la difusión del RTLM en Match 1, según lo informado por el embajador belga en Kigali, de “declaraciones incendiarias llamando al odio para el exterminio de los tutsis”; la declaración de finales de marzo del oficial encargado de la inteligencia para el ejército de Ruanda por la que “si Arusha se ponía en práctica, ellos [el ejército de Ruanda] estaban dispuestos a liquidar a los tutsis “; las varias declaraciones de RTLM y Kangura en los últimos días de marzo y principios de abril advirtiendo que algo importante y dramático iba a suceder en los próximos días; la amenaza pública pronunciada el 4 de abril, dos días antes de que comenzara el genocidio, por el coronel Théoneste Bagosora, considerado el cabecilla de los conspiradores extremistas hutus, donde dijo: “La única solución plausible para Ruanda parece ser el exterminio de los tutsis”.

¿Pueden ser todos estos puntos bien documentados un componente de la conspiración americana que estaba detrás del FPR de Kagame? No se moleste en preguntar a Herman y Peterson; ellos ni de lejos tratan de explicarlo. Simplemente omiten cientos de pruebas que apuntan a un complot de los extremistas hutus para aniquilar a los tutsis del país.

En cambio, sí se detienen en analizar los crímenes del FPR. A pesar de las imprudentes cifras vertidas de alrededor de un millón o incluso dos millones de hutus asesinados, las cantidades que parecen tomar más en serio van de los 25.000 a 45.000 hutus masacrados de abril a julio de 1994. Como prueba, citan la investigación conducida por Robert Gersony para el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados. Si bien el informe de Gersony desapareció misteriosamente, tanto UNHCR como el Ministerio de Asuntos Exteriores de EEUU parece haber encontrado creíbles estas cifras.

Herman y Peterson se refieren al informe de Gersony como “un importante conjunto de investigación aunque suprimida”. Tal vez esto refleja el problema de leer sólo a otros negacionistas. Sin embargo, véase el capítulo 22 de “Ruanda: El Genocidio Evitable”, el citado informe de la OUA, titulado “el RPF y los Derechos humanos”. Aquí se advierte de que mientras el informe de Gersony pareció fallar, Alison Des Forges de Human Rights Watch había destapado notas confidenciales basadas en reuniones informativas de Gersony y sus colegas. En la página 253, se describe supuestamente “la investigación suprimida”: Gersony estimó que durante los meses de abril a agosto, el FPR mató entre 25.000 y 45.000 personas”.

Después de repasar todas las pruebas que pudimos, el grupo aprobó el párrafo siguiente: “Nuestra propia conclusión, basada en pruebas disponibles, es que consideramos poco realista negar la responsabilidad del FPR en los serios abusos de los derechos humanos durante los meses del genocidio y después de este. Eran soldados en medio de una cruel guerra civil infinitamente más virulenta que el genocidio dirigido por sus enemigos contra su grupo… Algunos habían perdido la familia y buscaban venganza agresivamente. Pero ninguno de estos factores perdona los excesos de los cuales el FPR es culpable”.

De hecho, la supuesta investigación suprimida por Gersony ha sido conocida durante estos años. Pero el grupo también sabía esto: el genocidio contra los tutsis fue demostrado más allá de cualquier pregunta, y mientras 25.000-45.000 muertes son un número enorme y espantoso, palidecen al lado del genocidio que estaba siendo ejecutado al mismo tiempo. Como se ha apuntado antes, la estimación más baja dada por los analistas serios sobre los tutsis asesinados durante los 100 días es entre 500.000 y 600.000; algunos lo cifran a cerca de un millón.

Además, el motivo de calificar de “genocidio” la catástrofe se debe a que se ajusta a la definición que acuñó la Convención sobre la Prevención y el Castigo del Crimen de Genocidio de Naciones Unidas en 1948: “actos comprometidos con intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”. Esto es lo que distingue cualitativamente la sistemática campaña organizada y conducida por una conspiración de extremistas hutus pertenecientes al gobierno de los militares, de las terribles matanzas militares del FPR. Por eso el ICTR consideró dar prioridad a la acusación de genocidio más que acusar a los soldados del FPR. Esta es la distinción bien entendida entre los Nazis y quienes bombardearon Dresde y Hamburgo. Todos son crímenes horrorosos. Pero el genocidio es, en nuestro mundo, el crimen de los crímenes, y éste ocupa el primer lugar.

