Nacido en el pueblo de El Pilar (Perú), en plena selva amazónica, Cusurichi comenzó en 1992 un trabajo para defender y proteger a sus hermanos indígenas, consiguiendo entre otras cosas la creación de una reserva territorial para indígenas en la región de Madre de Dios, una de las zonas más recónditas del Amazonas brasileño. Julio Cusurichi pertenece al poblado de los shipibo, pero no sólo protege a su pueblo, si no que ahora también está peleando a favor de los derechos de todos los indígenas no contactados.
En una entrevista concedida a la televisión norteamericana, el premiado criticó al gobierno peruano: “Desde Lima quieren administrar, pero no conocen la realidad y le prestan más oídos a los empresarios”. De esta forma, Cusurichi se queja de que los dirigentes de los países donde viven indígenas prefieren dar ayudas y facilidades a las empresas petroleras y madereras que destruyen los territorios de los
poblados indígenas, y no se preocupan por lo realmente importante, las vidas de todas las personas que conforman esos poblados: “Se trata de vidas humanas, a veces parece que se olvidan de esto cuando hablan del desarrollo económico. Primero está la vida, esa debe ser la prioridad”.
No fue este activista el único galardonado, hubo más premios para otras personas que han ayudado de una u otra manera a la labor ambientalista en todo el mundo. En la ceremonia de entrega de premios celebrada en Washington, cada premiado tuvo la oportunidad de expresar sus ideas y sus preocupaciones ante el resto de los asistentes.
Muchos de los premiados aseguraron haber sido víctimas de amenazas a lo largo de su lucha medioambientalista. Otro galardonado, el agricultor irlandés Willie Corduff, explicó que a él incluso lo metieron en la cárcel en Irlanda, junto con un grupo de cuatro amigos, por tratar de parar la construcción de un oleoducto en Rassport, donde tiene su granja.
El empresario islandés Orri Vigfusson, la canadiense Sophia Rabliauskas, el mongol Ts. Munkhbayar, y Hammerskjoeld Simwinga de Zambia también recibieron el premio de 125.000 dólares en reconocimiento a su labor.
El Gobierno indio continúa su discriminación hacia los jarawa
Volvemos a hablar sobre el pueblo de los jarawa de la India. En el número de abril comentábamos que este
pueblo indígena está luchando para que se cierre la carretera que une su territorio con el exterior, y mediante la cual llegan turistas (el turismo en esa zona es ilegal pero las autoridades facilitan el acceso a los turistas), cazadores furtivos y empresas madereras. Esto trae consecuencias nefastas para los jarawa, como la llegada de nuevas enfermedades letales para los indígenas, la explotación de sus tierras, y la disminución de la caza que necesitan para sobrevivir debido a los cazadores ilegales.
La noticia esta vez es que se acaban de cumplir 5 años de la sentencia del Tribunal Supremo mediante la que se obligaba al cierre de la carretera de las islas Andamán, y que a pesar de haber pasado tantos años, la carretera sigue abierta y el gobierno sigue ignorando la sentencia dictaminada por el Tribunal Supremo de su propio país.
Por tanto, la situación se agrava con el paso del tiempo, y cada vez es más difícil el futuro de estos indígenas. A menos que el gobierno cambie por fin de postura, haga caso de la sentencia y cierre la carretera, los 300 jarawa que quedan en las islas Andamán se extinguirán en un futuro no demasiado lejano.
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La malaria y la hepatitis amenazan a los pueblos indígenas del valle Javari
Las enfermedades es una de las consecuencias más graves que tienen lugar cuando los indígenas no contactados reciben visitas ilegales con foráneos. Esto es lo que está ocurriendo en Brasil, en concreto en la zona del valle Javari, enorme territorio que sirve de hogar a los pueblos kanamari, kulina, marubo, matsés, matis, korubo y tsohom djapá.
Los índices de malaria y hepatitis están llegando a unos límites alarmantes; sólo en 2006 el 90% de los indígenas del valle padecieron malaria, y además unos estudios revelaron que más de la mitad de éstos eran portadores del virus de la hepatitis B. También se detectaron casos de hepatitis A y C.
Las
organizaciones indígenas locales, que afirman que la situación es muy grave y que se encuentran en peligro de desaparición, han culpado al gobierno de no cumplir el artículo de la Constitución brasileña que declara que el Estado protegerá las costumbres, las lenguas y los territorios tradicionalmente ocupados por los indígenas.
Los inuit del ártico canadiense, víctimas del
cambio climático
El pueblo de los inuit, habitantes del Ártico en Canadá, está siendo testigo de las consecuencias más visibles del
cambio climático sobre nuestro planeta. Estos indígenas tienen principalmente dos vias de ingresos: el turismo, gracias al cual venden sus pinturas, esculturas y otro tipo de artículos hechas por ellos; y durante la época no turística, los inuit viven de la caza de focas. Es este segundo aspecto el que cada año va a menos y cada vez es más preocupante la situación.
Las focas se encuentran en unas zonas a las que los inuit han podido acceder siempre sin problemas. Pero desde hace unos años, la capa de hielo que tienen que atravesar los cazadores ha disminuido considerablemente (la profundidad del hielo ha disminuido de un metro a 5 centímetros en algunas partes), y con esos grosores tan finos los indígenas no pueden pasar por encima y, por tanto, llegar a la zona donde habitan las focas.
Quizás los inuit no sepan que la temperatura del permafrost (suelo permanentemente helado) ha aumentado dos grados en los últimos decenios, pero sí ven que los ríos y lagos se secan y que los caminos, árboles y casas se inclinan y desploman porque el deshielo ha hecho poroso el suelo. Ahora, pueden llegar a pie en verano a una isla del lago Baker a la que antes debían ir en canoa.
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Carta de los ikpeng contra la presa “Paranatinga II”
Trascripción de la carta escrita por los ikpeng de Brasil como método de protesta contra la construcción de la presa sobre el río Kuluene:
“El río Kuluene es la fuente de alimento de la gente de Xingu, lo necesitamos para alimentarnos, para bañarnos y para cocinar nuestra comida, los peces suben el río para reproducirse y los animales sacian su sed en él.
Alrededor de toda la zona Xingu existe un gran monocultivo de soja, y la deforestación aumenta cada año con la tala y venta ilegal de madera. Se contaminan ríos debido al uso de pesticidas y de quemas. Los bosques se están talando lo cual crea una obstrucción con sedimentos, y ahora con esta presa el problema se convierte en algo aún más serio. Hará que nuestras vidas, las vidas de los animales, de los peces, de la
biodiversidad, de la fauna y la flora estén en peligro.
Somos indígenas de Xingu y no queremos que se construya esta presa en el río. Queremos a los peces y a la fauna y la flora, queremos que el río esté limpio, queremos agua que nos alimente y alivie nuestra sed, agua que llene nuestros cuerpos, que llene los lagos con peces, los bosques con animales, agua para todos.
En el año 1500 Brasil fue invadido y los indígenas de Brasil exterminados pero nosotros todavía existimos. Brasil no fue descubierto porque nosotros ya estábamos aquí.
No queremos detener el progreso del país. Simplemente estamos defendiendo nuestro derecho a vivir, a nuestra tierra, al
ecosistema de nuestro río, al respeto de los pueblos indígenas y nuestra forma de vida, nuestra cultura y nuestro idioma. Queremos que se detenga la construcción de esta presa. No queremos que se nos engañe. Queremos que nuestro territorio sea un ejemplo de
preservación medioambiental, cultural y lingüística.
Hoy en día estamos vivos porque siempre hemos luchado por nuestros derechos. No permitiremos que se construya esta presa.”