«Los Z son nuestros hijos, nuestros sobrinos, aquellos jóvenes que aún no han terminado la universidad. Y son nativos en nuevos valores», sostiene Iñaki Ortega, director de Deusto Business School en Madrid. «Por eso hay debates que no entienden, como, por ejemplo, el del matrimonio homosexual. Tienen compañeros en clase con dos padres, lo aceptan como algo natural», continúa. Algo que comparte Núria Vilanova, presidenta de Atrevia: «Los mueve la justicia. Les indigna que no la haya, no entienden que no se respete el medio ambiente. Les parecen cosas obvias, no entienden que no se esté de acuerdo con esos valores. Muchos quieren ser emprendedores, hablan de realización personal y de emprendimiento social para mejorar el mundo».

Ortega y Vilanova han dirigido la elaboración del informe Generación Z: el último salto generacional, que descubre las características esenciales de esta nueva cohorte de jóvenes que se ha educado y socializado con internet en sus bolsillos. Lo que explica, entre otras cosas, que la jerarquía no les convenza: «Poder contrastar cualquier cosa que se les dice de forma inmediata les hace ser irreverentes con cuestiones hasta ahora sagradas como los padres, los profesores y los jefes. Se ha relajado mucho el criterio de autoridad. Además, cuestionar lo establecido es lo que da sentido a la innovación», señala Ortega.

La Generación Z se define por su gran capacidad de trabajar en red, con culturas diferentes y en puestos relacionados con la creatividad y la innovación. Otra de las conclusiones que extrae el informe es que los profesionales más valiosos del futuro no serán los que esténultraespecializados en un campo concreto, sino los que sean polímatas y puedan hibridar conocimientos de distintos ámbitos.

Asimismo, «los jóvenes Z van a vivir en la época de la singularidad −inteligencia artificial, ley de Moore, disrupción tecnológica− y van a ser emprendedores precoces». Los datos lo corroboran: un 55% de los 50.000 adolescentes encuestados por Universum en 45 países manifestó interés por lanzar su propia start up. «No estarán dispuestos a hacer cola por entrar en las grandes empresas. Tienen otras alternativas. Si queremos atraerles, sacar lo mejor de esta generación, tenemos que ofrecerles unas compañías diferentes», insiste Ortega.

«Las dinámicas de consumo y comportamiento de la Generación Z también son absolutamente diferentes a las de generaciones anteriores. La inmediatez crea una desconexión entre estos jóvenes, que buscan participar de una manera inmediata en las decisiones, y un sistema de voto cada cuatro años, por ejemplo», revela Vilanova. «El entorno digital en el que han forjado su personalidad supone que la reacción en tiempo real cuando interactuamos con ellos sea clave. Debemos ser capaces de adaptar los recursos y los sistemas a sus nuevas necesidades −puestos de trabajo, canales de comunicación, modelos de aprendizaje y diálogo− para que se sientan integrados en la sociedad».

Pero el beneficio será mutuo. Ortega está convencido de que «el mundo será mejor con ellos si el resto de generaciones somos capaces de conseguir los cambios que demandan». La economía colaborativa será un reflejo de esas potencialidades. La relación de los jóvenes Z con el dinero dista mucho de la que mantenían las generaciones anteriores. «No quieren trabajar para tener, sino para disfrutar», asegura Vilanova. «El mundo se les ha quedado pequeño y están abiertos al cambio».

Un distintivo al que todos los agentes sociales deben adaptarse si tienen una mirada mínimamente largoplacista. Empezando por el tejido empresarial, «que siempre ha tenido una enorme resistencia al cambio», opina Vilanova, que recuerda cómo la ya enterrada Kodak «escondió» la cámara digital, un invento que la misma compañía había patentado, por miedo a que pusiera en peligro su línea fuerte de negocio: los carretes. Kodak olvidaba que luchar contra el avance tecnológico es sinónimo de batalla perdida.

«Si hiciésemos el ejercicio de imprimir todos los informes que hablan de las nuevas generaciones como jóvenes desquiciados por la tecnología, no cabrían en esta sala. Además, nos llevan a debates pasados», dice Vilanova. Iñaki Ortega se traslada a la II Revolución Industrial, cuando los luditas se dedicaban a romper las máquinas porque quitaban puestos de trabajo. «Cada generación encuentra amenazas en la que le va a sobrepasar, pero la tecnología no es una amenaza. Otra cosa es el cierto autismo que pueda generar la adicción a la tecnología, a las redes sociales, acrecentada por el sedentarismo».