Aspectos finales de la gran conspiración Americana en Ruanda

Finalmente, quisiera referirme sólo a dos puntos restantes, que son parte integrante del del libro negacionista que nos ocupa. Casi todos los autores conocidos sobre el genocidio acusan a la comunidad internacional, encabezada por Estados Unidos, por negarse a intervenir y detener las masacres de los tutsis. El libro de Richard Barnett “Testigo ocular de un genocidio”, por ejemplo, describe su último año como empleado en la Misión de EE.UU. ante la ONU -que fue en 1994-, donde contempló como EE.UU. y la ONU optaron por abandonar a los tutsis a su destino inexorable. Samantha Power halló un gran número de asesores de alto nivel del presidente Clinton que, con remordimientos, le explicaron por qué no respondieron con refuerzos a los gritos urgentes del General Dallaire. Madeleine Albright, embajadora de Clinton ante la ONU, pidió disculpas abyectamente por su papel en la dirección del Consejo de Seguridad por su responsabilidad al diezmar la misión militar de Dallaire, y declaró entre bastidores que intentó conseguir un cambio de posición de la Casa Blanca. Los miembros no permanentes del Consejo de Seguridad denunciaron, más tarde, que se mantuviera oculta la situación real de Ruanda, por lo cual se resistieron a la intervención, incluyendo el Secretario General de las Naciones Unidas Boutros Ghali. Todo esto es de sobras conocido.

Pero aquí está lo que Herman y Peterson tienen que decir: “Lo que Estados Unidos y sus aliados occidentales (Gran Bretaña, Canadá y Bélgica) realmente hicieron fue patrocinar el adiestramiento de Kagame en EE.UU, apoyar su invasión de Uganda y las limpiezas étnicas masivas anteriores a abril de 1994, debilitar el estado ruandés forzando una recesión económica y favoreciendo la penetración del FPR en el gobierno y en todo el país, y luego exigir la retirada completa de las tropas de Naciones Unidas porque no querían que éstas se interpusieran en el camino de la conquista de Kagame, aun cuando las autoridades hutus de Ruanda impulsaban el envío de más tropas de Naciones Unidas”.

La nota final de este dramático párrafo da como fuente al embajador de Ruanda en la ONU Jean-Bizimana Damasceno. Se supone, sin embargo, que sólo la última parte de la frase proviene de Bizimana. Bizimana había sido nombrado por el presidente Habyarimana. Cuando el avión del presidente fue derribado el 6 de abril, se formó un gobierno provisional de extremistas hutus bajo Théoneste Bagosora. Bizimana permaneció en su puesto. Una de las animaladas más alucinantes de la historia del genocidio, dice que lo de 1994 ocurrió para que Ruanda ocupase un puesto en el Consejo de Seguridad. Así Bizimana terminó representando a un gobierno genocida en el Consejo a lo largo de todo el genocidio. Poco después del accidente de avión y del inicio del genocidio, Bizimana informó a sus compañeros del Consejo de Seguridad que los militares de Ruanda y su pueblo habían “reaccionado de forma espontánea y estaban atacando a los sospechosos de ser responsables del asesinato de su presidente”. Los compañeros de Bizimana comprendieron eventualmente la obscenidad de tener un portavoz del régimen genocida sentado entre ellos, pero como dijo Linda Melvern al embajador británico, no existía un procedimiento para deshacerse de él.

El accidente de avión del 6 de abril, como es totalmente previsible, ocupa un lugar destacado en la versión orwelliana de Ruanda de Peterson y Herman. El avión, un regalo del presidente francés Mitterrand a Habyarimana, traía de Dar es Salaam a Kigali no sólo a Habyarimana, sino también al Presidente de Burundi. Ambos murieron, junto con todos los demás que iban a bordo. Por lo que hemos visto es un truco típico de los autores señalar que “también ha sido importante suprimir el hecho de que el primer presidente Hutu de Burundi, Melchior Ndadaye, fue asesinado por oficiales tutsis de su ejército en octubre de 1993”. Es verdad que este asesinato ocurrió; que alguien ha tratado de suprimirlo es ridículo. ¿Por qué Herman y Peterson insisten en que es incomprensible?. Este incidente está incluido en mi propio informe, “Ruanda: el genocidio evitable”, en el libro de René Lemarchand de Ruanda “El siglo del genocidio”, en el de Gerard Prunier “La crisis de Ruanda: Historia de un Genocidio “, en el de Stephen Kinzer “Las mil colinas”, y en el de Linda Melvern “Un Pueblo traicionado”, por mencionar unos pocos volúmenes escogidos al azar. Lejos de ser suprimido, prácticamente todo el mundo que escribe sobre Ruanda reconoce el gran impulso dado a los defensores del poder hutu en Ruanda por la muerte prematura de Ndadaye.

