Nací en una isla de volcanes con forma de corazón rodeada de cálido amor de hogar, pero el fuego de un volcán robó mis sueños de infancia.

He tenido tiempo para conocer otros corazones; otros volcanes.

Conocí gentes y lugares; descubrí tesoros y penas; caminé playas y montañas.

He subido a algunos cielos y descendido hasta ciertos infiernos hasta encontrar suficiente fuego.

Tantas odiseas y periplos, tenían que dar fruto.

Tomando un café, una desconocida me dijo que el cielo ayer me había enviado para sentarme a su lado y alumbrar su camino.

Me dio las gracias y se fue.

Pedí la cuenta y supe que la mujer había pagado mi desayuno.

Entonces,  lo sentí.

Sentí el volcán estallar en mi interior llevando un río de fuego hasta mi corazón.

La sangre del volcán quizá no estuvo siempre ahí; la sangre del volcán quizá no seguirá ahí por siempre, pero la seguiré alimentando mientras pueda para llevar luz a los rincones más oscuros.

Si necesitas luz, usa la que arde en mi corazón antes de que se agote.

Esta Navidad me siento en deuda con el universo: donde vea tristeza, repartiré sonrisas; donde llueva, dibujaré un sol; donde encuentre calor, bailaré la danza de la lluvia; donde vea oscuridad, sembraré una estrella.

Mira al cielo, deja que te inunde la luz y espárcela también tú.

Sé generoso esta Navidad. Regala tu luz.