El consumidor del siglo XXI no sólo busca productos frescos, seguros y de calidad. También quiere conocer el origen y recorrido de los alimentos antes de comprarlos. Esto ha traído como consecuencia la aplicación de técnicas y normas en la producción y comercialización que se han convertido en un deber de las empresas alimentarias de todo el mundo.
Sin importar su tamaño o sector, los países emergentes deberán hacer un gran esfuerzo para adaptarse a esa tendencia. De lo contrario pueden perder competitividad. Juguemos con un ejemplo para empezar a comprender este fenómeno:
Jorge, empresario chileno exportador de frutas procesadas a Europa, ha decidido celebrar su cumpleaños número 52 junto a su pareja y tres hijos en un restaurante de carnes que le recomendaron y que está muy en sintonía con las nuevas tendencias. Al momento de pedir, su pareja comenta que es vegetariana, que prefiere todo lo orgánico y pregunta si cuentan con un menú especial. Por su parte, el hijo mayor se rehúsa a comer la carne porque a través de Greenpeace se ha enterado que un trozo de carne duro significa que el animal murió en condiciones dramáticas que le “pusieron los nervios de puntas”.
El concepto de trazabilidad no se encuentra en la Real Academia Española, pero sí en el diccionario de cualquier exportador responsable. E implica controlar el origen y destino del ingrediente o alimento en todas sus etapas de producción y distribución. Es poder construir la historia del producto desde el campo, la planta de procesamiento o empaque y poder seguirla durante su transporte (aéreo, terrestre o marítimo) hasta su distribución.
Las economías desarrolladas han implementado numerosas normas de seguridad y calidad alimentaria que ponen a la trazabilidad en un lugar fundamental para mantener la confianza del consumidor. Entre las reglamentaciones adoptadas por la Unión Europea en esa dirección, se puede mencionar la que a partir del 1º de enero del 2005 comenzó a exigir que los productos agroalimentarios llevasen obligatoriamente en sus etiquetas la información completa sobre la calidad del proceso productivo.
Por otro lado, en los últimos años el cambio climático también ha comenzado a jugar un papel preponderante a la hora de analizar la trazabilidad de un producto y eso también ha tocado a las economías de países desarrollados, que no quieren “recibir” productos en cuya historia existan elementos que contribuyan al calentamiento global.
Los países industrializados, especialmente europeos, piensan introducir exigencias respecto de la trazabilidad de los productos importados para saber sobre las emisiones de gases de efecto invernadero que éstos representan al ser elaborados y transportados a sus mercados de destino.
Sin embargo, todas estas medidas e intenciones de implementar exigencias de estándares a las importaciones caminan por una delgada línea entre el proteccionismo y la preocupación por la economía global sustentable.
Entonces no es una tarea fácil esto que veníamos conversando, porque la trazabilidad implica gastos “extras” para los exportadores ya que deben integrar nuevas tecnologías que permitan conocer el camino que han recorrido todos los insumos involucrados en la producción del bien exportable. La problemática es el traspaso de estos costos al producto final que llega al consumidor, y eso sí afecta la competitividad.
Es importante recordar que las exportaciones representan casi el 40% del PIB de Chile por lo que el impacto de sanciones comerciales derivadas de este proteccionismo ambiental, podría ser muy perjudicial. Además, se podría sumar una posible “crítica pública” capaz de poner en peligro las relaciones internacionales de nuestro país y su credibilidad en los escenarios externos.
Por lo tanto, Chile debe profundizar en las políticas de sustentabilidad que las empresas nacionales (exportadoras y no exportadoras) han ido incorporando de manera gradual en sus quehaceres. Esto permitirá que nuestro país transforme sus desventajas -como la lejanía geográfica- en verdaderas ventajas comparativas, teniendo así la gran oportunidad de integrarse a la economía global de una manera competitivamente responsable.
Para evolucionar hacia un negocio competitivo y responsable es clave el cambio del ser de toda empresa hacia afuera, porque la trazabilidad también es calidad laboral de los trabajadores, políticas medioambientales, buenas prácticas con los proveedores y más.
De este modo, si miramos con otros ojos, la trazabilidad deja de ser un fin en sí misma y cobra real valor al transformarse en un elemento diferenciador en mercados tan competitivos como los del siglo XXI.
Con esta nueva forma de aproximarse, las empresas están a tiempo de utilizar la trazabilidad, como un sistema de políticas sustentables en pos de una competitividad responsable, transformándose en un eje de diferenciación y de paso marcar una clara visión de futuro que a mediano plazo llevará al sector exportador chileno a dejar el campo de batalla para sentarse en la mesa de negociación de las economías globales responsables y valoradas por los consumidores finales, los cuales son personas como usted o como yo.
Por Soledad Teixidó – Presidenta Ejecutiva de Fundación PROhumana
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