El Tratado de Tordesillas y las bulas papales que pretendían solventar diferencias entre españoles y portugueses no consiguieron evitar un encendido debate sobre las tierras situadas en el antimeridiano: las Molucas, precisamente las islas de las especies tan ansiadas por todos ellos. Las reuniones de representantes de ambos países en Badajoz y Yelbes finalizaron sin acuerdo, aprestándose unos y otros a realizar movimientos que acreditasen su respectiva legitimidad.
Para ello en España se llegó a constituir en La Coruña una nueva Casa de Contratación específica para aquellas tierras tan lejanas.
La expedición de Loaisa y Elcano
También en La Coruña se preparó una armada “á la continuación y contratación de la especiería á las nuestras islas de Maluco” siguiendo la ruta de Magallanes. Carlos V nombró Capitán General de la misma a Fray García de Loaisa, nacido en Ciudad Real, comendador de la Orden de San Juan.
Seis naos y un galeón se aprestaron en el puerto de La Coruña; La “Santa María de la Victoria”, al mando del Capitán General Fray García Jofre de Loaisa, la “Santi-Spiritus” con el piloto mayor Juan Sebastián de Elcano, la “Anunciada”, la “San Gabriel”, la “Santa María del Parral”, la “San Lesmes” Francisco de Hoces, cuya navegación al sur del Estrecho ha dado lugar a interesantes hipótesis y la más modesta, el patache “Santiago”, de sólo 50 toneles, bajo el mando de Santiago de Guevara, con el capellán Juan de Areizaga, personajes ambos esenciales en esta historia.
Embarcó también Andrés de Urdaneta futuro descubridor del “tornaviaje” desde Filipinas. Tanto Guevara como Urdaneta – ambos vascos – participaron a instancias de su paisano Elcano.
Primera confusión: el Río de la Plata
Zarparon el 24 de julio del año 1525 navegando sin problemas hasta que llegaron al Río de la Plata el 29 de noviembre; la nao capitana desapareció inesperadamente en el horizonte. Las cinco naos restantes dejaron un mensaje al pie de una cruz en una isleta del río Santa Cruz anunciando que fondearían en el Estrecho, en el puerto de las Sardinas. No querían desaprovechar las semanas del corto verano.
El 14 de enero de 1526 entraban en el estuario del río Gallegos que confundieron con la boca del Estrecho y encallaron en la costa. Juan Sebastián de Elcano —que en ausencia del Capitán General ejercía el mando Supremo— ordenó al piloto Martín Pérez, al tesorero Bustamente, al lombardero Roldán, al clérigo Areizaga y otros hombres que en un batel establecieran si en verdad era el Estrecho, en cuyo caso debían encender tres fuegos.
Los exploradores de las riberas del río comprendieron que no era el Estrecho pero las desmesuradas diferencias del flujo y reflujo del mar, propias de la costa patagónica,les llevaron a engaño y la “Santi-Spiritus”, con su capitán Juan Sebastián de Elcano, “dió al través en la costa” y naufragó muriendo nueve tripulantes ahogados. Finalmente todas las naves tuvieron que resguardarse y varias piezas de artillería y gran parte de la carga fueron tiradas por la borda.
El Clérigo Juan de Areizaga a bordo del patache “Santiago” hace una descriptiva relación de los dramáticos acontecimientos: “Este mesmo día 14 de enero, en amanesciendo, se les entró una tormenta muy grande de mar y viento sudueste y oessudueste, donde dejó la nao Santi Espiritus las manzanas de la abita, y como las vide rompidas y dieron amor los ajustes, luego comenzó la nao á garrar sobre tierra, donde se perdió, y se ahogaron nueve hombres, el uno de los cuales fue Diego de Estella contador de la dicha nao”.
Tras la tempestad, cuando la “Anunciada”, a la que había subido Elcano, la “Santa María del Parral” y la “San Lesmes”, intentaban embocar el Estrecho, un vendaval del oeste puso otra vez en peligro a la flota. La “Anunciada” navegó por el océano abierto pero regresó el día siguiente encontrando a las otras dos naves más allá de la primera angostura (Angostura de la Esperanza), surtas en la bahía de la Victoria o Ensenada de las Once Mil .Vírgenes, dentro del Estrecho. Andrés de Urdaneta, el Factor D. Diego de Covarrubias y cinco hombres fueron enviados para auxiliar a la gente de la “Santi-spíritus”, la nao naufragada, y recoger cuanto material pudiera salvarse.
