La criminología feminista precisamente rechaza la idea de que las diferencias en la delincuencia entre hombres y mujeres se deban a cuestiones biológicas o del sexo. Por el contrario, estas diferencias son consecuencia de la diferente socialización que reciben hombres y mujeres.

Cuando le regalas a tu hijo una espada, y a tu hija una muñeca, estás involuntariamente diciéndoles que él debe ser valiente y agresivo, y ella cuidadora y bondadosa. Cuando a tu hija le dices, delante de tu hijo, que no puede salir a la calle o que tenga cuidado y avise, mientras que tu hijo tiene la libertad que quiera, no solo le dices a tu hija que es más potencial víctima que tu hijo; le estás diciendo a tu hijo que su grupo son los «potenciales agresores». A través de estos pequeños comportamientos todos nosotros, hombres y mujeres, somos responsables de que las Martas, Dianas y Lauras del mundo vean rotos sus sueños y su futuro. Y esta diferencia es importante, porque no podemos convertir de iure a la mitad de la población en responsables.

No podemos hacer sentir a la mitad de la población que «por su culpa» no somos libres de salir a la calle sin miedo. La culpa es de todos nosotros, como sociedad. Mujeres y hombres que por desconocimiento o indiferencia no se esfuerzan en evitar reproducir y enseñar que las mujeres son débiles y necesitan ser protegidas, y los hombres son fuertes y agresivos. 

Entender esto es importante si queremos evitar otra Laura Luelmo. Porque el cambio no está en la prisión permanente revisable, ni en una lucha de sexos e identidades, ni en el odio irracional, ni en el aumento de penas. El cambio está en ti, en mí; en todos y cada uno de nosotros y nosotras. El cambio está en unirnos como sociedad, en reconocer nuestros errores y tener el coraje de cambiarlos. Está en ese padre que lleva falda al colegio porque su hijo también quiere llevar una falda; está en una familia regalando novelas de amor a un joven adolescente; está en esa madre -mi madre- que cuando ve desde el balcón que un grupo de chicos está tirando naranjas a su hija baja como una leona y los ahuyenta, ella sola; está en ese abuelo que cuando su nieta de doce años se queja de que unos niños le están pegando le dice, «pues dale tu más fuerte»; está en ese padre -mi padre- que ni una sola vez le dice a su hija que debe tener miedo, que ni una sola vez habla con desprecio de las mujeres, que ni una sola vez me dijo: «tú eres débil», «tú no puedes».

Lo siento mucho Laura, porque te hemos fallado. Me ha dado muchísima pena enterarme de lo que te ha pasado. De verdad. Descansa en paz.

Cristina del Real