Eduardo Embry Morales 2011,7,7Cuando el mundo era nuevecito,
con nubes claras y transparentes,
amarillo el sol, impecable el azul del cielo,
la gente que había en la tierra
hablaba la misma lengua;
no había inglés, francés, alemán,
árabe, ni castellano;
los sordomudos no usaban las manos
para hablar con los demás,
limpio era el mundo de apariencias y obstáculos;
para decir “hola, qué tal”,
había solamente un fonema común para todos;
para decir “apúrate”, “no te quedes atrás”
había un sonido suave, cortés,
atento y fino;
para decir “estoy cansado”,
una palabra inconfundible,
sonaba como un trapo que cae al suelo;
cuando el mundo era nuevecito,
como recién entregado al cliente,
la gente que vivía en la China o en el Japón
podía hablar perfectamente
con aquellos que vivían en la Gran California:
todos hablan una misma lengua,
y eso era así, porque el mundo recién hecho
era un mundo sin manchas;
de tanta claridad que había en el aire,
nadie conocía lo que era una nube negra;
como son las grandes pasiones
de un hombre y una mujer tendidos en la tierra,
así era el sol, intensamente amarillo;
y el cielo que los cubría
era de un azul impecable.