Efectivamente creo que vale la pena hoy, después de seis años, recordar algunas de sus manifestaciones ya que siguen siendo extraordinariamente válidas y actuales: “Hemos comprendido que cuando los tiempos cambian también debemos cambiar nosotros, que la fidelidad a nuestros principios fundamentales requiere nuevas respuestas a nuevos retos”. Continuaba diciendo: “Comprendemos que nuestros programas pueden ser ya inadecuados para las necesidades de nuestro tiempo…” y “Nosotros, el pueblo, todavía creemos que nuestras obligaciones como norteamericanos no son sólo para nosotros sino para toda la posteridad. Responderemos a la amenaza del cambio climático, sabiendo que dejar de hacerlo traicionaría a nuestros hijos y a las futuras generaciones… La paz en nuestros tiempos requiere el constante avance de los principios de nuestro credo en común: tolerancia y oportunidad; dignidad humana y justicia”. Finalizaba afirmando que ahora “es tiempo de decisiones” y “Ustedes y yo, como ciudadanos, tenemos la obligación de dar forma a los debates de nuestro tiempo, no sólo con los votos que emitimos, sino con las voces que levantamos en defensa de nuestros valores y nuestros ideales”.

Ante la avalancha de acontecimientos que no sólo complican todavía más la ya complejísima situación a escala local y nacional, regional y mundial, contribuyendo además a ocultar o tergiversar lo que es relevante para los intereses a corto y largo plazo de la gran mayoría de la gente, creo oportuno reiterar, para que cunda una firme reacción popular, que cada día mueren, como ignorados o inadvertidos “efectos colaterales” del sistema, miles de seres humanos de hambre y desamparo al tiempo que se invierten en armas y gastos militares más de 4.000 millones de dólares; que el “barrio próspero” de la aldea global alberga sólo a un 20% de la humanidad, viviendo el 80% restante en un gradiente progresivo de precariedades, en condiciones adversas para la igual dignidad de todos, esencia de los derechos inherentes a la existencia humana.

Me sigue inquietando e indignando que, en lugar de defender un multilateralismo democrático, con unas Naciones Unidas dotadas de los recursos personales, técnicos y profesionales adecuados, en una estructura que represente a “Nosotros, los pueblos…” como establece la Carta, pretendan gobernar al mundo grupos oligárquicos integrados por los 7, 8,… 20 países más ricos y poderosos de la Tierra, sustituyendo un sistema democrático de 196 Estados por un sistema plutocrático inadmisible.

Creo que es fundamental conseguir el reconocimiento de la infinita diversidad cultural, el pluralismo político, el respeto a los principios éticos universales,… en suma, más y mejor democracia.

Ha llegado el momento de adoptar una “Declaración Universal de la Democracia” (ética, social, política, económica, cultural e internacional), único marco en el que podrían llevarse a término los derechos y deberes humanos. Democracia a escala personal, local, nacional, regional y planetaria: esta es la solución para todos y para todo. La fuerza de la razón en lugar de la razón de la fuerza, y comprobar la inmensa y distintiva capacidad creadora de la especie humana, que no puede reducirse a pequeños espacios y miopes objetivos.

Es inaceptable que el neoliberalismo imperante haya sustituido los valores éticos por los bursátiles, los “principios democráticos” –tan lúcidamente establecidos en la Constitución de la UNESCO- por los mercantiles, la cooperación por la explotación y las ayudas por préstamos en condiciones draconianas.

Ahora ya podemos expresarnos. Ahora ya sabemos lo que acontece en todo el mundo. Ahora ya somos, por fin, todos iguales en dignidad, sin discriminación alguna por razón de género, de credo, ideología, etnia… Ahora ya podemos y debemos levantar la voz, en grades e inaplazables clamores populares. El silencio y la indiferencia son cómplices. Son delito.