Estanterías que se comban bajo el peso de demasiados libros, mesas que se rayan y dejan ver sus entrañas de conglomerado o somieres que comienzan a tambalearse antes de tiempo. El mobiliario low cost no es quizás tan duradero o resistente como el más caro, pero ofrece un precio asequible y una calidad aceptable. Además, si uno de estos artículos se estropea, podemos cambiarlo por uno exactamente igual sin que nuestro bolsillo sufra demasiado.

La tendencia conocida en inglés como fast furniture (algo así como mobiliario rápido) ha conquistado la industria del mueble. El aumento de la demanda de este tipo de artículos, junto con el crecimiento de la fabricación en países emergentes y las facilidades para el transporte y el comercio internacional han allanado el camino.

La EEB identifica en un reciente informe sobre oportunidades para aplicar la economía circular al sector algunos de las variables que sustentan este patrón de compra y generación de residuos, donde el reciclaje es poco común y la reutilización está restringida a la pequeña escala, a nivel particular o con fines sociales. Algunos de esos factores son la insuficiente información y facilidades para que los consumidores puedan reparar o alargar la vida de los productos. Además, la demanda de muebles de segunda mano y de productos reciclados es escasa, así como la inversión de las empresas en la gestión y recogida de artículos usados.

Asequibles e idénticos

Ana María Fernández, de la Universidad de Oviedo, nos da más detalles sobre los motivos que han hecho de este tipo de mobiliario la norma. «Tiene mucho que ver con los cambios de cultura de consumo que se producen con los millennials», aclara a SINC. Según la catedrática de Historia del Arte, la aversión por el estilo decorativo las casas de sus padres y abuelos (muebles de maderas talladas, adornos y porcelanas rococós…) ha llevado a los más jóvenes a decantarse por un diseño mucho más limpio.

Sus preferencias, junto con una capacidad económica limitada, explican por qué las nuevas generaciones se han dejado seducir por los productos de cadenas como Ikea, con un precio muy asequible. «Van dirigidos a un sector de la población muy concreto: una juventud urbana que comienza a formar un hogar», describe Fernández.

Además, ha ocurrido lo que «siempre ha sucedido a lo largo de la historia, cuando las clases aristocráticas, los burgueses o los reyes se copiaban unos a otros», dice la experta. Las personas se identifican con los mismos gustos de su edad y clase. Así es como Ikea ha logrado colarse en las casas de medio mundo, homogeneizándolas.

Pero, ¿Cómo consigue la multinacional sueca que sus muebles sean tan baratos? El secreto está en utilizar materiales de bajo coste, fabricarlos en serie y de forma masiva y reducir gastos de embalaje, transporte y almacenaje. Los muebles desmontados necesitan menos envoltorios, se pueden apilar mejor en camiones o barcos y guardar fácilmente porque ocupan menos espacio.

El verdadero impacto de la ‘fast furniture’

La evaluación del ciclo de vida permite evaluar el impacto ambiental de un producto desde la obtención de las materias primas para su fabricación hasta su desecho o reciclado. La producción de madera emplea alrededor de 1,2 GJ/m3 de energía y emite unos -838 Kg de carbono por metro cúbico.

Por su parte, un tablero de aglomerado necesita unos 3,8 GJ/m3 de energía y emite -334 kilogramos de carbono por metro cúbico. «La madera es uno de los reservorios en los que el árbol almacena el carbono que obtiene a través del CO2 absorbido en la fotosíntesis», explica a SINC Rafael Calama, del Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria. Cualquier producto derivado de este material mantiene ese depósito, de ahí que los valores de emisiones sean muy bajos, o incluso negativos, comparados con otros materiales.

Cada año, particulares y empresas europeas desechan 10 millones de toneladas de muebles

Pero el transporte de materias primas y muebles, y la fabricación de estos últimos, también tiene un impacto ambiental. Si bien el hecho de que se necesiten menos vehículos para transportar una mercancía que ocupa poco volumen supone menos emisiones, estas aumentan con la distancia recorrida. Muchas grandes empresas del sector del mueble han transferido fábricas y obtienen materiales de explotaciones madereras de países con legislaciones ambientales más laxas y precios más bajos.

