Este Presidente -¡cómo sucede a menudo!- no se comportó muy democráticamente. Y se inició una insurrección popular. Hasta aquí, todo correcto.

Lo que sucede es que, de pronto, aparecieron insurgentes armados hasta los dientes, actuando con una violencia extrema y una estrategia de confrontación muy sospechosa. Por la fuerza bruta se recuperó el poder perdido en las urnas.

La Unión Europea, que hubiera debido reaccionar de inmediato, acabó de espectador (complacido, porque hay demasiados intereses, especialmente relacionados con los numerosos gaseoductos) y bendijo al nuevo Gobierno sin tener en cuenta los “procedimientos” empleados. Todo vale, porque los combustibles que reciben valen mucho…

La minoría rusa de esta parte de Ucrania no cuenta, como cuenta poco la no rusa de Crimea. Con la Crimea otomana, rusa y luego “cedida” por Kruschev a Ucrania, Putin ha advertido que no se juega… y ahora mismo existe una amenaza real de confrontación bélica.

Hay que volver a las urnas. Hay que realizar, bajo la supervisión de las Naciones Unidas -¿ven como, al fin y al cabo, los “grupos plutocráticos” no sirven para arreglar las cosas sino exclusivamente para liarlas?- unas elecciones bien preparadas en toda Ucrania, cuya resultado podría ser una federación o confederación, que garantizara democráticamente un auto-gobierno que respondiera a la diversidad cultural y política de los ucranianos en su conjunto.

Se habría solucionado la unidad en la diversidad y se daría una espléndida lección a quienes siempre han subordinado a los mercados dimensiones tan esenciales desde un punto de vista histórico, étnico, cultural…

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