Cuando Berlusconi gobernaba con brazo fuerte una Italia en la que empezaba a atisbarse la crisis económica que la puso contra las cuerdas (como también le ocurriría a España), el centro izquierda italiano seguía inmerso en su espiral de autodestrucción, con un líder vetusto y de aspecto cansado como era Pier Luigi Bersani, que apenas conectaba con el pueblo y que daba sensación de estar muy lejos de la realidad que clamaban las calles (yo mismo tuve oportunidad en Roma, allá por diciembre de 2009, de presenciar una multitudinaria manifestación contra el Gobierno frente a la Basílica de San Juan de Letrán). En este contexto, el alcalde de Florencia, Matteo Renzi, fue reclamado por todos como la cara nueva que el centro izquierda necesitaba para ilusionar a los votantes y ser una alternativa real al infame Ejecutivo de Berlusconi, el mismo que abogaba por bombardear las pateras con inmigrantes y aprobaba leyes para proteger a Il Cavaliere de los múltiples procesos judiciales en que su particular honradez le había metido.

Curiosamente, el primer político al que oí hablar de Renzi como actor fundamental del futuro político italiano fue al polémico alcalde de mi ciudad, Francisco Javier León de la Riva, quien mantenía contacto frecuente con Renzi por ser ambos regidores de dos ciudades hermanas (Valladolid y Florencia se hermanaron en enero de 2007). En el momento del hermanamiento, faltaban dos años para que Renzi se pusiera al frente del Comune florentino, pero pronto su meteórica carrera le llevaría a decidir de un modo un tanto egoísta el futuro de un país.

Y es que una vez que el berlusconismo perdió el poder de la manera más poética posible, derrocado por un golpe de Estado tecnócrata liderado por Mario Monti (gran favor hicieron a Il Cavaliere al permitirle una marcha tan victimista), la izquierda empezó a preparar su salto al poder.

Sorprendentemente, el viejo Bersani, al que se podrían buscar muchas similitudes con Alfredo Pérez Rubalcaba, ganó en las primarias del Partido Democrático (PD) al joven aspirante florentino, una prueba más de la distancia abismal entre el principal partido de centro izquierda italiano y los votantes. Y por supuesto, aquello tuvo un precio, el de que una victoria que parecía cantada en las urnas acabara siendo tan exigua que obligó a este partido a pactar con el denostado Berlusconi la formación de un nuevo Gobierno.

Nacía así un Ejecutivo herido de muerte, como casi todos en Italia, que ni siquiera pudo liderar Pier Luigi Bersani, pues dimitió ante la falta de apoyos en su propio partido y dejó paso a su compañero Enrico Letta. Pero Letta sólo era jefe de Gobierno, no del PD, lo que le colocaba al enemigo en casa. El partido renovó su dirección y el ambicioso Renzi tuvo entonces su oportunidad, convirtiéndose en cabeza del centro izquierda italiano e iniciando su imparable avance hacia el puesto de primer ministro.

De nada sirvió que el actual premier fuera de su formación. De nada sirvió que un cambio de líder no pueda corregir la dependencia que el PD tiene de los diputados del centro derecha. De nada sirvió que el partido con más votos populares, el movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo, clamara contra una “farsa” planificada por una nueva generación de políticos que reencarnaban lo más rancio de la clase política italiana, la de Andreotti o Craxi. De nada sirvió. Matteo Renzi decidió que quería ser primer ministro a costa de su compañero Letta y, cuando el Ejecutivo llevaba menos de un año, ha forzado una crisis de Gobierno para obligar al presidente Napolitano a darle el poder que no le han concedido las urnas (bien es cierto que tampoco se lo dieron directamente a Letta).

La gran esperanza del centro izquierda italiano, el carismático, joven y dinámico Matteo Renzi, de 39 años recién cumplidos, tendrá ahora (si todo sale según lo previsto, que es decir mucho en la caótica Italia) la oportunidad de demostrar que es capaz de hacer una política diferente a la de Letta, una verdadera política de izquierdas. Sólo así enmendaría ante la historia su discutible acceso al poder y terminaría de desmontar un movimiento Cinco Estrellas en franca decadencia por su falta de definición y concreción, pero que podría renacer si se consumara una crisis en el PD.

Es la hora de Matteo Renzi en un país acostumbrado a la inestabilidad política y a las luchas personales exacerbadas de sus políticos. Un país que ha sabido manejar como nadie la ausencia de gobiernos, al contrario que nuestra querida España, tan apegada a sus dictadores y pronunciamientos militares cada vez que la mayoría parlamentaria se diluía.

El honorable tiempo preside el estrado, comienza el juicio a Renzi. Sólo tendremos que esperar.

In bocca al lupo, signor Renzi.