La cultura de la ciudad y la psicología de sus actores son los temas dominantes hoy. Y dentro de esta experiencia urbana aparecen dos subjetividades diferentes: la de un observador paseante, y la de un espectador televisivo por una duplicidad en la ecuación urbana.
Tenemos pues cuatro variables a tener en cuenta: la ciudad física antigua (hoy afectada por la ciudad límite o ex-urbano), la ciudad electrónica (que fluye por una red incorpórea), el actor paseante y el espectador televisivo. Junto a esas variables existe el deseo de ver la ciudad unitariamente, a menudo con mayor fuerza que el de vivirla. Este antiguo deseo de aprehender visual y cognitivamente la ciudad en nuestro escenario contemporáneo encuentra cada vez menos respuesta.
La “ciudad de la memoria colectiva”, tal como la define Christine Boyer, representa una urbanidad plural donde la cultura e historias interactúan con el espacio. La ciudad contemporánea entra en un proceso de nueva mapificación. Como señala Manuel Gausa en la revista Quaderns cuando en la introducción a las aportaciones presentadas en los Debates Centrales del XIX Congreso de la UIA Barcelona 96: “El observador clásico o el flâneur moderno dejan paso así al explorador contemporáneo: si el espacio clásico podía ser apropiado desde la representación de una realidad aparentemente estable que tenía en el punto de fuga -en relación al ojo humano- su máxima referencia, si el paseante de la era postindustrial podía describir críticamente una realidad, menos uniforme ya, pero abordable todavía la definición de paisajes o atmósferas con siluetas precisas y figurativas, el explorador contemporáneo se enfrenta hoy a un espacio –no siempre físico- en constante situación de cambio latente y de simultaneidad entre escalas diversas”. El espacio contemporáneo tiene una acelerada mutabilidad. Es dinámico, impreciso, aformal. El nuevo espacio se presenta como un escenario múltiple sujeto a colisiones, cambios, mezclas y deslizamientos.
En la ciudad contemporánea convergen toda una serie de redes posibles. Existen varios niveles de redes. En primer lugar las infraestructuras del transporte como soporte físico: calles, ferrocarriles, aeropuertos y los sistemas de distribución de mercancías. En segundo lugar las redes de información y comunicación: teléfono, fax, las redes informáticas, la radio, la televisión, etc… En tercer lugar las redes para la gestión y el control: control de tráfico terrestre y aéreo, diversos sistemas de vigilancia de seguridad, etc… Ahora las principales ciudades, a finales del siglo XX, han incorporado redes electrónicas en sus estructuras introduciendo nuevas formas urbanas. El conocido arquitecto Toyo Ito escribe acerca de este nuevo espacio virtual: “Hacer real este espacio de virtualidad. Existe un abismo entre este espacio virtual y el espacio físico de la realidad. En cuanto el espacio virtual encuentre los mecanismos para hacerse sustancial no habrá más que una realidad, de una vez para siempre. El espacio de la gravedad nula no puede existir sobre la tierra, pero si logramos dotarnos de cuerpos físicos capaces de sumergirnos en la esfera de las imágenes virtuales ¿no sería entonces posible crear un espacio donde uno pudiera apreciar físicamente lo que significa estar en una dimensión de gravedad nula?”. Nos hallaríamos de lleno en lo que denominamos ciberespacio. Dicho término fue acuñado por William Gibson, escritor de ciencia ficción y autor de la conocida novela “Neuromante” (1984). Gibson, persona que ha contribuido a configurar el imaginario contemporáneo, señala acerca del mismo que “nada envejece tan rápidamente como un futuro imaginado”.