Muy diferente fue el derrotero de “La Santa María de la Victoria”, la nave capitana. El 29 de diciembre la flota comprobó su desaparición.
A la altura del Río de la Plata una tormenta la desvió hacia el ENE en una extensión de diez leguas separándola de las otras seis naves de la armada. La flota no conseguiría reunirse hasta dos semanas más tarde.
En el Estrecho de Magallanes: el desastre
El 24 de enero de 1526 la “Santa María de la Victoria” surcaba el Estrecho. Los hombres de la nao capitana divisaron en la margen septentrional a náufragos de la “Santi Spiritus” y los subieron: eran el hidalgo D. Hemando de Bustamante, el tesorero Juan de Benavidis y el clérigo Juan de Areizaga. Esa noche echaron anclas a corta distancia de la primera angostura y por la mañana todas las naves se congregaban en la bahía de la Victoria.
El Capitán General dispuso varios cambios: D. Rodrigo de Acuña volvió al mando de la “San Gabriel”; D. Martín de Valencia a la “Anunciada” y Juan Sebastián de Elcano a la “Santa María del Parral”. Asimismo, mandó trasladarse al lugar del naufragio de la “Sant¬Spiritus” a la “San Lesmes”, la “Santa María del Parral”, la “Santiago” y un batel para recoger los sobrevivientes y cuanto bastimento fuese posible rescatar.
Una nueva tormenta interrumpió la tarea iniciada el día 26 y dispersó los navíos. El patache “Santiago” y un batel de la “San Gabriel” encontraron refugio en un arroyo; la “Santa María del Parral” pudo entrar al Estrecho y la “San Lesmes” con Francisco de Hoces se desplazó mar afuera y realiza un recorrido difícil de precisar. Andrés de Urdaneta en su relación del 26 de febrero de 1537 la hace alcanzar los 55 grados Sur: “corrió fuera del Estrecho la costa hacia el Sur hasta cincuenta é cinco grados é dijieron despues cuando tornaron, que les parescia que era alli acabamiento de tierra”.” El 14 de febrero de 1526 estaba de nuevo con el grueso de la flota.”
El viento azota las naos que estaban en el Estrecho; la “Santa María de la Victoria”. maltrecha y haciendo agua, se acerca a tierra. El Capitán General Loaisa y la tripulación —excepto el maestre, el contramaestre y unos pocos marineros— abandonan la nave capitana. “Saltó el Capitán General con toda la gente en tierra y sacaron algunas cosas de la nao”.
La “San Gabriel” deja el 11 de febrero la bahía de la Victoria rumbo al Este y después de traspasar la primera angostura encontraba en las márgenes del río Santa Cruz un lugar apropiado para el arreglo de la Capitana. Mientras tanto la “Santa María del Parral” con Elcano emboca el pasaje y fondea junto a la “San Gabriel”; traía una parte de los náufragos y la mercadería de la “SantiSpiritus”.
El Capitán General Loaisa con la gente que había saltado a tierra regresa a la “Santa María de la Victoria” para arreglarla al abrigo de la costa del río Santa Cruz. Allí se le juntan la “Santa María del Parral” y la “San Lesmes”, ya vuelta de su forzado itinerario por aguas australes.
Desde el 13 de febrero trabajaron en la reparación de las naos, las “tuvieron varadas ocho mareas para remediarlas”. Hicieron aguada, leña y parte de las provisiones fueron repuestas con pescados, carne de pingüinos y lobos de mar.
El patache Santiago y los patagones
El capitán del patache “Santiago”, separado del resto de la flota a la que suponía en el Estrecho, en la bahía de la Victoria, decide enviar por tierra a su primo el clérigo Areizaga junto con tres hombres para alcanzarla. El camino del clérigo y sus compañeros fue especialmente duro, con muchas ciénagas y lagunas, pero abundancia de agua: se encontraron con los indígenas patagones, “que son hombres de trece palmos de alto, y sus mugeres son de la mesma altura” – dice Oviedo – “decia este padre don Johan que él ni alguno de los christianos no llegaban con las cabecas á sus miembros vergoncosos en el altor con una mano, guando se abrasaron, y este padre no era pequeño hombre, sino de buena estatura de cuerpo”.
