Los acuerdos a que va llegando el omnívoro Partido Popular con el ultramontano Vox, nos muestran el peor de los escenarios.

Escuchamos atónitos las noticias que nos van llegando sobre los pactos en comunidades autónomas y ayuntamientos a lo largo y ancho de nuestra geografía. En ellos podemos ver las patitas de los lobos que asoman descaradamente por debajo de la puerta. Se eliminan concejalías de la mujer, los impuestos a las grandes herencias y a las grandes fortunas; se ataca y pretenden derogar las leyes de Memoria histórica o la de la Eutanasia; se descalifican el aumento de las pensiones, el salario mínimo, el derecho al aborto o elegir una sexualidad; se perseguirá a los emigrantes a los independentistas y a los intelectuales. Para que todo esto sea posible se precisa de un inductor de guante blanco, un ejecutor de probada ignorancia y malquerencia; y a unos cómplices que desconozcan la historia.

Para que se cumpla el falaz entendimiento se cede Cultura a los inauditos, Interior a los xenófobos, Agricultura a los carnívoros  e Integración a los  descomponedores. Además hay que cederles vicepresidencias para que se pongan chaquetas un par de tallas más pequeñas, imitando a su líder, y prometan que vacas tuberculosas salgan al mercado para la venta. Ese parece ser el futuro.

Por absurdo que parezca que un Pueblo enaltezca y vote a sus depredadores naturales, tenemos que admitir que esta es la tendencia, la voluntad popular que diría un cínico. No voy a darles a ninguno de ustedes lecciones ni siquiera consejos, disponemos de mucha información –también mucha desinformación– y tenemos que ser maduros para tomar nuestras propias decisiones. En el final de Rebelión en la Granja de Orwell, los animales –el Pueblo– observan desde el exterior por una ventana cómo los cerdos juegan a las cartas con los granjeros: Los animales asombrados, pasaron su mirada del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo; y, nuevamente, del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quién era uno y quién era otro”.

No se paren a pensar quién es el elegante y delgado galgo o quién el insólito torero podenco, quién más conservador o quién ultranacionalista, corran y escapen de sus dientes.