No me asombra el interés despertado porque en todas partes de este sufrido país – y me refiero a todo el Estado – están y estamos muy sensibilizados con el tema catalán. No podía ser de otra forma porque muchos entendemos que Catalunya y España son mucho más fuertes juntas que separadas y aceptamos que otros piensen de forma distinta y entiendan lo contrario. Todo es lícito porque, por fortuna, tenemos libertad de opinión y libertad de expresión y algo mucho más importante: capacidad de razonar.

Por tanto, permitidme que sea respetuoso con uno y otro pensamiento siempre que no trate de imponerse al discrepante. Partiendo de estas premisas me gustaría expresar una de tantas opiniones: la mía; en la esperanza de que será compartida o, por lo menos, admitida como una más, como cualquiera de las vuestras. A estas alturas de la historia, van quedando atrás, por fortuna, gallardetes medievales y obediencias a feudalismos o a coronas rancias. No somos ya los mismos, la toma de conciencia, la globalidad, la eliminación de fronteras, las huellas y rencores de tantas guerras estériles se van olvidando, eso sí muy lentamente, porque siempre hay alguien dispuesto a sacar un libro sagrado, un pergamino arrugado o una afrenta al poderoso de la época y, en nombre de todo eso, crear barreras, odios, fronteras y conflictos.

Sin embargo, hay tesoros que sí deben persistir al tiempo, como por ejemplo la cultura y la lengua propia porque ambas cosas son el alma de los pueblos. Para fortuna de muchos, el Pueblo ha mantenido esas riquezas pese a la uniformidad impuesta por religiones, obediencias y patrones oro. El verdadero enemigo del Pueblo no está en las opiniones, está en los poderes y gentes que dominan a los mercados, manipulan a los políticos y se burlan de la justicia para perpetuar su dominio, yo a esto lo llamo capitalismo, pero ustedes pueden ponerle el adjetivo que prefieran.

¿Cómo pueden unos pocos engañar a tantos? Muy fácil, enfrentándonos a la sociedad en general y a los trabajadores en particular, los unos contra los otros. Las excusas son variopintas: las fronteras, las razas, el idioma, los territorios, las reivindicaciones de ayer, los agravios históricos, los pendones, los credos y sobre todo: las patrias. Por favor, defínanme el concepto. Y no me digan aquello de “una unidad de destino”, porque yo no quiero tener el mismo destino que los excluyentes. Yo solo pretendo pasearme en libertad por todos los pueblos de la tierra, hablar con unos y con otros, procurar que me lean los que quieran leerme, hablar en mi lengua materna y en la de Cervantes, Gabriela Mistral, Mario Benedetti o García Márquez; también en la Shakespeare y en la Baudelaire, aunque menos. Y quiero leer a Rosalía de Castro en gallego y a Miguel Allende en bable o escuchar el “Sa feito de nuei”, en fabla. Cualquiera que me lo impida ataca a mi forma de pensar y pierde mi respeto.

¿Quieren que les diga la verdad? No me fio de los que prohíben, odio a los que persiguen y recelo de los patriotas a ultranza. Dejemos a las banderas que ondeen en lo alto de los mástiles y que representen lo que cada uno quiere que representen, pero sintámonos hermanos y solidarios con los que trabajan, sueñan, viven y comparten la cola del paro con nosotros. El enemigo es otro, los descubrirán porque creen que pertenece a otra casta; porque utilizan tarjetas black; porque son socios de uno de esos clubs con nombre de ciudad donde pretenden decidir el destino del mundo; porque tienen lacayos que les hacen el juego; que rezan mucho porque queda bien visto; porque sus padres y ellos mismos tienen cuentas opacas en Suiza y en Andorra; porque amenazan con llevarse a sus multinacionales lejos si no les soltamos ayudas financieras; porque se ríen a espuertas cuando los pobres salvan a su bancos corrompidos; porque compran periodistas y medios para contarnos sus mentiras; porque carecen de verdaderos ideales, porque esconden sus vergüenzas tras de una bandera. Esos son mis enemigos. Así lo creo y así lo diré aunque a ellos no les guste. Soy consciente de que, mi opinión, se la pasa esta gente por el arco del triunfo; no obstante, me importa poco, porque nosotros somos más, aunque ellos presuman de tener las mayorías.