Se producen mundos suspendidos, de vestigios nocturnos en los costados de emanaciones de entrañas humanas, se aprecia con facilidad el fondo de semillas en telas y pieles muertas. Y en los lechos de invisibles males, he visto husmeando vientos en hogueras humanas de amores buceando en el vacío, últimas posibilidades del acoso de los males descubiertos, que también descansan en mi mesa de trabajo.

Son ciudades en muchos lugares de nuestra geografía planetaria, donde niegan sus efectos en un mundo donde la posibilidad del agua vino de afuera, del espacio y lo más probable: nuestras vidas. En estas cuestiones, nadie habrá dejado de observar, sin duda, en sí mismo o en los demás, el fenómeno del olvido de cuestiones fundamentales de lo que estamos hablando. Hoy en día, es posible observar concretamente que la cuestión afecta no sólo a pacientes normales, sino también a la comunidad asistencial que los ayuda con toda diligencia y esfuerzo, por lo que la salud mental, afecta a toda la población, sean personas con las que nos cruzamos a diario o profesionales de la salud o de cualquier estrato de la vida y del trabajo, incluyendo la educación a todos niveles, que también influyen en nuestras vidas.

Decía Sigmund Freud, cuando le preguntaron: quien tiene una salud mental adecuada, él respondía, en general: aquellos con capacidad de amar y de trabajar; cosa que la pandemia afecta profundamente, no sólo al paciente y sus cuidadores y a los profesionales de sus posibles tratamientos, sino a todo su entorno. No sólo afecta a los conocidos, sino que cualquiera se transforma en un desconocido en la fila de un banco, casi un enemigo que no respeta la distancia de seguridad o sale a la calle sin mascarilla, porque no acepta las cuestiones mínimas de salubridad y respeto al prójimo, sin preguntarse si él mismo las respeta. También quiero destacar que no hay salud física sin salud mental.

Y las cosas no surgen de un día para otro, sino que se van gestando lenta e invisiblemente; de allí que muchos de los primeros en fallecer por la pandemia, no sólo eran personas de una edad avanzada, sino que padecían de patologías previas, no siempre detectadas a tiempo ni cuidadas, quizá adecuadamente. Manifestamos en voz alta que debemos cuidar el planeta, pero no estoy muy seguro que cuidamos con el esmero necesario a sus habitantes y su convivencia, su educación, su salud en los distintos tramos de su existencia.

Todos deberíamos tener derecho a la cultura, sin embargo con el estómago vacío es difícil acceder a la cultura. Entonces un derecho  fundamental como es el acceso a la vivienda y la comida, resultan corresponder a un plano apremiante y los demás, resultan lejanos, casi como si fuera un problema de clases sociales, que algunos dicen que no existen, pero haberlas las hay. Y si bien muchos tenemos para comer y dormir, otros tantos se ahogan en el mar, en nuestro Mediterráneo, en el Atlántico sin ir más lejos, y los gobernantes se reguntan si debieran hacer algo al respecto. Se preguntan si es un problema de Dios o de los hombres. Si otro mundo fuera posible, nos podríamos preguntar, porque tiramos comida para mantener los precios y para que no disminuyan las ganancias de los poderosos. O festejamos fiestas paganas, contra las que no tengo nada que oponer, como “la tomatina”, y jugamos con la comida usando cientos toneladas de tomate, como si sobrara en nuestro país o en otros. Y no es que me parezcan mal las fiestas de la agricultura o los despilfarros, pero cuando otros se mueren de hambre, me da por pensar en tales temas.

Hasta dónde llega nuestra responsabilidad, cuando vemos gente esperando lo que los supermercados tiran a la basura, por ese asunto de la fecha de caducidad, o cuantos esperan el descuento de dichas fechas, para poder comer o llevar a su mesa familiar un trozo de un objeto comestible, a mitad de precio. Si otro mundo fuera posible no existirían playas llenas de plásticos residuales, o el tema de las aguas residuales que van a parar a los ríos donde se bañan nuestros hijos, a los que se agregan ahora, las mascarillas que supuestamente reservan nuestra salud y demás objetos de plásticos que demoran décadas o siglos en degradarse y que los peces grandes comen y después los comemos y a través de ellos, ingerimos el mercurio y otras sustancias tóxicas, mientras creemos que nos estamos alimentando o sin saber, preparándonos para la próxima pandemia y ser sus víctimas. Igual nos bañamos en ese mar de plástico y creemos que nos estamos librando del estrés, sin pensar, que tal vez, estamos preparando cada uno nuestra muerte, sin saberlo.

Jaime Kozak es miembro de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional