Para impedir el funcionamiento del “rodillo” mayoritario, especialmente en leyes relativas a aspectos esenciales, pilares de la democracia, como la educación, la justicia, la sanidad, los derechos humanos…, que afectan a toda la sociedad, es apremiante incorporar los valores democráticos como ejes del comportamiento cotidiano de los ciudadanos.
Democracia política, social, económica, cultural, internacional: éstas son las principales dimensiones que incluye la Declaración que hemos elaborado para que, en poco tiempo, sean realmente “los pueblos” y no unos cuantos encumbrados en inapropiadas estructuras de representación, los que tomen en las manos las riendas del destino común. El poder ciudadano –ahora, por fin, gracias a las nuevas tecnologías, capaz de expresarse libremente- debe, en una inflexión histórica de la fuerza a la palabra, sustituir los andamiajes actuales por sólidas estructuras democráticas.
Empezando, a escala local, por asegurar la independencia de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial en España; siguiendo, en Europa, por la construcción de una Unión política y económica, para que las arbitrariedades de una unión monetaria (se empezó la casa por el tejado) cesen de inmediato; y acometiendo, acto seguido, la eliminación de los grupos oligárquicos y plutocráticos que el neoliberalismo impuso en lugar de unas Naciones Unidas fortalecidas…
Haber centrado el futuro en el mercado, debilitando el Estado-nación y las instituciones multilaterales, es un error con un precio social enorme, que no puede disimularse en los flecos de la macroeconomía…
Sólo en un contexto genuinamente democrático la justicia social prevalecerá. Y se pondrán plenamente en práctica los derechos humanos.
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