La “Real Expedición Filantrópica de la Vacuna”, fue una expedición de carácter filantrópico* que durante tres años desde 1803 hasta 1806 y dirigida por el doctor Balmis, llevo la vacuna de la viruela a los territorios españoles de América y Filipinas, la colonia portuguesa de Macao, la provincia de Cantón en China y por último la británica isla de Santa Elena, ya de regreso a España.
La viruela ha sido la enfermedad que como pandemia más víctimas se ha cobrado a lo largo de la historia, causada por el virus “variola”, su nombre viene del latín y significa “moteado” debido a las pústulas o bultos que aparecen en los infectados; se transmite por contacto directo con los enfermos o por los objetos contaminados, siendo su mortalidad de un 30% de los infectados, quedando los supervivientes con tremendas secuelas, ciegos, estériles y los rostros desfigurados con profundas cicatrices o marcas en la piel.
La enfermedad es conocida desde la antigüedad no teniendo claro su origen, los historiadores creen que apareció en el neolítico, alrededor 10.000 A.C., en los primeros pueblos agrícolas y ganaderos de África nororiental, extendiéndose desde aquí por Asia Menor y la India, domesticar y estabular los animales hizo que el virus saltara entre especies (zoonosis) y pasara del ganado al hombre. En Egipto el Faraón Ramsés V, cuarto faraón de la XX Dinastía que reinó entre 1147 y 1143 a.C., murió de viruela pudiéndose apreciar en sus restos momificados las marcas de la enfermedad en su piel.
En la lucha contra la enfermedad hubo un hecho que no pasó desapercibido, los que contraían la enfermedad y no fallecían no volvían a pasarla, quedaban inmunizados. Así en China desde muy pronto se comenzó a inocular soplando a través de pequeños tubos las costras molidas de los granos de la viruela, pues se había observado que su pus pierde virulencia al dejarlo secar, en la India ponían a los niños ropas de los enfermos de viruela y se cubrían con las mismas ropas las heridas, a este método de inoculación se le llamo variolación o variolización, su forma más practicada era por inoculación debajo de la piel o en la dermis, no obstante, esta práctica presentaba serios peligros ya que en ocasiones las personas vacunadas enfermaban gravemente de viruela, pues el producto inoculado era pus extraída de una pústula reciente y además era probable la transmisión de otras enfermedades durante la variolación. En el siglo XVIII la enfermedad causaba estragos en todo el mundo pero a finales de siglo la mortalidad se incrementó en Europa y América. En Inglaterra dos médicos dan a conocer en la prestigiosa Royal Society de Londres el método de inoculación, sabiendo de él por medio de las informaciones suministradas por corresponsales de la Sociedad en Oriente. En 1714 un médico griego, Emmanuel Timoni, formado en Padua y en Oxford, con residencia en Estambul, publicó una comunicación en el órgano de expresión de la Royal Society, “Philosophical Transactions” en la que presentaba sus propias experiencias con la inoculación.
Es en este momento cuando aparece un nombre que marca un antes y un después en la historia de la viruela, Lady Mary Worthey Montagu, esposa del embajador británico en Constantinopla. Esta interesantísima mujer cuya biografía merece un capítulo aparte, inteligente, ilustrada y revolucionaria, se enteró durante su estancia en Turquía que los turcos salvaban la enfermedad de la viruela inoculando el virus en las personas. Rápidamente se interesó ya que había visto morir a su hermano por la viruela y ella misma había padecido la enfermedad, no dudando en inocular a su propio hijo tal como ella misma escribió: “Estoy convencida de la seguridad del experimento, tanto, que pienso probarlo con mi hijito”. Pero además afirmaba ser “lo bastante patriota como para tomarme la molestia de llevar esta útil invención a Inglaterra y tratar de imponerla y recomendarla a los médicos”, y así lo hizo. A su regreso a Inglaterra convenció a Carolina, la princesa de Gales, de que el procedimiento podía salvar muchas vidas, enfrente tuvo la oposición de la iglesia y de los propios médicos que consideraban el método antinatural, en 1722 publicó de forma anónima, “A plain account of the innoculating of the small pox by a Turkey merchant”, texto en que se relata, a través de un mercader turco, la inoculación de la viruela, y en donde la autora intenta explicar las ventajas y principios de esta práctica médica. Tras muchos obstáculos, las autoridades deciden practicar la inoculación en condenados a muerte ya que poco tenían que perder, al ver que quedaban inmunizados, esta práctica fue ganando adeptos.
Tras Lady Mery Montagu, el siguiente nombre importante en esta historia es, Edward Anthony Jenner, investigador, médico rural y poeta, nacido en 1749 en Berkeley, condado de Gloucestershire, Inglaterra. Jenner, que había estudiado en el Hospital de San Jorge el método de inoculación de Lady Mery, la variolación, comenzó a practicarlo en su ejercicio como médico rural cuando observo que las mujeres que ordeñaban las vacas se infectaban de una forma de viruela de las vacas o “variola vaccina”, mucho más leve que la humana y una vez recuperadas no contraían esta última quedando inmunizadas. Tras experimentar con animales, teorizo que si inyectaba a un ser humano un extracto de la viruela de las vacas esta persona quedaba inmunizada contra la viruela, así que decidió poner en práctica su teoría infectando a un niño de 8 años llamado James Phipps, hijo de su jardinero, con materia tomada de la mano de una ordeñadora llamada Sarah Nelmes a quien su vaca Blossom había contagiado la viruela bovina. James contrajo la viruela de las vacas y tras recuperarse le inocularon la viruela humana, James no se enfermó, había quedado inmunizado contra la viruela. Tras numerosos experimentos con otros niños incluido su propio hijo, publicó su investigación en 1798, en la que acuñó el término “vacuna”, del latín “vacca” (vaca). Aun tuvo que luchar contra la incredulidad de la sociedad del momento que se burló de él caricaturizándolo, pero la vacuna demostró ser tan eficaz que acabó por acallar las críticas y burlas, comenzando la vacunación de la población. A pesar de que el método utilizado nos horroriza hoy día, fue un gran avance para la medicina, la vacuna había demostrado sus ventajas respecto a la variolización, no era foco de contagio, no producía pústulas, ni tenía riesgo de muerte en las personas vacunadas.
