Corría el 25 de octubre de 1854, las tropas montadas británicas al mando de Lord Cardigan se precipitaron contra el enemigo ruso en Balaclava, cerca de Sebastopol. El resultado fue desastroso para los británicos, que trataron de convertir el fútil sacrificio de sus guerreros en un ejemplo de heroísmo. Pero esa batalla tenía un testigo, alguien que contaría al mundo la verdadera naturaleza de aquella histórica ‘Carga de la Brigada Ligera’ y que arrebataría a la guerra su nobleza para mostrar la verdadera bajeza y miseria que la rodea.

Aquel hombre era William Howard Russell, periodista de The Times. Gracias a su trabajo –él inventó la expresión ‘la delgada línea roja’ al ver una formación de fusileros británicos con el uniforme bermejo–, la sociedad británica pudo enterarse de la incompetencia de los mandos militares y de las indignas condiciones en que vivían y morían los soldados. El impacto de los telegramas de Russell fue extraordinario. Por primera vez, un gobierno tuvo que rendir cuentas ante la opinión pública de lo que pasaba en el frente. Tal vez sin ser consciente de la repercusión de sus textos en la lejana Gran Bretaña, Russell encolerizó a la reina Victoria, cuyo esposo, Alberto de Sajonia-Coburgo, llegó incluso a sugerir a los militares destinados en Crimea el linchamiento del periodista.

Finalmente, fue expulsado del frente y regresó a Reino Unido, aunque años después volvería a las andadas para cubrir otros conflictos como la Guerra Civil Estadounidense (1861-1865), la Guerra Austro-Prusiana (1866) o la Guerra Franco-Prusiana (1870-1871), antes de convertirse en caballero del Imperio Británico en mayo de 1895.

La Guerra de Crimea fue un conflicto territorial entre Rusia y Turquía por el control del Mar Negro y el acceso al Mediterráneo, el mismo motivo que esta vez ha llevado a Moscú a enfrentarse a la república de Ucrania (después de que en Kiev perdiera el poder su vasallo Víktor Yanukóvich). En el siglo XIX, las principales naciones occidentales (Reino Unido y Francia con el apoyo del minúsculo reino de Piamonte-Cerdeña) optaron por apoyar a Turquía ante el temor del poder ruso. Actualmente, el mismo miedo a la expansión rusa lleva a occidente (representado esta vez por Estados Unidos y parte de sus aliados de la Unión Europea) a respaldar al nuevo gobierno ucraniano, provocando en torno a Crimea una crisis internacional cuyo desenlace sólo podemos aventurar.

La tendencia a simplificar las contiendas entre buenos y malos hace que no siempre se tengan en cuenta las complejidades de la zona. Por un lado, la reacción de Rusia supone un claro ejercicio de control imperialista sobre una zona históricamente bajo su poder, pero con el apoyo de la mayoría de la población de Crimea, de origen ruso. El derecho a la inviolabilidad de las fronteras de un país por parte de otro podría contraponerse en este caso al de autodeterminación de los pueblos, con el que se justificaría la convocatoria de un referéndum para que Crimea decidiera su salida de Ucrania. Claro que la ciudadanía rusófila es más numerosa en Crimea gracias a que Stalin repobló con rusos su puerta al Mediterráneo y deportó a la entonces mayoría musulmana de etnia tártara al Asia central soviética.

¿Quién tiene, por tanto, el derecho de controlar Crimea? A diferencia del largo anhelo independentista de otras naciones, la estratégica península ha iniciado su levantamiento como reacción a la caída de un gobierno prorruso al que el pueblo ucraniano expulsó con sangre, sudor y lágrimas, como diría Winston Churchill. Moscú ha contestado a la revolución en Kiev con una invasión encubierta. Ucrania ha recibido el apoyo que occidente negó a los húngaros en 1956, pero tal vez el enemigo ruso sea demasiado poderoso para que esa ayuda sirva de algo. Por otro lado, la revolución de la Plaza de la Independencia parece haber servido para catapultar al poder a cantidad de dirigentes de la extrema derecha ucraniana, en lugar de a los líderes de este movimiento democrático, lo que puede hacer un flaco favor a los intereses de la república.

¿Existe entonces un riesgo real de guerra? Nunca se sabe, pero parece complicado que, ante la dimensión destructiva de Estados Unidos y de la Federación Rusa, alguno de los dos esté dispuesto a enfrentarse abiertamente al otro (ni siquiera en la Guerra Fría llegó a pasar). Lo más probable es que la tensión no pase de ahí, se mantenga durante unos meses en los que las relaciones internacionales serán más complicadas que de costumbre, y se vaya relajando después.

¿Qué pasará con Crimea? Pronosticarlo es aún más osado que todo lo anterior, pero Rusia se muestra decidida a no soltarla y, si ningún país se mete por medio, Ucrania no podrá desafiar el poderío militar de Moscú, con lo que una secesión de este territorio puede estar cerca. Una anexión por parte del Kremlin sería complicada, pero Vladímir Putin tampoco la necesita, bien puede conformarse con una república independiente de Crimea que sea en la práctica un estado satélite suyo, como lo ha sido hasta hace escasas semanas Ucrania.

Habrá que seguir con atención los noticiarios para averiguarlo, pendientes de lo que cuenten los William Russell de turno. La lástima es que ellos tienen una desventaja con respecto a Sir William. En 1854, nadie dio importancia a lo que podría provocar un telegrama a Londres con información real sobre el conflicto, por eso ningún poder trató de censurarlo. Pero aquella vez, en Crimea, los poderosos aprendieron la lección.

Buena suerte, compañeros