Jacqueline Sauvege culpable del asesinato de su esposo en el 2012 y a la que todavía le quedaban aún por cumplir 2 años y cuatro meses de prisión, ha recibido la gracia por parte del presidente por considerar que el suplicio de 47 años de convivencia con un maltratador habían supuesto suficiente pena. La opinión pública francesa ha recibido con júbilo la medida ya que el caso de Jacqueline contaba, en su defensa, con un gran respaldo popular con más 380.000 firmas peticionarias del indulto.

La noticia es muy significativa puesto que evidencia la sensibilidad de la sociedad francesa y europea ante los casos de maltrato. Pero hay otras caras de esta historia que también deberían tenerse en cuenta. En primer lugar  preguntarnos: ¿cómo alguien puede resistir 47 años al lado de una persona que la maltrata física y síquicamente? La respuesta a esta cuestión tiene muchas aristas.

Me temo que la primera razón es la dependencia económica, seguida de la de los hijos comunes, la de la opinión social, el miedo; incluso los acatamientos religiosos o un malentendido amor. Cualquiera de esos motivos puede obligar a mantener una relación tormentosa peor que una cadena perpetua. Es imprescindible la denuncia contra las extorsiones morales y las agresiones físicas vengan de quien vengan y que la acción policial y la de los tribunales sea rápida, efectiva y justa. Tiene que ser la sociedad en general y sus mecanismos legales quienes apoyen a las víctimas, y castiguen los excesos  del atormentador sin que tenga que llegar nadie al extremo de madame Sauvage.

Lamentablemente, muchas gentes que sufren lo ocultan hasta que no tiene remedio; y otras quitan hierro a la situación excusándose a sí mismas. Para ambos casos hay  sólo una solución: la ruptura. Acabar con la relación antes de que se deteriore, se pudra y que el conflicto termine en drama. Romper con el maltratador antes de convertirse en su víctima. Aunque sea muy duro hacerlo. Defender la dignidad… y la vida.