Y así llegamos al tercer gran nombre de la lucha contra la viruela, Francisco Javier Balmis y Berenguer. Balmis vio la luz el 2 de diciembre de 1753 en Alicante, siendo bautizado en la iglesia de Santa María tres días más tarde, hijo y nieto de cirujanos-barberos se crió en un ambiente sanitario rodeado de médicos; a los 17 años ingresa en el Hospital Militar de Alicante en donde estudió durante cinco años supervisado por el cirujano mayor Ramón Gilabert. Participa en la expedición de O´Reylli contra los piratas berberiscos en Argel en 1775 y dos años más tarde consigue el título de cirujano en Valencia, ingresa en la sanidad militar destinándolo al regimiento Zamora con el que estará en el asedio a Gibraltar como segundo ayudante de cirugía, ascendiendo a cirujano del ejército en 1781, fue destinado junto con su regimiento al Caribe en la expedición del Marqués de Socorro y tras pasar por la Habana llega a Nueva España en donde asciende a cirujano mayor del Real Hospital militar del Amor de Dios en 1786. En el mismo año la Universidad Mejicana le concede el grado de Bachiller en Artes, entonces el grado de Bachiller era el próximo al de Doctor o Maestro. En 1794 Balmis será nombrado Consultor de Cirugía del Ejército y un año más tarde, se le concedían los honores de Cirujano de Cámara. Aficionado a la botánica realizo tres cursos de botánica en el Real Jardín de la Corte y en 1795 es nombrado Cirujano honorario de Cámara del rey Carlos IV, En 1798 recibirá por la Universidad de Toledo el grado de Bachiller en Medicina.
Tras el descubrimiento de la vacuna por Jenner, sus resultados son divulgados en Europa por Jacques-Louis Moreau de la Sarthe y su obra “Traité Historique el practique de la vaccine”, obra que a su vez será traducida por Balmis en Marzo de 1803, convertido en un firme defensor de la obra de Jenner. Pero en España es el Dr. Francisco Piguillen, quien administra por primera vez la vacuna de la viruela el 3 de diciembre de 1800 en Puigcerdá, utilizando linfas de la vacuna traídas desde Francia. La Academia de Medicina y el Dr. Ruiz de Luzuriaga, jugaron un papel principal en la extensión de vacuna en Madrid y en su difusión por buena parte de España, Luzuriaga fue uno de los más convencidos defensores de la eficacia de la vacuna jenneriana. El rey Carlos IV, era muy sensible a todo lo relacionado con la enfermedad ya que su tío el rey Luis I, hijo de Felipe V, falleció el 15 de enero de 1724 a los siete meses del inicio de su reinado a consecuencia de la viruela y su propia hija la infanta María Teresa había fallecido por culpa de la misma enfermedad.
La virulencia con la que la viruela ataco a los territorios de ultramar hizo que las autoridades, apoyadas por médicos firmemente partidarios de la vacunación, reclamaran la vacuna a los centros que la poseían a partir de 1800, llegando está a distintas partes de América protegida entre cristales, lo que ocasionará problemas a la llegada de la expedición entre Balmis y los distintos médicos que la practicaban por diferencias de método.
Tampoco fue Balmis el primero en proponer la vacunación en los territorios de ultramar, sino el Cirujano D. Rafael de Malaguilla, quien en una carta remitida a Carlos IV en agosto de 1802, le propone llevar la vacuna a todos los territorios de la corona española, argumentando el beneficio que sería inmunizar a la población, con el consiguiente aumento de esta debido a la disminución de la mortalidad, habría así más brazos para trabajar con el lógico aumento de la recaudación: «Resultará al Real Erario un incremento anual de más millones de pesos con aumento de la población para cultivar tierras desiertas». Malaguilla no tuvo suerte y el Real Tribunal del Protomedicato que era la máxima autoridad en materia de salud (lo que hoy sería el Colegio de Médicos) se lo negó, quizá por su condición de simple cirujano como dicen en su sentencia: “Fuera de que, cuando la vacunación necesitase de ciertas precauciones por razón del temperamento, edad, estación y otras circunstancias, parecía más particular la asistencia de un buen médico que la de un simple cirujano como lo es Malaguilla, de quien el Protomedicato no tiene noticias de una pericia aventajada y conocida”.
