Un acuerdo que contenga objetivos concretos de reducción de las emisiones, plazos, y el dinero que los países más desarrollados van a poner encima de la mesa para lograr que el desarrollo del resto no tenga tanto impacto ambiental.
El vaso estaría medio lleno para aquellos que creen que es un avance sentar a China y a EE.UU. a debatir sobre el acuerdo, porque se sienten más presionados por la opinión pública mundial que en Kyoto. También lo estaría por el papel más importante que han tenido los países emergentes y porque finalmente se haya conseguido un acuerdo político que pueda más adelante posibilitar otro jurídico.
Pero el vaso estaría medio vacío para aquellos que opinamos que ha sido frustrante salir de Copenhagen sin siquiera los mínimos para un acuerdo vinculante que, como en el caso de la UE, permitiese trabajar ya para reducir las emisiones al menos al 30% en 2020. Pero quizás esto no sea lo peor de la Cumbre. Es muy preocupante tener la sensación de que ha sido superado el marco de la Agenda Climática que estableció la ONU hace dos décadas, por un nuevo modelo en el que las potencias debaten de forma bilateral y en el que la geopolítica y el mercado, pesan más que el calentamiento global.
Mientras, las emisiones de gases de efecto invernadero sólo se moderan debido a la crisis de producción y consumo que ha estancado el funcionamiento del sistema. Pasada la Cumbre (y puesto en libertad Juantxo López Uralde), poco a poco se han ido diluyendo en los medios de comunicación los datos y gráficos, las llamadas de auxilio de los países empobrecidos, el problema de los refugiados climáticos, los cambios dramáticos en los ciclos de la naturaleza, el derretimiento del Polo Norte, el incremento de las catástrofes naturales, etc.
“Los políticos hablan, los líderes actúan”, rezaba la pancarta que desplegó Uralde junto a otros dos activistas de Greenpeace en la cena de gala de la Cumbre. Difícilmente se puede explicar con menos palabras lo que ha supuesto Copenhagen para la política internacional. Si las Autoridades son las que tienen que dar ejemplo a la ciudadanía para provocar los cambios necesarios, han fracasado por falta de audacia.
Cuando lo global no responde, quizás haya que impulsar los cambios desde otras esferas locales, más cercanas a la ciudadanía y más aprensibles y controlables. La ciudad y los Ayuntamientos, tras Copenhagen, han cobrado más importancia si cabe para enfrentarse al desafío de la reducción de emisiones y el impulso de nuevas formas de desarrollo que compatibilicen la calidad de vida de las generaciones presentes con la que tendrán nuestros nietos y sus hijos.
Es el momento de que las Ciudades se comprometan y actúen de forma colaborativa para coordinar iniciativas e intercambiar buenas prácticas para la extensión de las energías renovables, el ahorro y la eficiencia energética, la movilidad sostenible, la bioconstrucción, la gestión adecuada de los residuos, etc. Existen muchos ejemplos de ciudades que se han puesto en la vanguardia y a los que hay que unir mucho más proyectos en red que manden un mensaje claro y sin ambigüedades a la ciudadanía: se puede actuar y ahora es el momento.
Francisco Romero
Director de la Agencia de la Energía de Rivas Vaciamadrid
www.rivasecopolis.org