Así pues, recordando aquella vieja canción de “Gracias a la vida”, siempre interpretada magistralmente por su autora, la gran Violeta Parra, me vino a la mente lo increíblemente bella que puede ser la vida si el corazón de los seres humanos tan solo alberga solidaridad y bien común en lugar de individualismo puro y duro.

Y es que abrir los ojos y empezar a percibir todos esos estímulos que nos transmiten nuestros cinco sentidos nos puede llegar a convertir en seres no solo esperanzados, sino también ilusionados por poder compartir con nuestros semejantes todas esas bellas sensaciones que sentimos por dentro.

Porque la fiesta de los sentidos nos introduce en un mundo sublime. Un mundo en el que nuestras pupilas nos descubren bellos paisajes a la vez que el oído y el olfato nos transmiten arrebatadoras melodías y sugerentes fragancias. Pero igualmente el tacto y el gusto son capaces de sumarse al festín haciendo que nuestras papilas gustativas se introduzcan en una delicada orgía de increíbles sabores, al tiempo que nuestras propias manos se entremezclan con las de nuestros semejantes para sentir por dentro el placer que significa no sentirse solo, percibiendo así ese calor humano que apacigua nuestros miedos y da rienda suelta a nuestras esperanzas.

Sí, la vida, esa gran travesía que se convierte en maravillosa cada vez que abandonamos nuestro egoísmo extremo y pensamos más en compartir y en aprovechar los sugerentes estímulos que los sentidos hacen llegar a nuestro cerebro. Sentimientos, en definitiva, que todos podemos sentir y hacer sentir a los demás siempre y cuando en nuestra mente prevalezca ese pensamiento de que estamos en este mundo de paso y, por lo tanto, más vale saber que no somos únicos y que los demás, al igual que nosotros mismos, necesitan sentir esas mismas emociones para llegar a percibir lo maravillosa que puede ser, realmente, la vida.

Abramos pues nuestros sentidos, pero, a la vez, no contribuyamos a destruir las esperanzas de esos otros que, en definitiva, son también nuestros hermanos aunque su piel, su lengua y sus costumbres sean diferentes a las nuestras.

¡Vivamos y dejemos vivir! Es la única forma de dar gracias a la vida.