Es una cuestión, que para abordarla podemos remontarnos varios siglos atrás, para intentar pensarla. Por ejemplo, la larga polémica sobre los “pasteles” del siglo 18 es muy instructiva al respecto.

Diderot, digno discípulo de Rousseau, nos brinda algunos consejos de higiene alimenticia, curiosa mezcla de verbalismo científico y de valorización inconsciente, cuando dice: “Es de un uso muy general empastelar a los niños en los dos o tres primeros años de vida, con una mezcla de harina diluida en leche que se hace cocinar, a la que se le da el nombre de papilla. Nada más pernicioso que éste procedimiento”.

Y he aquí la prueba pedante: “En efecto, este supuesto alimento es extremadamente grosero para las vísceras de esos pequeños seres. Es un verdadero asunto indigesto, una especie de masilla capaz de entorpecer las estrechas sendas que tal substancia recorre para vaciarse en la sangre, y es frecuentemente apropiado para obstruir las glándulas del mesenterio, porque la harina de que está compuesta, no habiendo aún fermentado, está expuesta a agriarse en el estómago de los niños, llenarlo de flemas y engendrar microrganismos que les pueden causar distintas enfermedades que pueden poner su vida en riesgo”.

! Cuántas razones, cuántas deducciones e inferencias para decirnos que a Diderot no le gustan las papillas!

Nada está más razonado que la alimentación en alguna clase social; en otras el tema es simplemente comer algo, incluso rebuscando por las calles en las basuras, sobre todo en las grandes ciudades en las cercanías de las grandes superficies de venta de alimentación.

Nada está más bajo el signo de lo sustancial. Lo que es sustancial es nutritivo. Lo que es nutritivo es sustancial.

Había un axioma de la digestión sustancial en el siglo 18 que decía: “una sola sustancia nutre; el resto es condimento”.

Uno de los mitos más persistentes, acomodado a la ciencia de la época, es la asimilación de lo semejante mediante la digestión. Se decía “Si al principio el alimento es diferente de su alimentado, es necesario que se despoje de esta diferencia, y que mediante varias alteraciones se torne semejante a su alimentado, antes de que pueda ser su último alimento”.

A pesar de ello, algún siglo después la alimentación ideal no varió mucho, siguió siendo igualmente materialista. Se atragantó a los niños con fosfatos que supuestamente debían de convertirse en huesos sin meditar en el problema de la asimilación.

Incluso cuando una experiencia sea real, se piensa en ella en un plano filosófico falso. Se quiere siempre que lo semejante atraiga a lo semejante para acrecentarse.

Claro que estas lecciones se transportan a la explicación de fenómenos inorgánicos y se han desarrollado cursos de química y de medicina general apoyándose sobre el tema fundamental de la asimilación digestiva.

La valorización conduce a otorgar al estómago un papel primordial.

La antigüedad lo llamaba el rey de las vísceras y se hablaba de él con admiración.

Sin embargo en dichas teorías, el estómago no tiene otra misión que la de triturar los alimentos. Y a pesar de todo ¡qué maravilla! “Este molino filosófico y animado que tritura sin ruido, que funde sin fuego, que disuelve sin corrosión; y todo esto mediante una fuerza tan sorprendente como simple y suave; pues aun superando esa fuerza al poder de una prodigiosa muela, actúa sin estrépito, opera sin violencia, remueve sin dolor”.

 

Jaime Kozak es miembro de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional, Capítulo Reino de España.