Debemos a los escritos y activismo del intelectual y político del sarayaku, el antropólogo Carlos Viteri, el acceso a estos documentos. En Viteri se da el puente de encuentro entre lo indígena ancestral y la cultura contemporánea ecuatoriana. Lo que a través de él emergía era una alternativa autóctona, un proyecto indígena e indigenista, frente a las políticas del desarrollo y de la modernización importadas al continente desde fuentes hegemónicas Occidentales. Además, Viteri logró introducir el sumak kawsay en las Universidades del Ecuador, traduciendo esta habla a la fórmula del “buen vivir”.
Los indígenas y la totalidad de gentes que conforman los elementos habitantes del territorio, en un mismo plano de las vidas, son testigos participantes del sumak allpa o “tierra prodigiosa sin mal”, como la forma de habitación en medio de las selvas. La “armonía” -palabra que habremos de conocer mejor-, aparece en la conversación permanente del kichwa con la Naturaleza de sus territorios. A ella pertenecen en el ligamento con los espíritus de los lugares, que, a su vez, son parte de la comunidad, integralmente las distintas “personas” del territorio.
La llegada de los humanos blancos constituye una alteración mayor de esta pertenencia a una “armonía”. Uno de los elementos centrales de sentido en la cosmovisión indígena, que se choca con lo occidental moderno, consiste en su forma de un tiempo circular donde no hay lugar para una noción como el desarrollo en el sentido del progreso, tampoco para un proceso de tiempo lineal y acumulativo -con una mención cuantitativa-. No existe la percepción del tiempo con un pasado y un futuro, como anterior y posterior, y menos que este proceso sea el necesario para que los humanos se acerquen a algo así como el bienestar de la existencia.
El buen vivir contiene un elemento espiritual que trasciende la satisfacción de las necesidades básicas, y, al mismo tiempo, con/funde la vida cotidiana con lo que nosotros llamaríamos un ideal. La vida en el sumak kawsay se comprende desde la acción en los rituales, como experiencia que llamaríamos performativa de los valores. No corresponde a la interpretación de una subjetividad que describe desde un alma interna su modo de vida y el mundo.
El sumak kawsay, entonces, ha de darse en un territorio particular como un cosmos en el que interactúan sin fracturas lo profano con lo sagrado -los espíritus del lugar-; la existencia cotidiana con la de los dioses. La “armonía” es expresada en los mitos de los pueblos. Este sumak kawsay tiene el sentido de una serie de lo que llamaríamos virtudes: fortaleza, sabiduría, perseverancia., etc. El ser humano se constituye en su humanidad en la educación de ellas, por medio del relato de los mitos y la experiencia directa de la selva.
“Respeto” quiere decir interacción con lo sagrado de un lugar o de alguien de ese lugar. La sociedad aparece como la práctica misma de ciertos lazos comunitarios preestablecidos de la solidaridad, la generosidad y la reciprocidad. En estas categorías es como nos es posible hablar de la existencia de los kichwa, con los prejuicios inevitables de nuestro mundo moderno.
El sumak kawsay lo entendemos mediante una categoría como la de “filosofía” de la vida en el entorno preciso, completo y complejo de la Naturaleza. Carlos Viteri habría sido el adelantado en la traducción de una forma de existencia que actualmente está llamando la atención más allá de Ecuador y Bolivia, junto con la intuición de que algo no marcha en las sociedades modernas –algo que está, para nosotros, como definitivamente desequilibrado. La síntesis de la herencia indígena con las necesidades culturales e históricas del presente, nos tienen aquí escribiendo sobre algo que comprendemos sólo aproximadamente, porque no habitamos la tierra de los kichwa que dicen del sumak kawsay, y habitamos las tierras mestizas latinoamericanas.
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