El propio Balmis también había tenido enfrentamientos con algunos médicos del Protomedicato, que le rechazaron una publicación sobre la eficacia del agave y la begonia de Nueva España en un tratamiento aplicado a enfermedades venéreas, publicado por fin en 1794 titulado: “Demostración de las virtudes del Agave y la Begonia para la curación del vicio venéreo y escrofuloso”. Defensor sin condiciones de los beneficios de la vacuna de Jenner, presentó su proyecto para llevar la vacuna a América: “Derrotero que debe seguirse para la propagación de la vacuna en los dominios de Su Majestad en América”. Su conocimiento de los virreinatos americanos junto con su experiencia en la técnica de la vacunación, como demuestra este aviso al público del Diario de Madrid del sábado 4 de Junio de 1803: “El deseo de contribuir en proporcionar a los padres de familia su absoluto preservativo, obliga a Dr. D. Francisco Xavier de Balmis, a ofrecerles la buena vacuna y a vacunar gratis a todos los que gusten presentarse en su casa los martes y miércoles de cada semana: vive en la calle de la Montera, junto a la tienda de los Alemanes, entre el nº26 y 27, qto segundo”, y seguramente por el hecho de ser cirujano del rey, le dieron el informe favorable de la Junta de Cirujanos de Cámara a su proyecto nombrándole director de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna.
Balmis propuso llevar el fluido de la vacuna utilizando niños, ellos fueron los grandes protagonistas de la aventura, los llamaron niños vacuniferos y se utilizó el método recomendado por Jenner que finalmente fue aprobado, consistía en escarificar a un niño el virus de la viruela vacuna, del que al cabo de ocho o diez días se podía recoger el fluido vacuno y a partir de este primer niño se inmunizaría otro y así sucesivamente creando una cadena de vacunaciones que transportaría la vacuna. En esta época, la vida de los infantes abandonados en las inclusas era muy dura y aunque Carlos IV, dictaría leyes de protección para los hospicios: “De los hospitales, hospicios y otras casas de misericordia”, en donde se dice que se enseñen a los niños a leer, escribir y contar, educándolos como buenos cristianos, teniendo la posibilidad de formarse para un oficio, la realidad fue mucho más dura siendo objetos al servicio del Estado, uno de cuyos servicios fue la medicina.
Carlos IV promulgo un edicto dirigido a todos sus súbditos de ultramar a principios de septiembre de 1803, el ministro Caballero envía «La resolución del Rey sobre la propagación de la vacuna en aquellos dominios y medios adaptados para conseguir el objeto», un conjunto de directivas detalladas dirigidas a los Virreyes de Nueva España, Perú, Buenos Aires y Santa Fe; al Comandante General de las Provincias de Interior; a los capitanes generales de las Islas Canarias, las Islas Filipinas y Caracas y, finalmente, a los gobernadores de La Habana y Puerto Rico.
Mientras Balmis organiza la expedición desde Madrid eligiendo a sus colaboradores, por fin se desplaza a La Coruña el 21 de septiembre, pero todavía había que encontrar el barco adecuado para trasladar la expedición a América, varios son los navíos candidatos la fragata Slip grande y pesada y la corbeta María Pita de 160 toneladas más rápida y ligera, esta última fue la elegida por Balmis, la expedición quedó definitivamente formada por:
-Francisco Xavier Balmis y Berenguer – Director
-José Salvany y Lleopart – Subdirector
-Manuel Julián Grajales y Antonio Gutiérrez Robredo – Ayudantes
-Francisco Pastor y Balmis y Rafael Lozano Pérez – Practicantes
-Basilio Bolaños, Antonio Pastor y Pedro Ortega – Enfermeros
-Isabel Sendales y Gómez, Rectora de la Casa de Expósitos de La Coruña y encargada del cuidado de los niños como enfermera de la expedición.
– Pedro del Barco y España, Capitán de la corbeta María Pita, cuya labor fue rápidamente reconocida a su regreso a España ascendiéndole a Teniente de Navío en 1804.
Y por último los niños, auténticos protagonistas de la expedición, imprescindibles portadores del suero vacunal, todos expósitos, seis venidos de la Casa de Desamparados de Madrid, otros once del Hospital de la Caridad de La Coruña y cinco de Santiago de Compostela.
-Vicente Ferrer (7 años), Pascual Aniceto (3 años), Martín (3 años) Juan Francisco (9 años), Tomás Metitón (3 años), Juan Antonio (5 años), José Jorge Nicolás de los Dolores (3 años), Antonio Veredia (7 años), Francisco Antonio (9 años), Clemente (6 años), Manuel María (3 años), José Manuel María (6 años), Domingo Naya (6 años), Andrés Naya (8 años), José (3 años), Vicente María Sale y Bellido (3 años), Cándido (7 años), Francisco Florencio (5 años), Gerónimo María (7 años), Jacinto (6 años) y Benito Vélez (hijo adoptado de Isabel Sendales y Gómez).
Y estos son solo los que partieron desde La Coruña, pero hubo muchos más en el trayecto de la expedición, como condición indispensable no tenían que haber pasado la viruela y debían de tener entre 8 y 10 años, aunque esto último no se cumplió, tampoco todos fueron expósitos, hubo familias en América que cedieron a sus hijos a cambio de una indemnización regresando con sus familias al finalizar su labor, por último la vacuna no siempre viajó en los niños, entre La Habana y el Puerto de Sisal fueron esclavos los que la transportaron y en Veracruz soldados.
Comenzaron la aventura el 30 de noviembre de 1803 partiendo de La Coruña en dirección a las islas Canarias arribando a Santa Cruz de Tenerife, fueron recibidos por las autoridades de forma entusiasta, aquí se empezó a formar lo que posteriormente serían las juntas de vacunación, las autoridades pidieron que les enviaran niños para inocularlos siendo devueltos junto con sanitarios instruidos en la vacunación, alcanzando la vacuna a todas las islas. Esta primera etapa fue todo un éxito tuvo la colaboración de las autoridades, el clero y el pueblo lo que auguraba un buen futuro para la expedición.