Los patagones mataron a un español y despojaron a los exploradores de cuanto tenían, hasta dejarlos desnudos en medio del páramo. “E assi se partieron en carnes desnudos estos tres compañeros . . . é prosiguieron su viage por la costa con grandísima hambre y sed y frio”. Subidos los tres infortunados sobrevivientes a la “Santiago”, ésta zarpó, de acuerdo a las órdenes recibidas del Capitán General, para reunirse con las demás naves de la flota en las acogedoras aguas del río Santa Cruz.
El 1 de marzo el recuento de las naos comprobó la ausencia de la “Anunciada” —desaparecida desde el 12 de febrero— y la “San Gabriel” aún no regresada del Estrecho. Esperaron un mes y el 29 de marzo Loaisa dio la orden de partida las cuatro embarcaciones, la “Nao Capitana”, la “Santa María del Parral”, la “San Lesmes” y el “Santiago” seguían adelante por el Estrecho de Magallanes.
A pesar de los fuertes vientos y las tormentas, el 26 de mayo de 1526 las cuatro naves surcaban la boca occidental del Estrecho entre el cabo de San Ildefonso (Cabo Victo- ría) y el Cabo Deseado (Cabo Pilares). La sensación de todos era de triunfo y de … alivio.
La singladura del “Santiago”. De España a la costa occidental de México
Pero el infortunio continuaba acechando a la expedición y el patache “Santiago”, la más pequeña de las naves de la flota, perdió el rumbo y el contacto con las demás el 1 de junio del año 1526. Los cincuenta hombres de a bordo con menguadas provisiones -tenía a bordo cuatro quintales de bizcocho y ocho pipas de agua- se enfrentaban a un futuro muy sombrío, a pesar de lo cual en los 47 grados 30′ de latitud Sur concibieron la idea suicida de poner proa al norte, y derrotar hacia el oeste de Nueva España, la costa occidental de la tierra conquistada por Hernán Cortés y que todavía no figuraba en los mapas.
El 10 de julio cruzaban los 13 grados de latitud Norte. Necesitados de bajar en alguna playa para aprovisionarse de agua pero desprovistos de un esquife recurrieron a una simple caja que atada con cordeles echaron al mar a favor de las olas. El 25 de julio, dando muestras de gran arrojo y valentía, el primo del capitán, el clérigo Areizaga, se introdujo en ella “y encoméndandose á Dios, se metió en la caja de calzas y jubón, con una espada porque no le matassen o comiessen” (su experiencia con los patagones no había sido precisamente buena).
La escena, descrita por Fernández de Navarrete, tuvo momentos dramáticos. La caja flotante volcó en pleno mar, el clérigo “en calzas y jubón” nadó cuanto pudo pero se hubiera ahogado si varios indios arrojándose al agua no le hubiesen salvado de una muerte segura.
Ya en tierra los nativos lo agasajaron y mostraron signos inequívocos de amistad. La emoción y la sorpresa fueron muy hondas cuando en marcha hacia el interior del continente le mostraron una gran cruz plantada por conquistadores cristianos nueve años antes. Transitaba por el pueblo de Macatán de la Nueva España, a menos de ciento cincuenta leguas de México y hacia ella se encaminó el valeroso clérigo. Atrás quedaba el patache “Santiago” en el puerto de Tehuantepec prácticamente destruido por la “broma”.
Los indígenas pusieron a la tripulación en contacto con el gobernador cristiano de la zona, el cual les informó de que se hallaban en Nueva España. Una vez recuperado Areizaga, el 31 de julio partió a la ciudad de México para entrevistarse con Hernán Cortés en representación del capitán Guevara, demasiado enfermo para hacerlo personalmente.
En la ciudad azteca relató a Hernán Cortés las peripecias de su galeón y de cuanto sabía de las otras naos de la flota de Loaisa. El conquistador pronto transmitió la historia al mismo Emperador y aprovechó los restos del Santiago para construir una nueva nave y enviar una expedición de socorro a la flota de Loaisa, a la Molucas, al mando de su primo Álvaro de Saavedra.
Para entonces Loaisa y Elcano ya habían muerto, pero Saavedra descubrió las Hawaii y la gesta del Santiago navegando miles de millas por un mar desconocido, con vientos y corrientes contrarias, había entrado con letras de oro en la Historia de la navegación.
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