Pero no deja de sorprender que ese afán de informar se haya convertido a lo largo de cien años en codicia y en un factor de poder, al transformarse en asesores influyentes conocedores de las reglas del juego, y en muchos casos no muy limpio, por lo que han actuado como “juez y parte”.
“La codicia es contagiosa y, cuando se desata, termina generando un clima de permisividad y ansia de enriquecimiento fácil que mina las bases del sistema económico”. “No es que los seres humanos se hayan vuelto más codiciosos que en las generaciones pasadas, sino que las vías por las que puede manifestarse la codicia han crecido de forma desmesurada”. Estas palabras fueron expresadas por Alan Greespan, Ex – gobernador del Banco Central de EE.UU., la famosa FED, en el Senado Norteamericano en julio del 2002.
La crisis Ninja, como la bautizó nuestro admirado Leopoldo Abadía, o “la gran estafa”, denominada así por otros, es la suma de ambición yvoracidad de individuos y colectivos que han hecho que se cuestione el actual modelo económico.
La responsabilidad de la situación actual no sólo se debe a nuestras famosas agencias de rating, a quienes se les cuestiona su real honestidad lograda a lo largo de un siglo, sino también a los grandes bancos de inversión, algunos quebrados y otros vendidos de forma indigna para sus empleados y accionistas, y en el mejor de los casos reducida de forma ostensible su fortaleza financiera y desacreditada su imagen.
Su avidez ha llevado a crear “magia financiera” con nombres difíciles de explicar: MBS (Mortgage Backed Securities u Obligaciones garantizadas por hipotecas), CDO (Collateralized Debt Obligations u Obligaciones de Deuda Colateralizada), Syntetic CDO, o CDS (Credit Default Swap o Contrato de pago de un crédito, impagado, por el abono de unos intereses), junto con un apetito voraz por obtener grandes comisiones y suculentos bonus para sus ejecutivos.
Pero esta falta de ética ha quedado patente también a través de los bancos y cajas de ahorro que han enmascarado estos productos a través de su colocación a fondos de inversión e inversores particulares, poco enterados en esta creación financiera.
Esta amplia responsabilidad no se queda aquí, sino que ha afectado a la necesaria y estricta regulación y supervisión, en ocasiones olvidada por los estados y organismos reguladores.
Esto nos hace pensar que “el que esté sin pecado que tire la primera piedra”, y por ello se busca un mundo mejor. Cuando miramos, a veces con recelo, al mundo musulmán deberíamos aprender los occidentales, el primer mundo, de algunos conceptos de las finanzas islámicas como la Riba o inexistencia de usura, dado que no se toman grandes riesgos: si no hay riesgo no hay ganancia, por lo que las entidades financieras islámicas tienen un negocio más seguro, aunque su margen de beneficio sea mucho menor.
Desde occidente muchos inversores han empezado a reclamar información más allá de los indicadores financieros, por muy rigurosos e independientes que éstos sean, y siempre nos acordamos de lo que fueron y no han sido las actuales agencias de calificación. En este entorno ha surgido un nuevo tipo de agencias de calificación, las denominadas de rating social, como Eiris, preocupadas por contemplar también criterios sociales, medioambientales y éticos en la inversión, y con ello la necesidad de conseguir fuentes de información adicional, con lo que volvemos al punto de partida de principios del siglo XX: el derecho a la información de forma amplia y honesta.
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