Y lo hicieron bien por sus descubrimientos como Maria Salomea Skłodowska-Curie o como la menos reconocida Mileva Marić Einstein. Por su valentía, tendríamos a la Doncella de Orleans o a Ende, pionera en el arte en España y muy probablemente también de Europa, como la iluminadora de manuscritos en el Reino de León a finales del siglo X.  Cabe mencionar a Teresa Díez, la primera gran pintora de la historia del arte español cuya actividad artística se desarrolló en la provincia de Zamora entre 1320 y 1350. Sin embargo, un sesgo cognitivo ha relegado a la mujer a un segundo plano en el que no se le ha atribuido sus verdaderos méritos.

Nuestras poetas, escritoras, ensayistas, defensoras de la justicia han descrito históricamente, mediante su verbo y a través de su pluma firme, la situación social, económica, política y su insondable sentir en el que vivían. Ellas fueron excluidas y apartadas de todas las participaciones y foros de discusión que, como derecho humano fundamental tenían.

En otros muchos casos, para las más rebeldes, el acoso psicológico se hizo insostenible y tuvieron que tomar la decisión de refugiarse en jaulas de cristal sin barrotes de hierro como conventos, núcleos familiares o el exilio en tierras desconocidas, cuna y fin de sus vidas como si fuesen una especie en exterminio.

Muchos fueron los misóginos que nos desposeyeron al derecho del uso de la razón y nos sometieron a la esclavitud del pensamiento causando miserias para el alma; pero, aun así, nuestras poetas y escritoras nos enseñaron que la verdadera arma está en la mente y su fiel escudera, la pluma, peligro para los que poseían el poder político o familiar.

La pluma que enseña a reflexionar, a descubrir y pensar era, es y a no ser que cambie mucho el ser humano, será, el arma más temible. Mucho más temido que los actuales virus que nos acosan sin descanso.

Nosotras, las afortunadas, las poetas y escritoras del siglo XXI cuya libertad de palabra y firma, hoy se nos permite y visibiliza, estamos obligadas a promover la educación. Para ello, es de vital importancia que esa educación se base en la equidad e igualdad y comience desde la infancia.

Seguiremos reclamando al igual que lo hizo Virginia Woolf, una “habitación propia” donde plasmar nuestras ideas, conservarlas, transmitirlas y publicarlas. Hoy, desde esa habitación, aplaudo y agradezco a todas mis antecesoras por su legado a la humanidad.  Ellas, junto con el apoyo de muchos de ellos, han conseguido dejarnos un camino menos angosto.

Autora María del Carmen Aranda