La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación se presentó una vez más ante la opinión internacional, para volver a dejar en evidencia la falta de compromiso del primer mundo con los países en vías de desarrollo. Y es que en esta ocasión el maquillaje burocrático no fue suficiente para disimular las arrugas causadas a lo largo de sus 63 años de existencia. La batalla más dura, más allá de la lucha contra el hambre, es una en la que el organismo parece haber sucumbido. Se trata del conflicto abierto entre los muchos y muy poderosos grupos de presión, que consiguieron aprobar una declaración final inocua y poco comprometida con el problema del hambre en el mundo.
Este organismo especializado de Naciones Unidas ha combatido el hambre desde su fundación en 1945 como consecuencia de un encuentro que había reunido dos años antes a los gobiernos de 44 países en Hot Springs (Virginia). Sin embargo, a día de hoy los datos hablan por sí solos. En todo el planeta son ya casi 862 millones las personas que cuentan con severas carencias en su nutrición, lo que supone alejarse del objetivo fijado en la Cumbre de 1996 de reducir el número de personas afectadas por el hambre a la mitad en 2015, puesto que en vez de disminuir aumentan.
El coste de una cumbre.- La Cumbre de Roma, a pesar de su descafeinado resultado, ha sido una de las que más expectación había despertado hasta el momento, por las circunstancias que atraviesa la economía mundial. La crisis de las materias primas que ha supuesto el encarecimiento de gran parte de los bienes de primera necesidad, entre los que ocupan un lugar destacado los alimentos, hizo que la asistencia de la Conferencia superase todos los récords. El evento contó con 5.159 participantes, entre los que estuvieron presentes representantes de 181 países, 43 de ellos eran Jefes de Estado o de Gobierno y otros 100 eran ministros de sus respectivos ejecutivos. 60 organizaciones no gubernamentales y civiles se acercaron a la capital italiana, al igual que también lo hicieron 1.298 corresponsales de prensa, enviados para cubrir la reunión.
Al contemplar estos números uno no puede evitar pensar en el coste medioambiental que supone desplazar a tal cantidad de gente para acudir a un acto que persigue incrementar el nivel de compromiso con el medio ambiente y con los más necesitados del globo, pero que parece que lo único que consigue es reunir a un grupo cada vez más numeroso de gente que discute sobre el tema pero no hace nada. Son muchos los que oyen y muy pocos los que escuchan.
Incluso el Director General de la FAO, Jacques Diouf, afirmaba al término del encuentro que “lo importante es comprender que hace mucho tiempo ya dejó de ser hora de hablar. Ha llegado el momento de intervenir”. Las restricciones a las exportaciones impuestas por más de 30 países se convierten en dramático origen de un fenómeno que está demostrando tener consecuencias devastadoras. La escalada del precio del arroz, alimento básico para los hogares más pobres, es sólo un ejemplo de lo crueles que pueden llegar a ser ciertas decisiones políticas.
La necesidad de aumentar la ayuda a los países en vías de desarrollo y de fomentar en ellos sistemas de desarrollo sostenible y autosuficiente es ahora más urgente que nunca. Al menos esta evidencia sí que aparece recogida en el texto definitivo de la Declaración con el que se cerró la Conferencia. Si bien nuestro lector ya sabrá que del dicho al hecho hay un camino difícil y tortuoso que parece encontrar entretenimiento en toda distracción que le aleje de su primer objetivo. Los análisis de la organización ponen de manifiesto que con tan sólo 30.000 millones de dólares anuales se podría erradicar la amenaza del hambre de nuestro planeta. Aunque la cifra parece desorbitada se torna más asequible al descubrir que en 2006 el gasto mundial en armamento alcanzó los 1,2 billones de dólares, o cuando nos percatamos de que ese mismo año se desperdició comida por valor de 100.000 millones de dólares.
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Otro fantasma aún más terrible que parece cernirse sobre la humanidad son los conflictos latentes que pueden llegar a estallar de forma inminente y que tienen como punto de partida el control de los alimentos. Unos aportan tierra, agua y recursos humanos, mientras otros cuentan con la tecnología y los recursos financieros necesarios para desarrollar proyectos que permitan incrementar la productividad de las cosechas. Entonces, ¿qué hace que sea tan difícil alcanzar un acuerdo? Una pregunta tan evidente parece chocar contra un muro de incomprensión al comprobar que los recursos para financiar programas agrícolas en países en desarrollo no sólo no han aumentado, sino que han disminuido de forma significativa desde 1996.
El esqueleto del elefante.- Desde su nacimiento allá por 1945 en la localidad de Hot Springs en Virginia, la FAO ha trabajado con la meta de alcanzar la seguridad alimentaria para todos y asegurar que las personas tengan acceso regular a alimentos de buena calidad que les permitan llevar una vida activa y saludable. La mejora de la nutrición, el aumento de la productividad agrícola, y la contribución al crecimiento de la economía mundial, mediante la mejora del nivel de vida de la población rural son también sus objetivos.
Para alcanzarlos, la FAO viene desarrollando alrededor de 2.000 proyectos de campo, que suponen un coste total de 370 millones de dólares. La organización cuenta con dos fuentes de financiación principales. De un lado, el presupuesto central de la Organización –llamado Programa Ordinario-, que procede de las contribuciones asignadas a sus países miembros. Del otro, los recursos extrapresupuestarios recibidos de donantes multilaterales. La primera fuente de recursos permite costear el 10% de las intervenciones gracias al Programa de Cooperación Técnica (PCT) y al Programa Especial para la Seguridad Alimentaria (PESA). Por tanto la dependencia económica de la organización de otras organizaciones, muchas de ellas también dependientes de la ONU, o de gobiernos es tan fuerte que sin su ayuda no podría desempeñar su labor con garantías de solvencia.
El órgano recto de la FAO es la Conferencia, formada por los estados miembros, que se reúne cada dos años para revisar las actividades realizadas hasta el momento y aprobar el presupuesto y programa de actuación para el siguiente bienio. En ella se elige a un Consejo, que integran 49 estados miembros, que se convierte en órgano de gobierno provisional. Se elige también a un Director General por un periodo de seis años. Jacques Diouf ha sido ya reelegido por tercera vez, y su mandato no culmina hasta 2012.
Los órganos ejecutivos de la FAO son los departamentos que, hasta un total de ocho, se distribuyen los trabajos por materias. Agricultura y Protección del Consumidor, Desarrollo Económico y Social, Pesca y Acuicultura, Forestal, Recursos Humanos, Financieros y Físicos, Conocimiento y Comunicación, Ordenación de Recursos Naturales y Medio Ambiente y, por último, Cooperación Técnica son las áreas en las que se distribuyen los más de 3.600 empleados de este organismo. Hoy en día cuenta con cinco oficinas regionales, nueve subregionales, cinco de enlace y 74 oficinas distribuidas por el mundo, a las que hay que añadir la sede central ubicada en Roma.
La reestructuración de la FAO fue un proceso iniciado en 1994 que perseguía descentralizar las actividades, racionalizar los procedimientos y reducir los gastos. Desde entonces, la reforma se ha constituido como un proceso continuo en este organismo, y prueba de ello es que en 2005-2006 se aprobó el traslado de más personal de la sede central a las oficinas descentralizadas, con el fin de incrementar considerablemente la eficacia de su labor en la lucha contra el hambre.
Estas y otras iniciativas persiguen contribuir a la mejora de la imagen del organismo y redundar en un compromiso real y sólido por parte de los estados miembros y de aquellas entidades y organismos colaboradores. Esperemos que se consiga para que entre todos podamos construir un mundo sin hambre.