Partieron de Tenerife el 06 de enero de 1804, pero a su llegada a Puerto Rico, el recibimiento, al contrario de lo sucedido en Canarias fue muy frio, Balmis se encontró con la sorpresa de que el cirujano Francisco Oller Ferrer ya había vacunado a la población, la enfermedad hacía tiempo asolaba la isla y solicito la vacuna a las autoridades de la isla de Santo Tomás (Saint Thomas, Islas Vírgenes, colonia inglesa, desde 1803), la aparición del brote epidémico hizo que las autoridades trasladaran a San Juan a la población de la isla con el objetivo de ejercer de cadena de vacunación consiguiendo un alto grado de difusión de la vacuna. Los enfrentamientos entre Balmis y Oller fueron constantes así como entre Balmis y el gobernador Ramón de Castro, Balmis veía peligrar la expedición si el alto costo de esta se mostraba innecesario y si se quedaba sin niños para inocular la vacuna al estar estos inmunizados. Atacó a Oller con el argumento de que su vacunación no se había hecho con el rigor exigido por el protocolo resultando ineficaces, haciendo vacunar de nuevo a la población, respecto a las autoridades, las acusaba de hacer méritos y vacunar antes de tiempo cuando ya conocían la partida de la expedición.
El gobernador Ramón Castro defendió a Oller: “De Santo Tomás no solo vinieron vidrios sino también una niña, cuyo fluido pudo ser bastante para vacunar a todos los habitantes de esta isla. Deje pues por asentado que el de los vidrios produjese falsas vacunas: esto no quita que fuesen verdaderas las; procedentes del fluido de la niña; luego el argumento de los vidrios no prueba que hayan sido falsas todas las aplicadas por el Dr. Oller, quien uso de su respectivo fluido en oportunos tiempos”. Informe de Ramón de Castro al ministro José Antonio Caballero.
Partieron de Puerto Rico el 12 de marzo de 1804, con un Balmis terriblemente apesadumbrado por el enfrentamiento con el gobernador que le proporcionó menos niños de los solicitados, uno de los cuales estaba en tan mal estado de salud que no pudo ser vacunado quedando solo un niño con vacuna, finalmente los niños portorriqueños que acompañan a la expedición rumbo a La Guayra son: Manuel Antonio Rodríguez (5 años), Juan Ortiz (11 años), y Cándido de los Santos (4 años), los tres niños fueron devueltos a sus padres una vez cumplido el objetivo de transportar el fluido. La travesía tuvo problemas y se fue ralentizando, al quedar solo un niño vacunífero tuvieron que cambiar de rumbo ante la posibilidad de perder la vacuna y atracar en Puerto Cabello en lugar de en La Guayra en donde les estaban esperando, aun así fueron muy bien recibidos y gracias a una buena organización vacunaron a 28 niños hijos de los principales vecinos partiendo hacia a Caracas.
Balmis pone en práctica una idea que se revelara genial, divide la expedición en tres, deja en Puerto Cabello a Salvany vacunando y parten hacia Caracas por dos vías distintas vacunando a toda la población que así lo deseara con lo que multiplica la eficacia de la expedición. Él junto con Antonio Gutiérrez, Rafael Pérez, Pedro Ortega, Ángel Crespo y la indispensable Isabel Zendal lo harán por tierra dirigiéndose a Maracay y de aquí a Caracas; mientras Manuel Julián Grajales, Francisco Pastor y dos niños embarcaron en el navío el Rambli en dirección a La Guayra a donde no habían podido llegar por la circunstancias adversas y de aquí a Caracas.
A su llegada a Caracas todo había cambiado para bien de la expedición, el recibimiento fue entusiasta y gracias al gobernador Manuel Guevara de Vasconcelos, Balmis creo la primera Junta de Vacunación comenzando a actuar de inmediato, cuando partieron ya habían vacunado a 12000 personas.
Salvany y Grajales se reunieron con Balmis en Caracas, volviendo a juntarse la expedición, entonces les llego la noticia del fallecimiento del médico Lorenzo Vergés, que había sido comisionado por el Virrey de Santa Fe para el desempeño de la función de vacunar en dicho territorio, seguramente este echo influyo en Balmis, que tomo la decisión de dividir definitivamente en dos la expedición para que el proceso de vacunación fuera más rápido y funcional. Salvany, se dirigiría a todo el Reino de Santa Fe, Perú y Buenos Aires, con él irían, el ayudante Manuel Julián Grajales, el practicante Rafael Lozano Gómez y el enfermero Basilio Bolaños y cuatro niños. Mientras Balmis se dirigiría hacia Centroamérica, acompañado del ayudante Antonio Gutiérrez Robredo, el practicante Francisco Pastor, los enfermeros Ángel Crespo, Pedro Ortega, Antonio Pastor, Isabel Zendal y seis niños. Balmis aconsejo a Salvany como debía proceder en su ruta de vacunación, despidiéndose de él, no volverían a reencontrase.
Hay que resaltar la labor de José Salvany y Lleopar, en una misión en la que afronto grandes peligros y termino con su propio fallecimiento, pero con un trabajo que dio unos frutos encomiables. Había nacido en Cervera siendo bautizado el día 19 de enero de 1774. Hijo de José Salvany y Rojas y Mariana Salvany y Lleopart, al igual que Balmis era hijo de un cirujano, lo que seguramente le condiciono para estudiar cirugía entrando en el Real Colegio de Cirugía de Barcelona el día 15 de octubre de 1791, donde se formó hasta el año 1797. De salud siempre delicada y enfermiza fue pasando por distintos destinos hasta recalar en el Real Sitio de Aranjuez como primer ayudante de Cirugía en donde conoció a Balmis y su proyecto de vacunación con el que rápidamente se entusiasmó uniéndose a la expedición.