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El hombre contemporáneo frente a la experiencia urbana:
El arte de la memoria es el esfuerzo para “archivar un conocimiento enciclopédico de las cosas,…caja negra de una memoria todopoderosa”, como escribe Fernando de la Flor en la introducción del libro “Fénix de Minerva o arte de la memoria” de Juan Velásquez de Acevedo, la ilusión del saber total, de un mundo paralelo al “real”, dando un “lugar en la mente a las imágenes de todas las cosas sensibles e inteligibles”. Este “traslado” de la realidad a la mente, a un espacio “impalpable”, supone una dimensión virtual, una realidad virtual, y ahí se produce el encuentro con el ciberespacio, aparentemente nuevo pero de raíces lejanas (encuentro de viejas preocupaciones del mundo clásico y la Edad Media y los avances tecnológicos de final del siglo XX y principios del XXI). Arte de la memoria y juego virtual, como “penetración en un espacio otro, en un espacio que en realidad no ocupa espacio”. El simulacro gana terreno a la realidad. La ilusión hoy del saber totalizador parece que está en Internet. El espacio de los flujos no puede impregnar todo el ámbito de la experiencia humana en la sociedad red, la inmensa mayoría de la gente habita los lugares y percibe a través de ellos su espacio vital. Está por analizar este encuentro entre la imposible vocación totalizadora del arte de la memoria y el ciberespacio. Pendiente está el estudio del alcance y del sentido de la conexión y del cambio entre la ciudad que denominamos “de la memoria colectiva” y la ciudad virtual.
Baudelaire escribiría en su libro “El Cisne”, “la forma de la ciudad cambia más rápido que el corazón de un mortal”. ¿Qué cambia más deprisa la mente y el corazón del individuo o los espacios físicos de la ciudad?; ¿Cómo afecta al buen vivir del ciudadano?. El hombre genera ilusiones en su relación con la realidad o para suplantarla en una nueva creación: la memoria totalizadora, el ciberespacio y el olvido reparador. Pero ocurre que ni el arte de la memoria incorpora la “realidad total” supliéndola, ni el ciberespacio globaliza las posibilidades del saber, ni el olvido se domina a voluntad.
La mutación de la ciudad no es sólo estructural sino en primer lugar es cultural. El habitante de la nueva ciudad parece genéticamente diferente al ciudadano de la Roma clásica, de la Florencia renacentista, o también aquél del Londres de mediados del XX. Jürgen Habermas, que se sitúa en el centro de las discusiones epistemológicas de nuestro momento entre la hermenéutica de Heidegger y el pragmatismo de Rorty, advierte cómo “nuestro concepto de la ciudad está estrechamente relacionado a nuestro modo de vida. Ahora nuestro modo de vida ha evolucionado a una velocidad tal que el concepto de ciudad que hemos heredado no se puede ya desarrollar en simbiosis con él”. La ciudad es ahora diferente e irreconocible. La metáfora más antigua consideraba la ciudad como un cuerpo humano, la ciudad moderna se describió como una máquina, hoy la ciudad metropolitana es asimilable al ejemplo de Tokio que se asemeja a un “sofware que se expande por el agregado de sub-rutinas” en palabras de Giandomenico Amendola. Un “sistema viviente no humano”, galaxia, región y ameba son metáforas que se pueden asimilar a la nueva ciudad.
El análisis de la dificultad del ciudadano de aprehender unitariamente la ciudad se encuentra con la insuficiencia de los instrumentos analíticos y descriptivos tradicionales. Es preciso reflexionar sobre la ciudad contemporánea desde la concepción de la experiencia urbana del individuo. En la línea de investigación de la profunda transformación de la ciudad corresponde a los escritores, considerados capaces de síntesis pre-científicas, el reconocimiento de haber sido capaces de hacer una lectura de la ciudad más eficaz que los sociólogos, economistas y otros especialistas, sintetizando en una palabra o una imagen el sentido y la identidad general de un lugar. En relación a lo anterior Amándola señala: “Mientras que son siempre los economistas, urbanistas, sociólogos y arquitectos los que proporcionan los instrumentos necesarios para los análisis y los proyectos, para vivir y comunicar la ciudad en lo cotidiano parecen más útiles escritores y poetas a los cuales la gente, aun inconscientemente, hace referencia”.
La crisis de la ciudad parece ser también una crisis de la imaginación de la ciudad. El deseo de apoderarse conceptualmente de la ciudad se aleja del constante sustraerse de la ciudad, variada, vasta e incoherente, dificultando cualquier intento de apropiación analítica o visual. Por tanto la ciudad nueva contemporánea tiene una enorme dificultad de ser representada. Todo ello nos conduce a la dificultad de efectuar una síntesis de la experiencia urbana dotada de sentido propio debido a la opacidad de la ciudad. La pérdida de la esperanza de crear una ciudad perfecta a imagen y semejanza del sueño del modelo del hombre perfecto coincide con la crisis de la ciudad-concepto.