Núñez de Balboa, como todos ustedes saben, fue un descubridor, conquistador y adelantado extremeño al servicio, primero del regente Fernando de Aragón, y más tarde de su hija, Juana I de Castilla. Cuenta la Historia que fue el primer europeo en divisar el Océano Pacífico, aunque él lo bautizó como el Mar del Sur. El hombre era pobre, tanto, que para huir de sus acreedores se escondió como polizón en un barril de la expedición del entonces alcalde mayor de Nueva Andalucía, Martín Fernández de Enciso. Cuenta la historia, esta vez con minúsculas por anecdótica, que llevó consigo a su perro Leoncico, que se suponía era  hijo de un  can de Juan Ponce de León. Allí empezó su aventura, que terminaría con su ejecución, motivada por envidias e intereses políticos.

La calle que lleva su nombre en el barrio de Salamanca es donde se ha iniciado una revuelta para protestar contra el gobierno. Cada día, un centenar de vecinos – y siguen creciendo – salen a manifestarse. Para llamar la atención a sus protestas se saltan el confinamiento y acarrean sus relucientes cacerolas para golpearlas con ahínco. Algunas damas llevan a la manifestación a su perrito faldero y lamedor, tal vez descendiente de aquel Leoncito pobre como su dueño. Hombres y mujeres se cubren los hombros con la bandera rojigualda, algunos enseñan ostentosamente el aguilucho franquista a quién quiera verlo. Los más osados hacen el saludo fascista. Son tonterías y casualidades. No les pregunten el porqué, parce que no esté claro. ¿O sí? Y sean estrategias y causalidades y ese gesto fascista les delate. Son los polizontes del desacato desesperado. Es curioso que los que no creen en las libertades las exijan. Su eslogan favorito es el de ¡Gobierno asesino!, ellas y ellos que apoyan a los partidos de los recortes.

Pero la calle de Núñez de Balboa es solo el epicentro y estas acciones empiezan a repetirse en diversos lugares del País. Ayer mismo, la sede del PSOE en Calatayud apareció con la consabida pintada de ¡Asesinos! y el yugo y las flechas fascistas. Al parecer los muertos del coronavirus son propiedad de ellos, de los de siempre, los que viven en calles de nombres que no saben quiénes eran. Los que pretenden acorralar a un gobierno, que bastante acorralado está con una pandemia global, saltándose el confinamiento y la vergüenza. No son solo pijos o vecinos del barrio, son otro tipo de virus social, que no se cuece en las cacerolas.

Es tanta la rabia, tantas las ganas de regresar a un pasado feroz, que Isabel Díaz Ayuso hizo una seria advertencia al Gobierno: “Esperen a que la gente salga a la calle tan pronto acabe el confinamiento, porque lo de Núñez de Balboa les va a parecer una broma”. Ahora, en bien de la justicia, tiene que aclarar si cuando dice “lo de Núñez de Balboa” se refiere a estas manifestaciones de saludos fascistas, perritos y cacerolas o a cómo terminó el descubridor español.

Aunque conociendo el percal, los títulos académicos y los master de esta gente, espero y deseo que no se refiera al triste final del extremeño. La verdad es que, en cuanto a nombres de calles, cuando les quitas las dedicadas al dictador, a Primo de Rivera y a Millán Astray, las demás les suenan a lejanos descubridores, inventores, cineastas, pintores y poetas… y en eso no son nada duchos.