Herman y Peterson no tienen dudas de que el FPR derribó el avión de Habyarimana. De hecho van más allá y añaden que “Estados Unidos y sus aliados cercanos… muy posiblemente ayudaron a los asesinos en el derribo del avión”. La única fuente para esta “muy posible” acusación es el amigo Robin Philpot. En cuanto al propio accidente, los autores invocan a figuras tan familiares como Michael Hourigan y Jean-Louis Bruguiere. Hourigan es un investigador del ICT, el cual encontró algunos soldados descontentos del FPR que acusaron al FPR y a Kagame de ser responsables del accidente. Bruguiere es un magistrado francés que utilizó algunos de los mismos informantes que Hourigan, así como a los testimonios de los genocidas acusados detenidos en Arusha, Tanzania, a quienes se tomó la molestia de visitar (aunque él nunca fue a Ruanda o habló con un simple oficial del FPR). Él también concluyó que el FPR y Kagame eran culpables. Por desgracia para ambos, su caso se vino abajo cuando varios informantes clave se retractaron de todo su testimonio, declarando que nunca habían dicho nada parecido a las palabras por las que fueron citados. Esto es de dominio público, pero los autores ni siquiera insinuan que la base de las conclusiones de Bruguiere se ha visto considerablemente cuestionada.

Para la mayoría de los que hemos estudiado el genocidio, siempre pareció más plausible que los extremistas hutus, y no el RPF, fueron los responsables de derribar el avión presidencial. Pero la prueba nunca ha estado disponible y la cuestión permanecie entre interrogantes, convirtiéndose en uno de los grandes misterios no resueltos de nuestro tiempo. Al principio de este año 2010, sin embargo, apareció un nuevo informe elaborado por un Comité Independiente de Expertos designados por el gobierno de Ruanda, con el título explícito de Informe de la Investigación de las Causas, Circunstancias y Responsabilidad del Ataque del 06/04/1994 contra el avión presidencial ruandés Halcón 50, número de matrícula 9xR-NN. A la cabeza de un comité de siete personas estaba el Doctor Jean Mutsinzi, antiguo miembro del Tribunal Supremo de Justicia de Ruanda, ahora juez del Tribunal africano de los Derechos Humanos y de los Pueblos. El Informe de Mutsinzi está disponible en mutsinzireport.com, y mi revisión del informe puede encontrarse enPambazuka News 466, January 21, 2010.

Mientras mi revisión lamentó que el gobierno ruandés no hubiera solicitado que tuviera lugar una investigación independiente, y mientras el Comité tenía obvios sesgos a favor del FPR, sin embargo encontré su exhaustivo informe sumamente convincente. Allí también se incluye un informe de balística del equipo de la Academia de Defensa del Reino Unido de la Universidad Cranfield, que apoya sus conclusiones. El informe demuestra por qué el FPR no pudo estar en una posición correcta para lanzar los misiles fatales, mientras que miembros del ejército ruandés y de la Guardia Presidencial tenían la capacidad, el medio y la voluntad para hacerlo.

El informe también documenta el único motivo lógico para el ataque, algo que muchos otros estudiosos ya habían anticipado. En el último día de la reunión de presidentes regionales que participaron en Dar es Salaam, celebrada el 6 de abril, Habyarimana anunció lo que acababa de explicar a sus propios asesores. Después de un bloqueo de meses (un hecho que Herman y Peterson no parecen comprender en absoluto), estaba finalmente dispuesto a aplicar los Acuerdos de Arusha. Eso significaba un reparto del poder en el gobierno y la plena integración del ejército ruandés y del FPR. Las consecuencias personales para muchos oficiales militares del gobierno hutu serían desastrosas. Éstos habían jurado, privada y públicamente, que sólo aceptarían Arusha sobre sus cadáveres, y habían presionado a Habyarimana para que no sucumbiera a factores externos para su puesta en marcha. Al final, sin embargo, el presidente decidió que no tenía más remedio que cumplir el acuerdo, y los extremistas decidieron anular Arusha sobre el cadáver de su presidente.

Cualquier persona razonable abierta a las pruebas, incluyendo la motivación probable para el hecho, encontrará creíble el Informe de Mutsinzi. Pero no esperaré ni un segundo a que los señores Peterson o Herman o Black o Erlinder o Stam o Davenport o Philpot acepten una sola palabra del mismo. Tampoco espero que estén de acuerdo con una sola palabra de esta reseña, pues se encuentran más allá de las pruebas, de la razón y del sentido común. Viven en un universo diferente de testimonios y pruebas, suficiente para autoconvencerse de que el mundo ha hecho mucho daño a Ruanda y sólo ellos están en lo cierto.

La tragedia del Ati-Imperialismo Americano

Edward Herman y David Peterson han escrito un libro muy corto, pero no lo suficientemente. Éste nunca debería haber visto la luz.