Además de la Unión Europea y Estados Unidos, economías emergentes como India y China se han convertido en grandes exportadoras de madera y muebles. Desde Ikea aseguran que obtienen sus productos de Europa (57 %), Asia Pacífico (40 %) y América (3 %). Sus mayores proveedores son China (28 %), Polonia (19 %) e Italia (8 %). Su estrategia, indican a SINC, «es que los proveedores obtengan las materias primas tan cerca de las fábricas como sea posible».

La huella ambiental de los artículos también se incrementa cuando nos deshacemos pronto de ellos y terminan incinerados o abandonados en vertederos. Materiales como espumas y plásticos son muy contaminantes. En el caso de la madera, el carbono que almacenan los muebles vuelve al medio ambiente al quemarla. «Como sumidero de carbono, interesa que se transforme en productos de vida útil lo más larga posible», advierte Calama.

Además, un mayor consumo conlleva una mayor necesidad de árboles. La producción mundial anual de madera es de unos 4.000 millones de metros cúbicos e Ikea utiliza un 1 %. La empresa emplea unas 600 toneladas de tableros aglomerado a diario para producir solo uno de sus productos: la famosa estantería Billy.

Iniciativas para la sostenibilidad

Una de las medidas que existen para fomentar la sostenibilidad de las explotaciones forestales son las certificaciones. El 35 % de los bosques certificados del mundo (casi 87 millones de hectáreas) están en Europa. Los principales sistemas internacionales de certificación forestal son los del Consejo de Administración Forestal (FSC, por sus siglas en inglés) y el PEFC. Ambas son organizaciones que abogan por la gestión forestal sostenible y responsable.

Otra clave es la economía circular. «Diseñamos nuestros productos para ser circulares desde el principio, para que puedan ser reparados, reutilizados, revendidos o reciclados, generando el mínimo de residuos posible», aseguran desde Ikea. Con la madera es fácil. «La industria del tablero de aglomerado se abastece de residuos procedentes del reciclado de muebles, palés, etc.», comenta Calama. Es más difícil reintroducir el plástico, el papel y los textiles en la cadena de fabricación. Aún así, la firma sueca quiere ser 100 % circular en 2030.

Es cierto que han puesto en marcha algunas iniciativas, como ofrecer piezas de repuesto para alargar la vida de algunos de sus muebles. El año pasado, la empresa abrió su primera tienda de segunda mano en Eskilstuna (Suecia). También ofrece la posibilidad de revender algunos artículos, pero la lista y condiciones son limitadas.

Aún le queda un buen trecho por recorrer. Las cómodas de Ikea que se desmontan y se vuelven a montar difícilmente vuelven a ser las mismas. Retiran los muebles, sofás y colchones, pero solo si se han comprado unos nuevos previamente y pagando un coste que los consumidores pueden no estar dispuestos a abonar por productos baratos, como estanterías y mesas.

Claro que todos estos puntos flacos están presentes en muchas otras tiendas y también hay una parte de responsabilidad por parte de los compradores. Pero es difícil decidirse por otras opciones de mayor calidad cuando el presupuesto es limitado y la vivienda no sea probablemente un hogar definitivo.

Afortunadamente, según Fernández, con la edad y el aumento del poder adquisitivo cambian nuestras preferencias:  «Tendemos a querer diferenciarnos de nuestros congéneres, amigos y colegas de trabajo. Sustituimos la estantería Billy por otra más sólida. Las cadenas como Ikea seguirán existiendo, pero, lo mismo que en otros sectores como el de la moda, la sostenibilidad se va imponiendo poco a poco», concluye.

Lucía Caballero. Este artículo fue publicado originalmente en SINC.