Al margen de las políticas de apoyo a las mujeres maltratadas, que sufren, como todo en este país, los recortes presupuestarios del Gobierno, es más necesario que nunca la implicación real y absoluta de la sociedad para aislar y extirpar a los agresores. Por eso, cuando desde algunos sectores de fuerte influencia en la población se oye hablar de dignificar a la mujer, resulta sorprendente que sólo se trate de hacerlo por medio de la maternidad y que se pongan todos los recursos en acabar con el aborto al tiempo que se guarda un silencio cobarde ante la sistemática muerte de mujeres.

Llamándose esta sección ‘Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid’, es inevitable que los acontecimientos relevantes ocurridos en los alrededores de Pucela tengan especial influencia en su autor. El pasado miércoles, en el municipio vallisoletano de Medina del Campo, una mujer de 32 años quedaba en estado de muerte cerebral tras recibir un disparo en la cabeza por parte presuntamente de su expareja, con la que compartía un bebé de once meses. La víctima moriría al día siguiente.

María Henar ha sido la décimo séptima mujer asesinada por culpa de la violencia de género en España a lo largo de este 2014, un goteo continuo de muertes al que vergonzosamente parecemos estar acostumbrados. Y es preciso entonar el mea culpa, pues a veces no reaccionamos hasta que nos encontramos con un caso geográficamente cercano, como haya podido ser el de esta desdichada, que tuvo la desgracia de enamorarse en su día de un presunto desalmado que sólo ha aceptado el fin de la relación con el asesinato de la otra parte. Así debía de entender este miserable el amor.

Pero al margen de mostrar rabia e indignación por estos hechos, cabe preguntarse cómo una sociedad avanzada como suponemos que es la nuestra puede erradicar esta peste machista. Las políticas de igualdad y de apoyo a la mujer maltratada son un buen instrumento, aunque los recortes en el gasto público hayan hecho que se resientan. Quizá sea hora de dejar de delegar todo en la Administración y empezar a actuar como una sociedad madura, una sociedad que arrincone y extermine (de un modo metafórico) a los agresores hasta que los asesinatos de mujeres formen parte de un negro pasado. Es para ello fundamental la contribución de todos los agentes con influencia en la población, algunos muy activos en otras ocasiones para imponer a la ciudadanía sus preceptos morales.

Por ello yo me pregunto, ¿dónde está la Iglesia Católica ante el problema de la violencia de género? Es habitual ver a los obispos tomar los micrófonos y hasta la calle si es preciso para condenar y perseguir lo que ellos consideran la muerte de inocentes. Me estoy refiriendo, por supuesto, al aborto, una de las decisiones más difíciles que puede tomar una mujer y que los curas pretenden resolver de un plumazo decidiendo por la mujer y desentendiéndose luego de las consecuencias de su acción. Serán las madres, y no ellos, las que deban cargar con el fruto de una violación, con un niño que no puede desarrollar una vida plena y que está condenado a la dependencia de por vida, o con una boca que alimentar en el seno de una familia sin recursos, dentro de un país donde las desigualdades sociales son cada vez más grandes.

Todo para el nasciturus, pues la maternidad dignifica a la mujer, dicen ellos. ¿Pero qué hay de la vida de las madres? ¿Por qué no toman los micrófonos y la calle los prelados para condenar y perseguir a los asesinos? ¿Dónde están esas opiniones de Rouco Varela que nadie le ha pedido, como en el funeral de recuerdo por los fallecidos de los atentados del 11 de marzo? Se ve que a los ojos de Dios, o de su Dios, la vida de las mujeres adultas vale menos que la de un embrión.

Todo para la vida del nasciturus, pero que le den a la de la mujer. A fin de cuentas, es la portadora del pecado original, según la Biblia. Tal vez hasta se merezca lo que le pase, ¿no? Seguro que no, pero su incomprensible silencio ante este tema puede generar más de una duda. ¿Se evitarían las muertes si las mujeres se aplicaran el ‘Cásate y sé sumisa’?

Ante tanta infamia ensotanada, la próxima vez que se envuelvan en sus albas y casullas, y empleen el púlpito para hacer política, cuando se les ocurra hablar de dignificar a la mujer y sigan callando ante la violencia de género, mírense al espejo, reverendísimos monseñores, y si son capaces de continuar hablando sin sentir asco de sí mismos, sigan adelante con su vomitivo sermón.