basurero1Niños recogiendo objetos en un basurero de El Salvador.

En Latinoamérica, hoy día, hay cerca de 500.000 niños que dejan su infancia y adolescencia en los vertederos de basura. El subcontinente americano con sus 11.000 municipios, alberga unos 12.000 basureros públicos, los cuales se han transformado en espacios sin ley, controlados por los grupos que comercializan esos recursos. En los basureros municipales la explotación infantil es más que evidente. Los gobiernos locales no desconocen esa realidad, pero poco o nada hacen, para detenerla: para ellos es un problema de tantos, pero no la prioridad.

El periodista mexicano Cardozo comentaba, en abril de 2012, para los lectores del periódico El Turbión la historia real y dramática de una niña llamada Otilia. Esta niña desde los 4 años de edad, acompañaba a todos sus hermanos y a su madre a escarbar entre la basura. Ellos salían desde muy temprano en la mañana hasta cuando ya el oscurecer quitaba toda visibilidad. Vivían en una carpa improvisada de cartón, tablas de madera y zinc, a escasos metros de la cerca ya caída de uno de los laterales del botadero principal de basura.

Para alimentarse, durante el día, “pescaban” de entre las bolsas las sobras que llegaban de los puestos de comida rápida de la localidad. Decenas de niños hacían lo mismo, al igual que los perros y buitres que allí habitaban. En ese ambiente Otilia dejó su niñez, allí también murió a la edad de trece años por una infección que le avanzó con el paso de las semanas y que nunca fue atendida. De la ciudad sólo conoció su basurero.

basurero2Adolescentes recogiendo objetos en un basurero de Oaxaca (México).

Uno de los basureros más grandes de toda Latinoamérica está próximo a Managua, la capital de Nicaragua. La Chureca , como así se denomina este basurero, es un monstruo de 40 hectáreas que se convirtió desde 1973 en el basurero municipal de Managua, y donde dos mil personas -entre niños, adultos y ancianos- sobreviven trabajando como recolectores y vendedores de hierro, cobre, plástico, cartón y vidrio que encuentran entre las 1.200 toneladas métricas de desperdicios sólidos que se depositan allí cada día.

Al avanzar entre las montañas de desperdicios que dan vida al vertedero de La Chureca, no sólo se percibe el lacerante olor de la basura en descomposición, sino también se siente cómo la tierra se hunde bajo los pies desprendiendo una sustancia hedionda, viscosa, consecuencia de la acumulación progresiva a lo largo de las décadas de las más de mil toneladas de residuos urbanos que son depositados cada día en este lugar.

basurero3Niño entre un montón de basura en La Chureca (Nicaragua).

Hay mucha gente que vive de la basura en la India, en Bangladesh, en Argentina, en Brasil, pero nada es comparable por las dimensiones y el drama humano que se descubren al entrar a La Chureca.

Eddie Ramírez Pérez, es un trabajador social que desde 1992 lleva un programa en la ONG Dos Generaciones para ayudar a los recolectores de basura. Un proyecto educativo, sanitario, de movilización social que, según confiesa, no ha podido disminuir el número de personas que se acercan a La Chureca, ya que el problema de fondo no es fácil de erradicar: la pobreza.

Eddie, con el profundo conocimiento que tiene de La Chureca, explica que el basurero fue creado el 16 de junio de 1943 por el gobierno del dictador Somoza. “Desde el comienzo hubo gente que se acercó aquí para tratar de ganarse la vida, pero el número empezó a subir dramáticamente en los años ochenta, cuando miles de personas llegaban a la capital huyendo de la guerra”, afirma.

Eddie se muestra crítico con la labor que ha realizado en estos quince años porque del centenar de cartoneros que en los noventa venían a trabajar aquí se ha multiplicado exponencialmente. Hoy son más de 1.300 las personas que viven de La Chureca y 170 familias han construido sus chabolas en medio del basurero.

Pero hay un aspecto en concreto que aflige especialmente a Eddie. Se trata del elevado número de niños que pasan los días entre los desperdicios. Comenta el caso de dos niños de cuclillas, en medio de la basura. Al acercarse descubre que, de una bolsa de residuos de la popular cadena de pollo frito Tip Top, extraen los huesos. A pesar de las moscas, del olor fétido de la basura, estos dos jóvenes no dudan en comer la poca carne que encuentran entre los desperdicios.

Otro gran vertedero se encuentra a las afueras de Guatemala. Se ve desde el interior del cementerio el basurero que se ha extendido de tal manera que hay nichos y tumbas entre la basura, sobrevolados por enormes zopilotes que le dan un aire tétrico al lugar.

Este punto es como un mirador desde el cual se observa la entrada de los camiones amarillos (trenes de aseo) al vertedero y los guajeros que saltan encima –estos, en particular, son conocidos como cachas– ansiosos de encontrar algún tesoro, antes de que el camión vierta su contenido sobre los despojos. El basurero es un mundo hostil en el cual hay que pelear por las latas, el cartón y el papel que pueden venderse en los centros de acopio de La Terminal y donde los menos hábiles apenas consiguen de 10 a 20 quetzales diarios (de 1 a 2 euros).