El periplo de Salvany fue muy azaroso, tras separarse de Balmis partieron en el San Luis, bergantín con el que intentaron remontar el río Magdalena naufragando, salvaron la vida gracias a la ayuda de unos indígenas, perdió el ojo izquierdo atravesando los Andes, se disloco una muñeca quedando casi paralizada, la altura le afecto al pecho echando sangre por la boca, síntoma de tuberculosis, pero aun con todas estas dificultades y desgracias recorrió vacunando a lo largo de siete años, Nueva Granada (actuales Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá) y el Virreinato del Perú (actuales Perú, Chile y Bolivia). Fue perseguido por indígenas y muy mal recibido en Lima en donde la vacuna se había convertido en un negocio y parte de la población ya estaba vacunada, con lo que la llegada de la expedición vacunando gratuita y altruistamente no fue bien vista por las autoridades. Enfermo de tuberculosis y agotado, la muerte le sorprendió en Cochabamba el 21 de julio de 1810, sin desfallecer en ningún momento en la lucha contra la viruela, tras de haber recorrido más de 18.000 Km, formando parte de los grandes protagonistas de la medicina mundial, tenía 33 años, el prestigioso médico D. Gregorio Marañón dijo de él: “Y el pasmo aumenta al leer la expedición por la tierra del segundo jefe José Salvany, desde Cartagena de Indias a La Paz, recorriendo el tremendo itinerario con los niños inoculados a cuestas, febril y extenuado, vomitando sangre, convertido en un espectro, ciego de glaucoma y manco de una extremidad, sin dejar de vacunar ni un solo día hasta que la lanceta se le cayó de la mano porque se murió”. Marañón describe en cuatro palabras la abnegación, profesionalidad y gran personalidad de Salvany, sus restos descansan en la Iglesia de San Francisco de Cochabamba.
La muerte de Salvany no acabó con la expedición, el ayudante Manuel Julián Grajales y el enfermero Basilio Bolaños se habían separado tal y como tenían pensado para abarcar más territorio de vacunación, partieron por mar en noviembre de 1807 desde Lima hasta Valparaíso en Chile, creando aquí un junta de vacunación dirigiéndose después a Santiago de Chile en donde estuvieron vacunando ocho meses y desde donde partieron hacia Concepción, llegando hasta la capital de las islas Chiloé, San Carlos, de donde tuvieron que huir a causa del levantamiento contra la metrópoli, regresando a Lima a través del puerto del Callao, no pudiendo llegar al final de su objetivo, el Virreinato del Río de la Plata, pero aquí ya había llegado anteriormente la vacuna y se practicaba con asiduidad.
Mientras Balmis se dirigía a Cuba, para transportar la vacuna solicito doce niños, pero el gobernador Vasconcelos solo le proporciono diez de los que Balmis eligió a seis para transportar la vacuna en sus brazos. Los niños vacuníferos de este tramo son: Ignacio de Jesús Aroche (11 años), Juan Bautista Madera (13 años), Bartolomé y Andrés Díaz (de 8 y 10años), Josef Toribio Balsa (7 años) y Josef Celestino Nañez (8 años).
Balmis llego a Cuba tras un azaroso viaje en donde las condiciones climatológicas retrasaron su llegada teniendo como consecuencia dramática el fallecimiento de uno de los niños, obligándoles a recalar en La Habana en vez de en Santiago de Cuba donde estaba previsto.
En Cuba se encontró con que la vacuna ya estaba implantada por el doctor Tomás Romay, al contrario de lo que había ocurrido en Puerto Rico hubo un buen entendimiento entre ellos, Balmis propuso la creación de una Junta de Vacunación y dejo a cargo de ella a Romay, preparándose él para ir a Nueva España, solicitó a las autoridades que le facilitasen niños y ante la falta de respuesta de estas, convenció al joven Miguel José Romero, tambor del Regimiento de Cuba para ser portador de la vacuna, pero con un solo niño la vacuna no se podía transportar por lo que al final no le quedó otra solución que comprar tres esclavos, tres niñas, para poder transportar el fluido vacunal, le costaron 250 pesos y las revendió una vez cumplido su objetivo. No vamos a analizar con los ojos del siglo XXI el pensamiento de la sociedad de principios del siglo XIX, pero si choca la aptitud de Balmis al volver a vender las esclavas una vez utilizadas con su espíritu filantrópico y humanista, llevando la vacuna a todo tipo de personas sin mirar ni su raza ni su clase social. Seguramente su decisión no fue fácil, acorralado por los problemas sanitarios, falto de apoyo gubernamental y popular y ante el riesgo de perder el fluido vacunal haciendo fracasar la expedición.
