Quien entiende de muertos más que aquel que arrastra sus huesos cada tarde, hacia el camino de los altos cipreses. Las sombras de cada lubricán languidecen al acercarme a la negra puerta de hierro, dónde duermen las trémulas carnes sin abrazo.

Fiesta de crisantemos, solamente el primero de cada noviembre, desfiladero de sueños quebrantados, huele a silencio por el sendero de las cruces calizas y cada latido de mi pecho me conduce a ti.

Escucho mi corazón palpitar, cuando me acerco lentamente a tu recuerdo. ¡Calla! tu olor envuelve por completo mi rictus y lo transforma en sonrisa, elevo mi cara al cielo y me detengo en aquel minuto perfecto, antes del adiós… y solo un instante después, esta metamorfosis de amor convierte en lágrimas intempestivas todo sentir. Aquellas promesas se tornaron vilano al viento, cien filamentos de una misma
semilla que nunca germinará en mi pupila.

¡Mi duelo, mi duelo, mi duelo soy yo sola frente al armario de los recuerdos, sin saber en qué dirección disparar tanto amor contenido!. Cada ausencia me escupe ácido a la cara, quemando las fotografías diluidas en mi memoria y las vuelve aún más ajadas, como el paso del tiempo vuelve amarillentas las hojas de los libros.

Te pierdo, te pierdo en esta pandemia de vida y muerte, te pierdo frente a todo, te pierdo, con mis manos atadas a la nada.

 

Marijose Muñoz Rubio es miembro de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional y Delegada en Granada del Capítulo Reino de España