Cuando el Periódico visitó el lugar constató que muchos de los camiones que ingresan provienen de Mixco, ciudad con una población que supera el medio millón de habitantes y que genera unas 240 toneladas métricas de basura diarias.

El alcalde afirma que Mixco está tan poblado que no hay un lugar apropiado para construir un relleno sanitario propio. Salas admite que más del 57 por ciento de los 800 camiones que ingresan a diario en el vertedero de la zona 3 provienen de 7 municipios del departamento de Guatemala.

León Maldonado, vice-alcalde de la ciudad de Guatemala considera que el problema es la falta de voluntad política de la municipalidad: “Esto es algo que requiere una gran inversión y, a diferencia del Transurbano o del Paseo de la Sexta, pocos lo van a ver”.

En el basurero de la Zona 3 de Guatemala se ven cosas tremendas. Un día apareció en el basurero un niñito tierno en un bote de leche. Se sufre mucho por el sol, los malos olores y las cortaduras de vidrio y agujas. “Un día, cuando vino el camión de la basura me cayó encima una piedra y me abrió la cabeza”, recuerda Domingo González López, quien ganó unos 20 quetzales diarios durante 7 años que trabajó como guajero.

Domingo González dice que trabajó allí “por pura necesidad”, porque carecía de empleo y no podía mantener a su esposa y dos hijos. Ahora gana mil quetzales a la quincena como conserje, pero su esposa y uno de sus hijos aún bajan al vertedero.

basurero4Basurero de la zona 3 de Guatemala.

El sector donde trabajan los guajeros se encuentra a unos dos kilómetros de la entrada en el vertedero y no hay baños en el lugar. Como muchos de ellos carecen de agua corriente en sus hogares y con frecuencia se bañan en los riachuelos de aguas negras que corren por el barranco.

En la actualidad hay unas 10 organizaciones no gubernamentales (ONG) que trabajan con los guajeros y sus familias, cuyos proyectos incluyen guarderías y escuelas para los niños, además de talleres de alfabetización y manualidades para las madres. El objetivo de la mayoría de estos proyectos es romper la tradición familiar que dicta que, si los padres son guajeros, los hijos deben tener el mismo destino.

En la populosa ciudad brasileña de Río de Janeiro existen varios basureros. El más importante, de entre todos ellos, es el de Jardín Gramacho, uno de los mayores vertederos de Latinoamérica. El basurero, llamado Jardín Gramacho, ocupa una enorme explanada en el municipio de Duque de Caxias, en el extrarradio de Río de Janeiro, y se encuentra pegado a la Bahía de Guanabara, un paraje ecológico inigualable que contrasta con las montañas de basura que todos los días son depositadas en el lugar por decenas de camiones.

Inaugurado en 1976, durante el régimen militar que gobernó Brasil de 1964 a 1985, este vertedero ha provocado un alto impacto ambiental por la descomposición de los desperdicios que generan gas metano, uno de los responsables del calentamiento global. Una gran cantidad de los residuos generados en Río de Janeiro y varios municipios vecinos termina aquí y atrae a infinidad de moscas y buitres.

Antes, un 70% de la basura de Río de Janeiro llegaba al Gramacho pero desde que en 2011 se abrió el Centro de Tratamiento de Residuos de Seropédica, a 75 kilómetros de la antigua capital brasileña, la cantidad se ha ido reduciendo.

basurero5Basurero Jardín Gramacho en Río de Janeiro.

En la actualidad, unas 2.000 toneladas de basura son arrojadas en este vertedero cada día, es decir una cuarta parte de lo que recibía unos años atrás, según la Alcaldía.

Podría seguir analizando cientos de vertederos similares a estos por todos los países Latinoamericanos, desde México a la Argentina, e incluso continuar el artículo por otros países subdesarrollados de África o Asia. La misma historia de los niños que trabajan en los vertederos no es aplicable solo a Sudamérica sino a, prácticamente, todos los países en desarrollo o del Tercer Mundo.

Este grave y dramático problema social ya viene de largo, al menos desde principios del s. XX, y cada vez hay más personas que se ven obligadas a buscar en los vertederos algunos objetos de hierro, acero, plástico, madera, vídrio o cartón para venderlos a intermediarios que pagan por ellos cantidades insignificantes que revenden para ser reciclados en industrias preparadas para ello.

Cientos de miles de familias en el mundo se levantan a primera hora de la mañana de lunes a domingo para ir al basurero, donde tienen su modesto hogar construido por ellos mismos con madera, metales y cartones, niños, jóvenes y mayores para conseguir algunos objetos que venderán por unos pocos euros que cada vez son menos debido a la crisis y a la libre oferta-demanda, dejando en el camino incluso sus vidas a causa de enfermedades infecciosas producidas por los malos olores, heridas y una mala alimentación.

Los responsables de todo esto son los respectivos gobiernos municipales, en primer lugar, que solo se acercan a estos lugares para pedir el voto a su candidatura, a los gobiernos centrales que no obligan a los municipios a acabar con esta situación y, en general, a la corrupción, despilfarro y falta de interés por solucionar este problema que ya lleva casi un siglo de existencia y que tiene consecuencias dramáticas para cientos de miles de personas en todo el mundo.

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