EL RAYO QUE NO CESA
Cuando se visitan países del Tercer Mundo –sobre todo africanos – si somos capaces de aparcar el mero interés turístico y adentrarnos en la vida de las gentes que nos reciben, percibiremos en sus rostros y en sus gestos, más allá de las camisetas y las frutas que nos ofrecen, el esfuerzo por sobrevivir y la lacra de la enfermedad. Cada año el sida, la malaria o paludismo, el tifus, la enfermedad del sueño y la tuberculosis matan a millones de personas. Sirva de ejemplo que, según una noticia publicada en la página web de la empresa farmacéutica Novartis el pasado mes de mayo, cada 30 segundos muere un niño en África de malaria. Mientras esto ocurre, en occidente, comentamos las fotografías de las últimas vacaciones.
Estas enfermedades, algunas tan viejas como la Historia, otras tan nuevas como los experimentos de laboratorio, tienen su remedio: fármacos capaces de erradicar, evitar o paliar estas pandemias.
Sin embargo, en ocasiones, estos fármacos están por su precio fuera del alcance de las naciones pobres. Conociendo su formulación, estos medicamentos podrían ser fabricados por los países afectados; no obstante, las multinacionales son muy remisas a la hora de liberar las patentes y cuentan con derechos jurídicos y comerciales, escudados en los elevados costes de investigación y desarrollo. Al mismo tiempo manifiestan que los precios de sus productos se abaratan cuando son destinados a geografías pobres, con lo que renuncian a gran parte de sus beneficios en pro de la salud global.
Cada 30 segundos muere un niño en
África de malaria
Las ONG, sobre todo las que operan en el campo de la salud, denuncian constantemente el abandono y el desinterés y las falacias de algunos laboratorios farmacéuticos que anteponen su negocio a la salud mundial, buscando beneficios escandalosos a costa del sufrimiento de los más pobres.
LA HISTORIA EMPIEZA EN DOHA Y EN CANCÚN
En el 2001 a orillas del Golfo Pérsico en la ciudad de Doha en Qatar, la Organización Mundial de Comercio propuso la posibilidad de que cada país interpretara como sus leyes lo permitieran los Acuerdos sobre los Derechos de la Propiedad Intelectual referentes al Comercio Internacional. Lo que era un gran avance para la salud del Tercer Mundo, puesto que abría las puertas de la fabricación interior, quedaba en agua de borrajas ya que los estados que deciden aceptar las reglas de la OMC, quedan asimismo obligados por sus reglas; una de las cuales especifica que los productos farmacéuticos deberán ser adquiridos a quien detecte la propiedad intelectual y, por supuesto, al precio que decida el vendedor.
A pesar de que la famosa Declaración de Doha insinuaba la permisibilidad para fabricar genéricos si el gobierno afectado o una organización de carácter internacional detectaran una emergencia o un caso de extrema urgencia así lo demandara, la práctica ha estado llena de problemas. Y eso que se preveía una compensación del 4% de las ventas totales para el propietario de la patente.
En Agosto de 2003, la propia OMC llegó al acuerdo de que los países pobres pudieran importar medicinas genéricas a un costo más bajo con el objeto de erradicar epidemias. El convenio fue firmado por 146 estados miembros de la OMC. Los principales actores de estos conciertos fueron, por un lado Estados Unidos, que controla algunas de las grandes empresas farmacéuticas y por otro, India, Sudáfrica, Kenya y Brasil. El acuerdo dejó insatisfechos a las naciones afectadas y a las ONG porque excluyó a enfermedades importantes y mantuvo los derechos de las empresas del sector protegidos por sus patentes. En teoría se habían producido algunos avances como el plazo del 2016 para los países pobres en la regularización de sus leyes nacionales para la protección de las patentes de estos productos. En la práctica esto ha desembocado en graves problemas de salud, provocando el empobrecimiento de las industrias farmacéuticas locales.
A pesar de acuerdos, promesas y manifestaciones – sobre todo si son gratuitas – los grandes laboratorios mantienen sus derechos sobre las patentes, evitando la producción de genéricos. El porqué de esta decisión es claro, el negocio del sector genera beneficios millonarios que se verían en parte paliados por productos genéricos que además abaratarían los precios por el efecto de la competencia. Aunque para evitarlo Estados Unidos no se cansa de pedir que se endurezcan las sanciones para evitar que aquellos países que fabrican genéricos, puedan exportarlos.
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LOS DERECHOS DE LOS LABORATORIOS
Las patentes conceden el derecho de propiedad intelectual al que registra un producto, en el caso que nos ocupa un producto farmacéutico. Y matizamos lo de registrar puesto que, en ocasiones, ni es el descubridor, ni el que ha desarrollado el producto. Existe en la medicina tradicional – cada vez hay más médicos en desacuerdo – la idea de que los productos de laboratorio son la panacea para las enfermedades que acosan a la Humanidad, sin tener en cuenta otras medicinas alternativas. La verdad es que son los productos naturales los que conforman la base de la formulación de la mayoría de los productos acabados que se comercializan. La mezcla sabia y equilibrada de los componentes naturales, dan lugar al eficaz remedio que permitirá la sanación del enfermo. Puede proceder de una fórmula de botica, de una casualidad o incluso del espionaje industrial; sin embargo, la cosa está clara: el primero que registra la solución curativa es el propietario de la patente por un período de 20 años. Este derecho incluye el que el producto registrado no podrá ser elaborado, distribuido o comercializado sin la autorización del titular de la patente. A partir de su término la protección sobre el producto finiquita y pasa al dominio público.
