Al protocolo de Kioto entre tanto, le ha salido un competidor: EEUU, Japón, Australia, India, China y Corea del Sur (que juntos suman la mitad de la población, del consumo energía, y de las emisiones de CO2 a nivel mundial) han formado su propia alianza para combatir el
cambio climatico. Estos países rechazan obligaciones en términos cuantitativos para la minimización de las emisiones de CO2, ya que temen que el coste para sus economías nacionales podría ser excesivo. En lugar de ello, prefieren fomentar el desarrollo de las tecnologías más respetuosas con el clima. Estos seis países se reunieron en Sydney en enero para consensuar proyectos concretos. Se crearon grupos de trabajo junto con la industria de la energía y otros sectores económicos encargados de analizar tecnologías Clean Coal (carbón limpio), energías renovables, mayor eficiencia energética y otros temas. Lo acordado en Sydney puede que no sea muy concreto, pero sólo por el peso de los países participantes debería ser tomado en serio. Por eso lamento que la conferencia sobre el
cambio climatico celebrada el pasado diciembre no debatiera abiertamente esa controversia. Yo no veo nada de malo en un debate sobre el camino correcto en la protección del clima. No es sólo la “alianza asiáticopacífica por el clima” la que teme los riesgos derivados de unos objetivos demasiado ambiciosos y a corto plazo. También entre nosotros crece la crítica al incremento de los costes de la energía provocado por el comercio de emisiones.

Pero tampoco creo que sea conveniente eliminar de un día para otro el comercio de emisiones, en el que tantas esperanzas se han depositado. La idea subyacente sigue siendo acertada: convertir las emisiones de CO2 en un factor de coste de generación de energía hará que los consumidores ahorren energía como reacción al incremento del precio de la energía, y que los proveedores inviertan en centrales eléctricas que generen menos emisiones de CO2, por ser más rentables en términos relativos. El comercio de emisiones y el alto precio de los portadores fósiles hacen cada vez más atractivas las energías renovables y el ahorro de energía. En todos los niveles de abastecimiento de energía, puede incrementarse aún más la eficiencia. Yo veo aquí uno de los elementos más importantes de la futura política energética.

Si las medidas de adaptación surten efecto, volverán a bajar los costes condicionados por las emisiones de CO2. Hasta aquí la teoría. En la práctica, el cambio de comportamiento del consumidor es más lento. Y nuevas centrales de energía tardan años en conectarse a la red. A ello se suma que los agentes del mercado no saben si las inversiones en ahorro de CO2 serán rentables después de 2012.

Lo que se constata una y otra vez, es que a la hora de diseñar el comercio de emisiones se ha infravalorado el factor tiempo. Mientras que las adaptaciones se producen de un modo lento, sigue subiendo el precio del CO2, lo que supone una carga adicional sobre todo para la industria de gran consumo energético. El comercio debe desarrollarse con mayor liquidez, para evitar incrementos de precio inasumibles. El sistema sólo puede continuar si se flexibiliza.

Para ello deben ampliarse los periodos de comercio y permitirse el comercio con certificados más allá de los periodos de comercio. Además debería simplificarse la deducción de proyectos fuera de la UE. También sería necesario adelgazar el sistema eliminando la mayoría de excepciones y regulaciones especiales. En Europa existen sistemas de reparto muy diferentes con los más diversos criterios. Sobre esta base es cuestionable que Europa pueda desarrollar una política climática unitaria.

Podemos estar seguros de que fuera de Europa se observa con mucha atención si somos capaces de convertir el comercio de emisiones en un instrumento compatible con las economías nacionales. Sólo si Europa lo consigue podrá este sistema ser atractivo para otros países. Pero sobre todo necesitamos saber cuanto antes cuales van a ser las condiciones-marco después de 2012. Las promesas de fidelidad al concepto del protocolo de Kioto son de poca ayuda en este contexto. Sin la participación de los grandes países el protocolo de Kioto carece de futuro. Europa no puede asumir a la larga una creciente pérdida de competitividad frente a otras áreas económicas, más aún si esos esfuerzos ni siquiera redundan en un beneficio en términos de política climática. De ese modo no se generan expectativas de futuro seguras para los consumidores ni inversores.

Lo que propongo es tomar la palabra de la alianza asiáticopacífica por el clima. Europa debería buscar la colaboración con estos países. Tenemos que organizar avances en este ámbito y concentrar los esfuerzos de muchos países., científicos y empresas en proyectos tecnológicos comunes. Sobre esta base podremos hablar luego también de nuevos objetivos globales.

Si nos tomamos en serio el
cambio climatico tenemos que dejar a tras la política de símbolos. Necesitamos plantearnos de nuevo aquello que realmente funciona.

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