De Cuba zarparon para Nueva España llegando al puerto del Sisal y de aquí a la capital del Yucatán, Mérida, siendo muy bien recibidos por Capitán General, Benito Pérez y Valdelomas, quien pasó a Balmis el informe de lo que el cirujano Miguel José Monzón había realizado en Campeche. A Nueva España había llegado la vacuna un mes antes de la llegada de la expedición, Balmis no estuvo de acuerdo con la manera de actuar de Monzón, creyó que había sido perjudicial para la salud pública y envió a Antonio Gutiérrez, para que examinara directamente lo que se había hecho, además de comisionarle para distribuir adecuadamente la vacuna e instruir a los médicos locales, lo acompañaba Francisco Pastor, que tenía la misión de separarse de Gutiérrez y llegar hasta la Capitanía de Guatemala. Pastor, paso a Campeche llegando a Villahermosa en Tabasco en donde conoció al cirujano Pedro Ramos Reyna, a quien alecciono sobre la vacunación dejando asegurado el proceso y continuando hacia la Real Ciudad de Chiapas, aquí se encontró con la colaboración del gobernador Castro y Araoz, que le consiguió cuatro niños compensando a sus padres con 50 pesos por cada niño, también se sabe que cada niño recibiría, dos chaquetas, dos pantalones, dos pares de medias y un sombrero. Pastor continuo su viaje de vacunación hasta la ciudad de Guatemala, creando la Junta de Vacunación cuyos miembros debían de actuar de forma desinteresada sin recibir ninguna prestación a cambio, esta junta que se tenía que reunir periódicamente no solo debía tener un objetivo organizador sino también científico. La propia Junta se convirtió en el centro desde donde se extendió la vacuna a Nicaragua. Debido al convulso periodo de independencia, la Junta desapareció tras 12 años de buen hacer en la salud de sus ciudadanos.
Mientras, el María Pita se dirigía a Veracruz en donde atraco el 24 de Junio, al llegar la mayoría de la expedición estaba enferma, hasta el propio Balmis creía tener fiebre amarilla. Aunque el virrey Iturrigaray, cuñado de Manuel Godoy, le envió una carta de bienvenida, no recibió ningún apoyo suyo, a punto de perder el fluido de la vacuna el director le comunico al gobernador que: «había un inminente peligro de perder el tesoro que había costado tantas tribulaciones». Iturrigaray reacciono y recluto voluntarios del ejército para ser portadores de la vacuna, Balmis decepcionado por el comportamiento de las autoridades y ante la apatía de la población, creyéndose enfermo de disentería partió para ciudad de México.
Lo que ocurría es que la vacuna ya había llegado procedente de la Habana entre cristales lacrados, enviados por el doctor Romay en las fragatas O y Anphitrite a Veracruz, entonces Iturrigaray envió una comisión a cargo del doctor Alejandro García de Arboleya para que remitiera la vacuna entre cristales a la capital Novohispana a la mayor rapidez. En ciudad de México los enfrentamientos con el Virrey no se hicieron esperar, la llegada de la expedición antes de tiempo, hizo que se les alojara en una residencia que Balmis considero inapropiada para un emisario real. Pero su gran preocupación fueron los niños que habían traído la vacuna desde España y que ya estaban inmunizados, exigió al virrey que se cumpliera la orden del rey de mantenerlos hasta que pudieran valerse por sí mismos, alojándolos finalmente en el Real Hospicio de la Ciudad, nombrando como responsable de ellos a Cosme de Mier, solo Benito Vélez hijo adoptivo de Isabel Zendal quedó bajo la custodia de su madre, ninguno regreso a España, unos fueron adoptados por familias mexicanas, dos, Tomás Metitón y Juan Antonio, murieron y el resto permaneció en la Escuela Patriótica hasta su mayoría de edad.
Mientras, la campaña de vacunación continúo ante la apatía e indiferencia de la población, Iturrigaray no se mostró colaborador ante las quejas del director, le contesto que las cifras de vacunados que el director tenía eran inexactas y que le enviara el plan de vacunación que este le había prometido, Balmis redacto el plan que fue entregado al Virrey el 6 de septiembre de 1804 e incluía dos documentos, uno: “Los medios para el mantenimiento y la perpetuación de la preciosa vacuna en la ciudad de México” y otro sobre el establecimiento de un centro para la vacunación pública. Una vez recibidos los documentos por el Virrey, este decidió que antes de poner en marcha lo aportado por Balmis debía consensuarlo con médicos locales. Decepcionado por la falta de apoyo, nada más le quedaba por hacer en ciudad de México partiendo en dirección a Puebla, como venía sucediendo a lo largo de la expedición en Puebla de los Ángeles sucedió justo lo contrario a ciudad de México, la acogida de las autoridades fue muy buena creando la «Junta Central Filantrópica de San Carlos de Puebla», procediendo inmediatamente a vacunar a la población. El director como ya había hecho anteriormente y para abarcar más territorio volvió a dividir la expedición, comisiono a García Arboleya para llevar la vacuna a Oaxaca, Guadalajara de las Indias, Zacatecas, Durango, Valladolid, San Luis Potosí y las Provincias Internas, regresando Balmis al cabo de dos meses a ciudad de México para preparar el viaje a Filipinas.
Las desavenencias con el Virrey se recrudecen retrasando este último todo lo que puede el viaje, llegando a decir que si ya hay constancia de la vacuna en Filipinas la expedición es innecesaria, en esta discusión estaban cuando arribo la fragata Concepción, cuyo capitán informo que en Filipinas no había vacuna. Tras muchos avatares por fin la expedición pudo embarcar en el navío de transporte de pasajeros San Fernando de Magallanes, con 26 niños a cargo como siempre de la leal y abnegada Isabel Zendal rumbo a Filipinas. A pesar de todas las tribulaciones pasadas, algunos historiadores cifran hasta 100.000 personas vacunadas, dejando una estructura sanitaria alrededor de las Juntas de Vacunación.