Sin embargo, los propietarios de los dominios han encontrado otro tipo de formulación para salvar esta justicia legal que otorga el tiempo, añaden a sus fármacos nuevos componentes y legalizan una nueva patente.
¿Cuántos de esos millones irán a parar a los grandes laboratorios y que alcance tendrían esas aportaciones si se destinaran en la fabricación de genéricos en los lugares afectados por la pandemia?
Como estamos ante un negocio de gran calado, la mayoría de los productos farmacéuticos están destinados a las necesidades del mundo rico. Los países pobres y en desarrollo representan el 80% de la población global y sólo representan algo más del 20% de las ventas. La famosa investigación y desarrollo de las industrias del sector se concentra en los productos demandados por las sociedades ricas y además es totalmente falso que sean a cuenta exclusiva del bolsillo de las multinacionales, la mayoría de sus países subvencionan no sólo los proyectos de I+D, también la renovación de equipos y la contratación de empleados. Como decíamos, todo un negocio. ¿No podrían estas multinacionales llevar sus laboratorios de investigación a los lugares donde proliferan las enfermedades a tratar?
Hubo un intento de la ONU para crear un Fondo Mundial con que enfrentarse al sida, la malaria y otras enfermedades, en parte abortado por los países occidentales por su escasa aportación económica. Ahora nos topamos con la noticia de que en la última reunión del G-8 los países más industrializados de este desequilibrado planeta y la madre Rusia aportarán 60.000 millones de devaluados dólares para combatir el sida, la tuberculosis y la malaria en el continente africano. La pregunta es la siguiente: ¿Cuántos de esos millones irán a parar a los grandes laboratorios y que alcance tendrían esas aportaciones si se destinaran en la fabricación de genéricos en los lugares afectados por la pandemia?
LOS PRECEDENTES DE BRASIL
Son varios los países demandados y presionados por las multinacionales farmacéuticas. Está todavía pendiente de sentencia el último conflicto de la India con Novartis. El juicio se aplazó hasta el 23 de marzo pasado y a pesar de que parlamentarios europeos y el propio gobierno indio pidieron a la multinacional suiza que retirara su demanda contra la ley india de patentes, el director de la compañía farmacéutica mantuvo la postura de mantener la acción legal. Ni las peticiones de distintas autoridades ni las de Médicos Sin Fronteras y OXFAM, consiguen que Novartis desista. India que se autodenomina como “la farmacia del mundo en desarrollo” exporta el 70% de su producción a los países en desarrollo.
Por su parte Novartis publicita que ha enviado 4,7 millones de su antimalárico a Tanzania y matiza que este envío forma parte de un esfuerzo a nivel mundial por facilitar, sin ánimo de lucro, el acceso al tratamiento a pacientes que vivan en países donde la malaria es endémica.
Lo cierto es que la morbimortalidad de la malaria está aumentando en los países en vías de desarrollo, eso es debido a que sin el tratamiento continuado, surgen parásitos resistentes a los fármacos ya utilizados, para los que se precisan nuevos productos que a su vez precisan – perdonen la hipérbole – nuevas patentes.
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LA DECISIÓN DE LULA
Con todo lo expuesto llegamos al tema anunciado al principio de este informe. La decisión del presidente brasileño de autorizar la fabricación y la importación de genéricos del retroviral Efavirez, fabricado por Merck conmovió a las gentes que precisan del fármaco pero también a las compañías que se sienten en peligro. Los laboratorios Merck Sharp&Dhome, el tercero en el mundo en facturación, ofreció al gobierno de Lula una reducción del 30% sobre el precio de su producto. El ministro de Sanidad, José Gomes, rechazó la propuesta y autorizó la licencia para la fabricación; otra posibilidad abierta es la de importar un genérico producido por un laboratorio de la India.
Inmediatamente Intermón Oxfam, Farmacéuticos Mundi y Médicos sin Fronteras elogiaron la decisión de Brasil de liberar la patente argumentando que es un derecho de los países pobres.
SIGUIENDO EL EJEMPLO
Pocos días después, el 13 de junio, el ministro de Salud de Argentina, González García, anunciaba que su país trabajará conjuntamente con Brasil para fabricar un genérico contra el sida. El ministro realizó las declaraciones en un encuentro internacional donde se reunieron más de 3.000 representantes de organizaciones de salud de los países del continente americano que tomaron buena nota del tema.
Parece ser que también Tailandia pretende la liberación de una patente farmacéutica contra el sida. Cabe recordar, como decíamos anteriormente, que la liberación de una patente está permitida cuando el país que la efectúe declare como emergencia sanitaria la epidemia a la que va destinada el fármaco patentado.
La suerte está echada. La eterna discusión sobre los derechos de los seres humanos y la libertad de acción empresarial no puede tomar como paradigma la salud. Hay mucho en juego, tanto, como la vida de millones de personas.