Es una vergüenza para los dos autores americanos, su editor Monthly Review, y todos los que les han proporcionado una entusiasta propaganda, muchos de ellos personalidades destacadas en los círculos progresistas -Noam Chomsky, John Pilger, Norman Salomon, David Barsamian-. Si esto es en lo que ha degenerado el marxismo anglo-americano o el socialismo o el antiimperialismo, nos podemos tapar la cara de vergüenza ante el futuro de la izquierda.

Por qué un hombre de izquierdas antiimperialista de toda la vida como Herman (y por lo visto Peterson) quiere exculpar a los serbios de Bosnia, Croacia y Serbia de crímenes contra la humanidad, está fuera de mi entendimiento. ¿Por qué no habría bastado con señalar que los crímenes espantosos fueron cometidos por ambas partes, y que los serbios eran una de aquellas partes? La única razón concebible parece ser que EE.UU. y sus aliados seleccionaron a los serbios para el ataque, lo cual inmediatamente los convierte en las verdaderas víctimas. En consecuencia, Christopher Black, aliado de los autores, ve perversamente a Milosevic como una figura heroica.

Como ya hemos visto, la hipérbole y la tendenciosidad son herramientas apreciadas por los autores, y no sólo en lo que respecta a Ruanda. “Los principales expertos en genocidio y crímenes de atrocidad masiva de la actualidad”, afirman, “aún se cuidan de excluir de sus consideraciones los ataques EE.UU. en Indochina, así como las masacres en Indonesia de 1965-1966 en el interior de ese país.”

En primer lugar, destaca de esta sentencia cómo suman los “crímenes de atrocidad masiva” a los crímenes genocidas. De hecho, en muchos círculos, sin duda está ampliamente aceptada la culpabilidad de los EE.UU. de atrocidades espantosas en sus agresiones contra Viet Nam, Laos y Camboya. En cuanto a la “exclusión de la consideración” de las matanzas de Indonesia, el capítulo 7 del popular volumen de Totten y Parson “ Un siglo de genocidio”, se titula “Las Masacres de Indonesia”.

Otros dos ejemplos similares. En la línea de la conspiración, argumentan que la crisis de Darfur fue exagerada para distraer la atención del verdadero interés americano en África: los recursos minerales de Congo. Por qué ambos no eran dignos de atención, se me escapa. Sin embargo, ellos insisten en que los activistas solidarios con Darfur lograron convertir deshonestamente Darfur en “el genocidio inadvertido”, aunque muchos, incluyéndome a mi, creemos que esta ha sido la crisis internacional más publicitada en décadas. Aseguran que es la calamidad del Este del Congo la que ha sido “verdaderamente ignorada“, aun cuando numerosos famosos, incluyendo el dramaturgo Eve Ensler (“Los Monólogos de la Vagina”), el actor Ben Affleck (al menos cuatro veces), el Secretario General de Naciones Unidas Ban Ki-moon y el Ministro de Asuntos Exteriores Hillary Clinton hayan hecho visitas prominentes a los Kivus. Cuando el Ministro de Asuntos Exteriores de EEUU visita una pequeña provincia del Este del Congo, todo el mundo sabe que eso es justamente lo contrario a ser ignorado.

Muchos de los negacionistas de Ruanda hacen alarde de sus credenciales de izquierdas. Como este ensayo aclara, les guía su antiamericanismo. Coincido seguramente en que todo progresista debe ser necesariamente antiamericano en un grado u otro. Pero esta pequeña banda ha llegado al límite. Como Peter Erlinder escribió una vez, América es “el Imperio más peligroso que el mundo haya visto nunca”. Todo el mal debe ser responsabilidad de América. No hay espacio para que otros compartan responsabilidad, aunque la complicidad del gobierno francés en el genocidio ruandés, por ejemplo, haya sido definitivamente documentada e, incluso ahora, implícitamente aceptada por el Presidente Sarkozy y su Ministro de Asuntos Exteriores Bernard Kouchner.

Desconozco por qué los negacionistas se muestran tan convencidos, tan apasionados, tan intransigentes, tan absolutamente acertados, tan satisfechos de pertenecer a una diminuta minoría de excéntricos. Es imposible comprender por qué quieren crear semejante daño gratuito, casi sádico, a los sobrevivientes del genocidio en Ruanda. Pero, al fin y al cabo, las furias que conducen sus obsesiones son irrelevantes. Sus atroces punto de vista -no las causas- es lo que les importa. Y sus opiniones los relegan directamente a la categoría de fanáticos.

Gerald Kaplan es doctor en Historia Africana. Recientemente acaba de publicar The Betrayal of Africa. El libro reseñado es Edward S. Herman and David Peterson, ’The Politics of Genocide’, Monthly Review Press, New York, 2010, 112 pages plus endnotes and index, ISBN: 978-1-58367-212-9. Este artículo apareció en Pambazula News el 17 de junio de 2010.

Por Gerald Kaplan – Africaneando.org