Para transportar la vacuna a Filipinas, Balmis ya no tiene a los niños que le acompañaron desde España, así que solicita niños a las autoridades y al final 26 son los elegidos para continuar la expedición:
-Juan Nepomuceno Torrescano, Juan Josef Santa María, Josef Antonio Marmolejo, Josef Silverio Ortiz, Laureano Reyes, Josef María Lorechaga, Josef Agapito Ylan, Josef Feliciano Gómez, Josef Lino Velázquez, Josef Ignacio Nájera, Josef María Úrsula, Teófilo Romero, Félix Barraza, Josef Mariano Portillo, Martín Marqués, Josef Antonio Salazar, Pedro Nolasco Mesa, Josef Castillo Moreno, Juan Amador Castañeda, Josef Felipe Osorio Moreno, Josef Francisco, Josef Catalino Rivera, Buenaventura Safiro, Josef Teodoro Olivas y Guillermo Toledo Pino,
La travesía a través de Pacifico no fue tal y como había acordado el director, los niños fueron alojados al fondo de la bodega: “Estuvieron mui mal colocados en un parage de la Santa Bárbara lleno de inmundicias y de grandes ratas que los atemorizaban, tirados en el suelo rodando y golpeándose unos a otros con los vayvenes”, el continuo contacto entre los niños creó vacunaciones no deseadas llegando a estar inoculados siete niños a la vez, lo que estuvo a punto de echar a perder de nuevo la expedición, además una mala alimentación los debilito tanto la salud, que hubo que lamentar el fallecimiento de Juan Nepomuceno Torrescano. Tras una escala en las islas Marianas los expedicionarios llegaron a Manila el 15 de abril de 1805, tampoco hubo aquí recibimiento oficial, siendo al final el Ayuntamiento el que se encargaría de dar alojamiento a la expedición, como ya había sucedido anteriormente las autoridades no actuaron como debían, solo los estamentos más bajos como el Deán Catedral, o el Sargento Mayor de la milicia los ayudaron mostrándose partidarios de la vacuna y gracias a ellos esta empezó a introducirse entre la población nativa, se creó el preceptivo el Consejo de la Vacuna, un centro de vacunación y un reglamento de cómo actuar con la vacuna: “Reglamento para mantener y perpetuar la preciosa vacuna en estas Islas”.
En Filipinas encontramos a un Balmis agotado por los viajes y enfermo de disentería, se siente sin fuerzas para volver a España y solicita destino en un clima más propicio, pero abnegado en su labor y sabiendo que la vacuna no había llegado a China solicita permiso para ir a la colonia portuguesa de Macao siéndole concedido, vuelve a dividir la expedición dejando en Filipinas al ayudante Antonio Gutiérrez encargado de seguir con las vacunaciones y de volver a Nueva España para devolver los veintiséis niños que habían llevado la vacuna a sus familias. También se despide de la imprescindible enfermera Isabel Zendal, que no le acompaña a Macao y regresa a Nueva España junto a su hijo, estableciéndose allí y no regresando a España, Balmis la elogia diciendo de ella: “La miserable Rectora que con el excesivo trabajo y rigor de los diferentes climas que hemos recorrido, perdió enteramente su salud, infatigable noche y día ha derramado todas las ternuras de la más sensible Madre sobre los 26 angelitos que tiene a su cuidado, del mismo modo que lo hizo desde La Coruña y en todos los viajes y los ha asistido enteramente en sus continuadas enfermedades”.
La labor de Isabel Zendal o Sendales pues no queda claro su apellido ya que Balmis aporta más confusión nombrándola de distinta manera en varios documentos, es inapreciable; mujer en un mundo de hombres y rodeada de ellos, fue pieza clave a lo largo del itinerario de la expedición, su apoyo total a la misión como ayudante, enfermera, cuidadora, educadora y madre al fin de unas criaturas que encontraron en ella la atención, el cariño y el amor que no habían conocido. Ella permitió que el director y sus ayudantes se dedicaran únicamente a su labor doctoral, consagrándose en cuerpo y alma al cuidado de los niños que sometidos a los vaivenes de la navegación, cambios de climas, confinados en un habitáculo y separados de los demás los dos que portaban la vacuna para evitar contagios, solo la tenían a ella. Isabel al igual que Balmis y la expedición entera cayo en el olvido hasta que en 1950 la OMS, la Organización Mundial de la Salud la rescato reconociéndola como la primera enfermera de la historia en misión internacional y 1974 el gobierno de México concede el Premio Nacional de Enfermería Cendala Gómez en su honor.
Además de Isabel Zendal y de Lady Mary Worthey Montagu hay más mujeres ilustradas que apoyaron la expedición quedando en el anonimato, como María Bustamante que desde Puerto Rico fue a Cuba con su propio hijo y dos pequeñas criadas inoculados, trabajando con el medico Tomas Romay o Nicolasa de Cuevas, esposa del abogado Francisco Mancebo, que ofreció su propia casa desinteresadamente para que pudiera llevarse a cabo la vacunación, sin olvidar a las tres niñas esclavas portadoras de la vacuna, sin las cuales la expedición no hubiera podido seguir adelante.
Balmis a bordo de la fragata Diligencia se dirigió a Macao, el viaje como ya había ocurrido anteriormente no fue un paseo, un tifón estuvo a punto de naufragar la nave, el propio Balmis nos cuenta: “En pocas horas desmanteló la fragata, con pérdida del palo de mesana, jarcias, tres anclas, el bote, la lancha y veinte hombres extraviados; no había uno entre nosotros que no esperase por momentos ser sepultado entre las olas del mar”. Por fin amaina el temporal y llegan a Macao. Como no está en territorio hispano pide ayuda a la Real Compañía de Filipinas para que le pongan en contacto con las autoridades locales y aunque no tuvo la respuesta esperada si contó con el apoyo del Obispo de Macao, Miguel Arriaga Brun de la Silveira, aunque solo vacuna a 22 niños. Como ya había hecho a lo largo de su periplo, instruye a varios médicos locales sobre la vacunación y tras cuarenta días parte hacia Cantón en China con un solo niño portador del fluido. Las trabas puestas por las autoridades chinas y la falta de ayuda de la Real Compañía de Filipinas hace que no pueda desarrollar la vacunación, curiosamente y cuando todo se creía perdido, la ayuda va a venir de parte del enemigo (España e Inglaterra estaban en guerra), los agentes de la British East India Company se interesaron por el proyecto y comenzó a vacunar el 12 de diciembre de 1805, “a esta sesión vacunal asistió gran número de chinos de todas clases, edades y sexos” y Balmis pudo afirmar: “el gusto de ser el primero que introdujese la vacuna en el Imperio Chino”. También comento irónicamente: “que los intereses comerciales de la Corona británica habían recibido un regalo por parte del Rey español”.
