Hay que ser solidarios, ni que sea una vez al año. Entonces, nos armamos de compasión y marcamos ese 902… o 905… que nos repiten insistentemente y hacemos un donativo aportando nuestro grano de arena a una suma millonaria para luchar contra todo tipo de enfermedades, que afectan a nuestras sociedades; o bien abandonamos el supermercado cargados con la compra de la semana y aprovechamos la jornada solidaria para adquirir un paquete de arroz o un bote de lentejas que damos a la salida a esos voluntarios que con una enorme sonrisa nos dan las gracias; o nos sumamos a todos los famosos que colaboran con la gala por la infancia y aportamos algunos euros para esos pequeños que pasan hambre. Nuestra conciencia queda satisfecha y nuestros remordimientos sosegados.

Las grandes empresas aprovechan el boom solidario para vestirse de filántropo, enseñar su cara amable, preocuparse por los que menos tienen, y patrocinar estas campañas. Nosotros, con toda la buena fe del mundo, les damos la mano. Sin embargo, tenemos que cuestionarnos si aquellos que provocan las desigualdades, que salen ganando con tanta pobreza y que condenan a miles de personas a la más estricta miseria (desahuciados, hambrientos, parados), pueden ser motor de cambio. Creo que la respuesta es clara.

No se trata aquí de criticar a todos aquellos que con las mejores de las intenciones quieren ayudar a quienes más lo necesitan. Su acto solidario, merece todo el respeto. Pero no debemos olvidar, y es necesario recordar y señalar, a quienes intentan lavarse la cara con el altruismo ajeno. Y preguntarnos: en qué consiste ser solidarios. Y si podemos permitirnos serlo solo una vez al año.

Por suerte, tenemos muchos ejemplos de quienes luchan día a día en nuestros barrios y ciudades contra la pobreza y las desigualdades. Nuestra mejor ayuda es apoyarles. Más aún, cuando con la nueva Ley de Seguridad Ciudadana, también conocida como Ley Mordaza, el Gobierno quiere acallarles. Ser solidarios consiste en ese compromiso consciente y diario, más o menos activo, pero que tiene muy claro quienes generan la pobreza y quienes la combaten.

La solidaridad no es únicamente patrimonio de las Navidades, ni puede cubrirse con una “cuota” al año , ni es un espectáculo. Tampoco puede ser instrumentalizada por el afán de negocio de unas pocas multinacionales. La solidaridad implica conciencia y compromiso, y ejercerla colectivamente y desde abajo es la mejor garantía para el cambio.

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