Como verán, la créeme de la créeme mundial se reunió para dialogar y pasear sus ternos y sus corbatas, porque es casi imprescindible llevar la prenda de marras. Al margen de los lujosos vestidos de las damas y los ternos de los caballeros en cóctel final del sábado, lo que más destacó en el vestuario de este año fueron los calcetines del primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, rojos y llenos de calaveras con las dos tibias cruzadas; probablemente regalo de alguno de los banqueros asistentes.

Los debates, conversaciones,  refrigerios y las cenas privadas entre los asistentes, se celebraron en el exclusivo Steigengerg Gran Hotel Belvédère. La ciudad estaba asegurada y cerrada a cal y canto para evitar incidentes; protegida por 1.500 policías y gran número de guardaespaldas y “seguratas”. Contaban además con el apoyo de 3.000 aburridos soldados suizos; una docena de ellos  fueron retirados del servicio por consumir drogas, cannabis y cocaína. ¡Lo que hace el aburrimiento!

Toda esta parafernalia permitió a los líderes mundiales dialogar sobre nuestro futuro, el de todos. Sin embargo, este año, banqueros y financieros han dejado de ser las estrellas del Foro de Davos. En la cena organizada por el banquero estadounidense Morgan Stanley – era obligatorio vestir traje y corbata para asistir –, se le oyó decir: Antes éramos los reyes de Davos, todo el mundo quería venir a nuestras fiestas y éramos convocados a todos los debates para dar nuestra opinión. Hoy las estrellas de Davos son las firmas tecnológicas.

Del maratón de reuniones y encuentros se llegó a una conclusión que apuntó el mismísimo cerebro del evento, Klaus Schwab: Estamos ante la Cuarta Revolución Industrial. Y esto, amigos míos es realmente importante. No lo es porque a algún jefe de estado se le viera jugando con visores de realidad virtual, esa que nos están vendiendo los últimos años en forma de crisis; tampoco porque el más popular del foro fuera el robot Hubo, el coreano humanoide llamado a sustituir a muchos trabajadores; lo fue porque – como apunta en su libro Schwab -, la tecnología tendrá un impensable impacto en el mundo del trabajo cambiando las condiciones laborales. Estamos frente a la cuarta revolución industrial. Y, sin lugar a dudas, como ocurrió en las anteriores, afectará a la economía a la política y al ser humano.

De que sea positivamente o negativamente no depende de las reuniones de Davos ni de las palabras temblorosas de Francisco González, presidente de BBVA, quien ha afirmado en el foro que: España necesita de un gobierno estable, que no piense en utopías, que luego crean mucha frustración. La bondad o la miseria de los futuros cambios depende de nosotros. Recuerden que las famosas revoluciones industriales han traído avances en la producción y en la tecnología pero, al mismo tiempo, niños trabajando desde los once años, explotación de la naturaleza y el triunfo del odioso capitalismo.

No nos hace falta la reunión de Davos para saber que, ante la pasividad de las revoluciones populares, el capital prepara su propia revolución. Un cambio importante para que todo siga igual. Para que Christine Legarde siga siendo directora gerente del Fondo Monetario Internacional, pese a sus probables negligencias. Para que los mismos políticos sigan con las mismas soluciones.

No importa que HUBO trabaje como un burro-robot en las fabricas y en las minas, siempre y cuando sea para beneficio de la Humanidad y cotizando en la Seguridad Social; y no sólo para los asistentes a Davos. No importa que los aeropuertos, las gasolineras, las minas, la construcción, la industria, la medicina y la seguridad sean controladas y esforzadas por artilugios tecnológicos, siempre y cuando lo sean en beneficio de todos y no sólo de unos cuantos. A todos no gustaría la jornada de cuatro horas, sin trabajos peligrosos e insalubres y con sueldos de ocho; con tiempo de sobras para dedicarlo a la familia, al estudio o al ocio. Sin explotaciones.

Cuando el “amigo” Francisco González pide un gobierno estable y sin utopías, no piensa en nosotros sólo piensa en ellos, en los de siempre. Si amigos, se acerca una Revolución, que sea la de ellos o la nuestra depende de nosotros. Seamos consecuentes y pidamos lo imposible: la denostada utopía.