Nadie como él sabía reflejar la realidad del campo y sus pueblos, ya fuera a través se sus novelas o sus múltiples libros de caza, toda una lección sobre naturaleza para tantos naturalistas de asfalto que hoy se permiten dar lecciones a las gentes curtidas por el sol y la helada de la era y el pinar.

De forma descarnada, como buen castellano, y precisa, como buen periodista, mostraba un mundo rural más allá de los tópicos urbanitas, con su sabiduría, su raigambre, su dureza y, por qué no, sus ataduras y su crueldad.

Leer a Delibes es conocer la vida en el campo, un campo que, por otro lado, queda lejos de ideas preconcebidas sobre su incultura o su antiintelectualismo.

Decir que en el medio rural se lee poco no sería ninguna falacia, como tampoco lo es afirmarlo de la ciudad. Eso sí, mientras en la urbe encontramos cantidad de propuestas culturales, tan interesantes como minoritarias en cuanto a público, no es raro toparse en nuestros pueblos con valientes iniciativas que, por su carácter atípico, disfrutan de un respaldo popular proporcionalmente mucho mayor al que gozan en los grandes núcleos de población.

Proyectos como El Huerto del Tertuliano en Fuente Olmedo, Los Conciertos de la Estufa en Portillo o la Asociación Cultural El Barral de Aldea de San Miguel, todas ellas en la provincia de Valladolid, son buenos ejemplos, pero no los únicos. Esta última, que tuvo a bien invitarme a celebrar con sus miembros el Día del Libro, es la prueba de cómo un grupo de almas inquietas es capaz de transformar una aldea de poco más de 200 habitantes en centro y referente cultural de la comarca, a pesar de la vecindad de otros municipios más poblados, desde los que se desplazan sus vecinos para participar en sus actividades.

Son los otros ‘santos inocentes’ de nuestro campo, un campo al que empezar a respetar desde las ciudades.