El enviado de la ONU en el Líbano, Terje Roed-Larsen, es claro al respecto: “El fenómeno nuevo es que los conflictos regionales del Oriente Medio están completamente interconectados y esto hace difícil, sino imposible, resolver uno sin encontrar una solución para todos los demás”. Una declaración realista, pero de absoluta impotencia porque no existe, ni en la más calenturienta imaginación, una solución global
a todos los problemas de la zona. Incluso la simple descripción de los conflictos de la región, ya de por sí complicada, se torna una empresa ardua. Se ha puesto en marcha, además, una especie de “frente del rechazo”, que no quiere ni oír hablar de aceptar la naturaleza y la complejidad del fenómeno.
[La invasión de Irak inflamó la división sunitas-chiítas]
El ejemplo más evidente de esta actitud fue la obstinación con la que la Administración Bush creyó, o quiso hacer creer, que, abatido Sadam, el Gobierno de la mayoría chiíta iba a ser capaz de gestionar la situación iraquí. Los resultados de esta terquedad están ante los ojos del mundo. Al igual que también parece evidente que ni siquiera una retirada americana de Bagdad o unas negociaciones entre Estados Unidos y los iraníes iban a traer la paz a los árabes de Mesopotamia.
La invasión de Irak inflamó la división sunitas-chiítas y está modificando las dinámicas del Oriente Medio. El miedo a la influencia chiíta en los asuntos árabes ha impulsado a muchos líderes sunitas a ponerse en guardia ante una “media luna chiíta”, que parte del Irán de Ahmadinejad, atraviesa Irak y llega hasta el Sur del Líbano con el Hizbulá de Nasrallah. Diversos informes subrayan los intentos de los funcionarios sauditas de introducirse en los grupos sunitas, incluidos los más radicales, para hacer frente al renacimiento chiíta en la región. Pero reforzar los grupos sunitas radicales, en Líbano o en Irak, para hacer frente al desafío chiíta, puede convertirse fácilmente en un boomerang. Sobre todo cuando se trata de grupos palestinos en Líbano, como han demostrado los casos de los campos de refugiados de Nahr al-Bared y de Fatah al-Islam.
Una ley que urge
En Irak, Estados Unidos y el Gobierno iraquí de Al Maliki han llegado al límite de lo imposible. Para luchar contra Al Qaeda, que cometió el error de exigir fidelidad a la guerrilla, los americanos apoyan al movimiento sunita Renacimiento de alAnbar, que promete luchar contra la organización de Osama Bin Laden, pero no renuncia a los atentados contra los chiítas. Mientras tanto, el Gobierno y el Parlamento están paralizados. La ley sobre el petróleo, fundamental para relanzar la economía, está parada, al igual que sigue bloqueada la otra ley sobre la amnistía a los ex miembros del Baas. El escenario en los Territorios es lacerante pero totalmente imprevisto. Cuando murió Arafat, se elevó un coro unánime en Occidente: la desaparición del líder, el único reconocido por los palestinos, debía abrir nuevos horizontes. La realidad fue bien diferente. Muerto el Viejo, fueron los fundamentalistas los que exigieron su cuota de poder. Más o menos lo mismo que sucedería en casi todos los países de la región, Egipto incluido, si se celebrasen elecciones con regularidad.
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Economía hundida
“El boicot internacional a los palestinos, tras la victoria electoral de Hamas, tuvo consecuencias devastadoras: la economía se hundió bajo el peso de las sanciones, convertidas en otro instrumento de la propaganda en mano de los extremistas”, escribe el enviado de la ONU, Álvaro de Soto, en el informe publicado por The Guardian, en el que revela las presiones americanas para impedir que Al-Fatah formase, el año pasado, un Gobierno de coalición con Hamas.
[Lo único que se ha salvado ha sido el mapa de los pozos de petróleo]
La comunidad internacional, dice Soto, siguiendo la estela americana e israelí, tragó con este comportamiento miope y el llamado Cuarteto -formado por la ONU, la UE, EEUU y Rusia- perdió cualquier tipo de credibilidad como negociador imparcial y se quedó reducido “a una especie de compañía de teloneros”.
El Nuevo Oriente Medio, cuyo mapa presumía que iba a rehacer Washington, se encuentra, en realidad, reducido a la anarquía y al caos. Pero quizás fuese esto lo que se quería y lo que se consiguió con decidida contribución de los propios árabes. Por ahora, aunque no sabemos hasta cuando, lo único que se ha salvado ha sido el mapa de los pozos de petróleo.