En tiempos del antropocentrismo, cuando la especie humana piensa que es superior a las otras especies y se considera el centro de todos los beneficios, las acciones de compensación, sanación, restauración y adaptación le corresponden por responsabilidad climática y toda iniciativa es una obligación.

Entre las propuestas de las grandes instituciones planetarias como Naciones Unidas, con los objetivos de desarrollo sostenible o los pequeños proyectos de alejadas comunidades rurales, como el turismo, el riego, la bioconstrucción, la recuperación de patrimonio o el impulso a la agricultura familiar campesina, se busca entender qué es la crisis de la cultura ambiental climática.

Pero las metodologías planteadas y bautizadas con nuevos nombres como agroecología, permacultura o desarrollo sostenible aún deben avanzar de manera más contundente hacia el restablecimiento de los vínculos con la vida que no se dan a través del bolsillo.

Por eso, para el ser humano, plantearse formas vitales que rompan con el ritmo de vida actual es considerado un riesgo; sin embargo, lo arriesgado en su momento fue introducirnos en la cultura de la mercantilización de la vida hasta el punto de tenerle tanto miedo a la naturaleza que preferimos encerrarnos en hábitats artificiales donde nos sintamos protegidos de aquellos falsos peligros que solamente la economía hegemónica ha creado.

Así las cosas, nos cuesta mucho pensar en que la vida es un ciclo, es decir, un círculo, y determinar que podemos continuar vivos más allá del fallecimiento, dando vida, no parece posible en tanto no entendamos que la vida no acaba, sino que se transforma y de esta manera podemos dar luz al viejo anhelo surrealista de alargar la vida incluso hasta la eternidad con un emprendimiento esperanzador basado en un hecho biológico real que empieza concibiendo un mecanismo digno, célebre y circular denominado más vida después de la vida.

Este es solo un ejemplo de las muchas acciones que podemos llevar adelante para agradecer la vida cuando “termina” y se trata de no resignarnos a morir sino prepararnos para renacer físicamente, de lo cual ya hay algunas experiencias aproximadas en varios países que afirman no solo que es posible, sino que es necesario.

Si observamos cada ciudad o pueblo, siempre están caracterizados por equipamientos mínimos como la escuela, la alcaldía, el hospital, la plaza y el cementerio, siendo éste último el lugar donde acaba todo y se crean sepulcros bajo espesas placas de cemento como queriendo cortar el ciclo vital y así es, de verdad, que con esos materiales duros e inertes se logra interrumpir una espiral de transformación celular orgánica llena de microciclos reproductivos.

Es en este elemento específico de los hábitats humanos que ponemos el ejemplo de cómo se puede dejar de interrumpir para dar continuidad a la vida creando cementerios de consuelo y color antes que de despedida y dolor, logrando que el cuerpo de la persona sea cubierto con un capullo construido de biomateriales para asimilarse a la tierra de manera que ella, junto con la fauna que habita en el suelo, puedan convertir el cuerpo en humus, abono, fertilizante y lo que corresponda según la naturaleza mande, poniendo en lugar de lápidas, semillas y plantines de árboles, arbustos y con el tiempo espacios de almácigo y agricultura que den cabida a aves, colmenas y otros animalitos que armonicen el espacio produciendo entre todos consecuentemente agua y aire.

En este tipo de escenario la familia ya no tendría que ir a poner flores en un florero de plástico para llorar; al contrario, iría a atender su árbol, arbusto o agricultura para que prospere como parte de un ecosistema tan vivo, cíclico e infinito como la historia pueda contar.

Parece novedoso pero es lo más natural que los animales han hecho siempre: pertenecer a la gran cadena vital de la cual el humano quiere excluirse como si mereciera ser superior.

Es hora de rendirnos ante la grandiosidad de la naturaleza y ofrendarnos a nosotros mismos como alimento para seguir vivos cuando llegue el momento, lo cual no pretende ser una consigna religiosa sino la reivindicación de un principio biológico y una política social.

 

Artículo publicado inicialmente en Tierra Libre. La Paz. Bolivia