El gran crecimiento económico de las últimas décadas ha planteado la ciudad como un negocio para unos y como un producto de usar y tirar para otros. Los espacios urbanos y el territorio con sus recursos naturales se han entendido como un bien mercantil exclusivamente. En Europa se pierde cada año una superficie de suelo superior a la de la ciudad de Berlín debido a la expansión urbana y a la infraestructura de transportes. Esta tendencia insostenible pone en peligro la disponibilidad de suelos fértiles y de aguas subterráneas para las generaciones futuras.

Los gobiernos municipales y nacionales han cedido al régimen inmobiliario como fórmula de riqueza y bienestar. La inversión pública se ha centrado en las grandes redes de comunicaciones tanto a nivel nacional como metropolitano. Esto ha posibilitando un crecimiento acelerado y disperso de la ciudad, que ha convertido la vivienda particular en un producto especulativo.

La arquitectura siempre ha pervivido a varias generaciones, la vivienda se transformaba para habitarse según un modelo de vida, pero con la aceleración de las últimas décadas esto se ha modificado. La pérdida de identificación con el lugar, la era digital y el ocio relacionado con el consumo posibilita una población desarraigada a la que importa menos el entorno donde vive.

El actual momento de crisis presenta una oportunidad de realizar una observación atenta, tanto en el ámbito científico como en el profesional, de lo construido hasta ahora en nuestras ciudades y barrios. Es necesario el análisis de propuestas distintas en tiempo, espacio y planteamientos y que sin embargo conviven en el presente para sus habitantes. Ya no tanto para hacer nueva ciudad en otro lugar, sino para reutilizar y reinventar la existente.

Dentro de las nuevas definiciones para una nueva visión de la ciudad estaría el término ecociudad. Aunque los términos ecobarrio o ecociudad están en proceso y en conflicto, puesto que no hay una definición consensuada, sí podemos hablar de unos principios fundamentales que los rigen en tres aspectos fundamentales: sostenibilidad, estructura urbana y sostenibilidad social.

Un desarrollo sostenible sería aquel que mantiene la calidad general de vida, asegura el acceso continuado a los recursos naturales y evita la persistencia de daños ambientales. En esta clave la sostenibilidad urbana pasa por priorizar la consolidación del territorio ocupado frente a la extensión de la urbe en terrenos naturales. Se necesitaría que los barrios fueran todo lo autosuficientes que pudieran respecto a sus necesidades energéticas, produciendo ellos mismos energía, siendo lo más eficientes posible en su utilización y reduciendo su consumo con sistemas pasivos. También se debería tender a una autogestión del ciclo del agua y un tratamiento de los residuos que reduzca su cantidad y fomente su reutilización o reciclaje.

Nada resulta más sostenible que aquellos proyectos basados en la recuperación y rehabilitación de barrios existentes. Estos barrios además cuentan con la ventaja de redes sociales consolidadas que permiten más fácilmente acciones comunitarias.

Otro factor fundamental para la sostenibilidad es el modelo de movilidad basado en la accesibilidad peatonal, ciclista y de transportes públicos. Desde esta perspectiva se deben recuperar en los barrios existentes estos modos de movilidad y tenerla en cuenta en aquellos barrios nuevos de la ciudad. La movilidad peatonal y ciclista no sólo supone una alternativa sostenible al vehículo privado y una mejora ambiental de las ciudades respecto a la contaminación, también supone una mejora para la salud pública de sus ciudadanos por el grado de sedentarismo al que nos conduce el transporte privado.

Dentro de la estructura urbana la ecociudad defiende el tejido compacto y con mezcla de usos. Esto favorece que la ciudad se use en todos los momentos del día y del año, y que tenga diversidad de actividades y también de personas. La zonificación de vivienda, trabajo y ocio ha generado hasta ahora, ciudades dormitorio sin vida durante el día, grandes atascos para conducirnos al lugar de trabajo y áreas comerciales congestionadas los fines de semana.

La sostenibilidad social supone el aumento de la calidad de vida de los habitantes de los barrios, así como que el entorno resulte óptimo para vivir. En este aspecto el reto está en valorar la diversidad de las personas que lo habitan, entendiendo que la complejidad del tejido humano es positiva. Todas las actividades desarrolladas para fomentar el conocimiento de vecinos y la creación de vínculos entre ellos generarán confianza para la utilización de los espacios comunitarios. El sentido de pertenencia potencia por un lado el uso y por otro la responsabilidad sobre los mismos. Un espacio público en el que vivir, entendido como una prolongación de la propia casa.

Por último habría que poner en crisis el modelo de gestión. Los ciudadanos se han distanciado de la toma de decisiones, sólo aspiran a comprar una “parcela” de la ciudad y a que con sus impuestos se solucionen sus problemas. Sin embargo los usuarios deberíamos asumir nuestra responsabilidad en la construcción de la ciudad. Estamos perdiendo las escalas de interlocución intermedias entre las organizaciones municipales y los ciudadanos. La reactivación de la ciudadanía sería necesaria para detectar problemas y proponer oportunidades en los distintos barrios de forma más efectiva, para hacer ciudad desde abajo cambiando los modelos de gestión unidireccionales.

 

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