Luego, los portavoces oficiales, el gobierno, los fiscales, los abogados, los jueces, las gentes de buena fe, la prudencia, la amenaza y el entorno nos convencen de lo contrario. ¿Qué ganamos?, se pregunta el Pueblo, encarcelando a un mozo tan apuesto como Urdangarín. ¿Cómo somos tan insensibles que no llegamos a comprender a una mujer enamorada?, máxime si ésta ha sido exonerada de cualquier cargo, salvo de no contarle a la Hacienda pública que tuvo unos ingresos extras que gastó en cuatro tonterías y en clases de baile. Como dice su abogado el señor Molins: «Ha habido un trato de perjuicio, sobre la infanta», pobre. También la mujer de Bárcenas ha utilizado lo de: “Yo firmo lo que me dice mi marido, confío en él”. Mujeres enamoradas, al fin y al cabo. ¿Qué mejor?, se preguntan las gentes, que una monarquía sin ventajas prácticas, pero que ha sido capaz en cuarenta años de  amasar, peseta a peseta, euro a euro, tacita a tacita, una enorme fortuna y además le ha sobrado tiempo para la caza mayor y la montería galana.

Ante mis dudas, mis tentaciones y las razones de la mayoría, tengo que admitir que tal vez sea un exagerado, un rebelde, un intolerante. Sin embargo, debo confesar que considero injusto que la esposa de un ladronzuelo de supermercados sea acusada de cómplice por comer parte de lo robado, porque ella también sabe estar enamorada; que un delincuente común entre de cabeza en prisión, mientras otros lo hacen por diferido en módulos y regímenes especiales; que Hacienda no seamos todos y que fiscales y magistrados cambien de opinión siempre favoreciendo a los mismos. Y sobre todo, que a la República elegida por muchos y mancillada por unos pocos, nunca se le devolviese la dignidad perdida ni se preguntara al Pueblo la conveniencia de su restauración.

En el fondo, cual diablillo que soy, me gustaría que Urdangarín no ingresara en prisión y se fugara; que Bárcernas volviera al PP y fuera elegido secretario general; que a la infanta la hicieran directora general de una importante entidad bancaria y que alguien fuese capaz de contar las ventajas de una monarquía obsoleta.

Ya ven, me pueden más mis tentaciones que la templanza de la complaciente mayoría. No tengo remedio.