Hace pocas semanas, un compañero de profesión por el que siento gran afecto perdió a su esposa. Una niña de nueve años y un niño de cinco se quedaron sin su madre. Una tragedia así destroza al que se ve arrastrado por ella, pero también deja sus secuelas en los que están cerca. Lo primero es compartir el dolor de los amigos que sufren, lo siguiente, comprender, al ver lo que el otro perdió, lo que aún tenemos, y quizá valorarlo un poco más. He de admitir que ése ha sido mi caso. Un toque de atención para levantar la vista de todo lo turbio que nos rodea y aferrarnos a aquello que nos hace sonreír.

Estamos en época de incertidumbre, son ya varios los años que despedimos con preocupación mientras buscamos la esperanza con la que recibir a los nuevos. El agonizante 2018 y el inminente 2019 no parece que vayan a cambiar esta dinámica. Con un rápido vistazo hacia el contexto interno y externo, comprendemos los nubarrones que siguen amenazando el mundo en que vivimos.

Motivos tenemos de sobra para ser pesimistas y estar preocupados, asustados o indignados, pero en estas fechas, no está demás pensar en lo que aún nos calienta el corazón y depositar en ello la esperanza para el año que viene. Como decía Ingrid Bergman en Casablanca cuando los nazis estaban a punto de tomar París: “El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”.

Volvamos a enamorarnos en 2019 aunque el mundo se derrumbe.