El llamado Gran Ducado de Luxemburgo ocupa algo más de 2.500 Kilómetros cuadrados y tiene apenas medio millón de habitantes, la mitad que la extensión de Cantabria y casi cien mil habitantes menos que la comunidad cántabra. Fue una heredad de emperador Carlos V y que recibió su hijo Felipe II. El ducado permaneció en manos españolas hasta 1714. Por efecto de la Guerra de Sucesión española, y a consecuencia del tratado de Rastatt, pasó junto con gran parte de los Países Bajos a manos del pretendiente austriaco, el archiduque Carlos, el mismo que dejó solos a los catalanes en su lucha contra Felipe de Anjou.
Después de ser invadido por la Francia Revolucionaria y a partir de la caída de Napoleón, fue parte del reino de Holanda. El Tratado de Londres de 1867 lo declaró estado neutral, conviniendo que sería gobernado por los descendientes de Adolfo de Nassau. Su periplo moderno empezó a finales del XIX y sus grandes duques se han ido sucediendo y cambiando de bando durante las dos guerras mundiales. Así se construyó este estado pequeño pero matón que tiene 140 bancos y que entró a formar parte del Benelux en 1947 y de la Comunidad Europea en 1955, estableciendo en su territorio numerosas sedes y agencias de la Unión Europea.
Su lema heráldico oficial es: Queremos permanecer siendo lo que somos. ¡Y vaya si lo mantienen! Su Producto Interior Bruto es el primero del mundo según fuentes del Banco Mundial o el segundo si escuchamos al Fondo Monetario Internacional y el salario mínimo interprofesional de los luxemburgueses en 2014 es de 1.921€. Sus montañas y sus grandes y hermosos bosques, su sector industrial basado antaño en el acero y diversificado ahora con la industria química, y sus cuatro vacas, no bastan para mantener tan alto nivel de vida de sus habitantes y han escogido el mundo secreto y oscuro de las finanzas para hacer su agosto. La evasión fiscal de las grandes multinacionales es su mayor fuente de ingresos. La competencia desleal de este pequeño ducado, sede social de grandes compañías – grandes en volumen no en grandeza – ansiosas por esconder beneficios y no pagar impuestos, ha sido ahora puesta en entredicho por los miembros de la Unión. Jean-Claude Juncker, el flamante nuevo presidente de la Comisión Europea, es el principal sospechosos de haber favorecido esas captaciones y esos tejemanejes desde su prolongada estancia, dos décadas, en el sillón de primer ministro de Luxemburgo.
Cuando se le acusó en la Eurocámara de su presunta participación, soltó en tono ofendido: “No se atrevan a describirme como el amigo del capital”, y no dijo nada sobre complicidad, que en los terrenos del capitalismo es mucho más apreciada, porque el capital no tiene amigos; terminó su discurso exculpatorio con una frase lapidaria dirigida a los eurodiputados que no dormían: “El gran capital tiene mejores amigos en esta casa que yo”.
Ahora este luxemburgués rico y creso, propone una ambiciosa reforma de la fiscalidad europea, para, según sus palabras, cerrar las innumerables rendijas legales que deja el tema de las multinacionales. Si no le conociéramos nos asombraría su radical cambio de actitud, aunque lo que supuestamente teme el pájaro es que el número de imitadores del chanchullo suba. Irlanda, Holanda, Malta, Chipre o Austria, solo por citar países europeos, ya tienen establecidas sus ingenierías financieras para aceptar cobrar tipos impositivos del 1% a las multinacionales. El asunto será investigado por Bruselas, que es como decir que entre unos y otros pasarán unos cuantos años más y al final terminarán con un pacto entre “hermanos”. Y es que los presuntos ladrones se visten de gente honrada cuando tienen eurodiputados para defenderles.
Ante la situación de paro y necesidad de mucha gente en todo el mundo, empresas como Pespsi Cola, Ikea, Amazon, Fiat, Starbucks o Facebook pretenden escapar de sus obligaciones fiscales como ratas a través de países herederos de sus filibusteros del siglo XVI y XVII, que les hacen la cama y les ponen el culo. El funcionamiento es sencillo, estas multinacionales que operan en toda Europa se domicilian en uno de esos estados, comprometiéndose a situar sus beneficios en el país, a cambio pagan un cupo mínimo previamente acordado, un pequeño impuesto para los piratas a cambio de no atacar a los galeones cargados de riquezas, y encima lo disfrazan de ayuda pública.
Mientras tanto, Luxemburgo sigue explotando su estatus de estado pequeño y pacífico, porque no solo se mata con las armas; el hambre causa más víctimas. Esa imagen idílica es aceptada y considerada por muchos jefes de Estado. Precisamente estos días han recibido la visita de los reyes de España y presumo que no ha sido para contemplar sus bosques. Conviene conocer mundo, pero los países de la pela son prioritarios, diría el cínico de Jordi Pujol.
Cuando el niño les pregunte: ¿Papá, dónde está Luxemburgo? Respondan escatológicamente: “En el ojete de Europa”, hijo.
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