Regresó a Macao ya con el objetivo claro de regresar a España, aun así su estancia en China no había sido infructuosa, al margen de las vacunaciones realizadas, acopia unos 10 cajones de las más apreciables plantas de Asia, “para trasplantarlas y enriquecer el Real Jardín Botánico” de Madrid y más de 300 dibujos y láminas de plantas, toda esta documentación se conserva en el Archivo General de Simancas y en el Real Jardín Botánico de Madrid, por desgracia su diario de navegación, documento principal para conocer toda su aventura, desapareció cuando su casa madrileña fue saqueada por las tropas francesas durante la Guerra de la Independencia.
Desde Macao embarca en el navío portugués Bom Jesus de Alem con destino Lisboa, acuciado por problemas económicos consigue por fin los 2500 pesos del pasaje gracias a la ayuda de un agente de la Real Compañía Filipina en Cantón, que se los presta a cambio de reembolsárselos de las arcas reales al llegar a España. Al enterarse que el Bom Jesus de Alem en su singladura haría una escala en la isla de Santa Elena, guarda entre cristales una muestra de la vacuna para una vez arribar allí, solicitar a las autoridades británicas permiso para vacuna a la población de la isla. Una vez llegados a Santa Elena se pone en contacto con el gobernador, Robert Patton, que le recibe con reticencias, tiene que dar una serie de conferencias a las autoridades y médicos ingleses de la isla, para finalmente convencerlos demostrando que la vacuna es de origen inglés, de un médico llamado Edward Jenner. Obtenida la autorización del gobernador al fin, vacunaron a todos los niños de la isla. Antes de partir, Patton, invito a cenar a Balmis y le enseño un paquete sellado que había llegado tiempo a tras a la isla desde Inglaterra, al abrirlo en su interior había una porción de linfa con instrucciones de cómo usarla de la mano del propio Jenner.
Partieron de Santa Elena ya con rumbo definitivo a Lisboa, a donde llegaron el 14 de agosto. De inmediato Balmis se puso en contacto con el ministro Caballero, solicitando dinero para trasladar todas las cajas que traía a Madrid con destino al Jardín Botánico y regresar el mismo para dar cuenta al rey. Dejo todo el material custodiado en la embajada española en Lisboa y partió hacia Madrid. El rey se encontraba en el palacio de la Granja de San Ildefonso a donde llego Balmis el 7 de septiembre de 1806. Carlos IV le felicito y se alegró del éxito alcanzado, finalizando aquí la expedición después de dar la vuelta al mundo llevando la inmunidad ante enfermedad más mortífera de la humanidad.
Hoy día poco a poco se ha ido sacando del olvido la gran hazaña que fue la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, en el periodo de tres años se cree que fueron vacunadas 250.000 personas a las que hay que sumar otros cientos de miles vacunados por los médicos formados por Balmis y sus ayudantes.
Es el triunfo de la formación científica, del trabajo en equipo y del altruismo, aunque el mérito lo acaparo Francisco Xavier Balmis, no se hubiera logrado tal éxito sin la profesionalidad de José Salvany, Isabel Zendal, Grajales, Gutiérrez, Francisco Pastor, Lozano, Bolaños, Antonio Pastor y de Ortega, los cuales nunca desfallecieron ante todas la dificultades que se les presentaron, dificultades que vinieron no solo por los peligros de las travesías y caminos de un territorio tan extenso como diverso, sino sobre todo de las propias autoridades que por interese propios, políticos en unos casos y económicos en otros, estuvieron en más de una ocasión a punto de hacer fracasar la misión. Reconocer también el acierto al dividir la expedición en varias más, consiguiendo extender la vacuna mucho más rápidamente y abarcar la casi totalidad del territorio. Hay que destacar también el apoyo de la corona, en un reinado tan decadente como fue el de Carlos IV, su implicación fue decisiva para que la expedición saliera adelante.
Jenner, el descubridor de la vacuna, dijo sobre la expedición : “No puedo imaginar que en los anales de la historia se encuentre un ejemplo de filantropía más notable y más amplio que éste”.
El geógrafo naturalista y explorador Alexander von Humbodt señaló de ella: “Este viaje permanecerá como el más memorable en los anales de la historia”.
El legado dejado para la humanidad por la expedición, junto con el propio descubrimiento de la vacuna, es difícilmente superable, su hazaña debería de estudiarse y recogerse en todos los libros de historia y no solo de España o de América, sino del resto de países del mundo ya que la viruela es la única enfermedad erradicada de la humanidad, el 8 de mayo de 1980, la XXXIII Asamblea de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en Ginebra, aceptó el “Informe final de la Comisión Global para la certificación de la erradicación de la viruela”, declarando que “todos los pueblos” estaban “liberados de la viruela”.
*“Filantropía: procurar el bien de las personas de manera desinteresada, incluso a costa del interés propio”
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