En un gramo de tierra hay 40 millones de células bacterianas
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Son móviles y ubicuas hasta el extremo. Están (o aparecen) en los lugares más extraños, allí donde el hombre piensa que la vida es imposible. Las bacterias. Los seres más abundantes del planeta. Atentos: se estima que se pueden encontrar en torno a cuarenta millones de células bacterianas en un gramo de tierra y un millón en un mililitro de agua. Se asientan, como huestes mercenarias, en desechos radioactivos, manantiales de agua caliente o ácida, en las profundidades oceánicas…
Pero las bacterias también se aplican en mejorar nuestra calidad de vida. Por ejemplo, iluminarán en un futuro las ciudades y combatirán enfermedades como el cáncer, nos ayudarán a contrarrestar la deforestación, el cambio climático o la mortalidad en África. Y más. Ahora ya lo saben, son imprevisibles.
«Las bacterias tienen muy mala prensa, han matado a muchísimas personas a lo largo de los siglos, y lo van a seguir haciendo, no nos engañemos, pero no hay que olvidar que son el origen de la vida. Eso ya las justifica, eso ya es fascinante. Y que de una bacteria ancestral tengamos la biodiversidad que encontramos en este planeta es un hecho capaz de sobrecogernos». Quien habla es David G. Jara, experto en biología y ciencias químicas, que acaba de publicar un ensayo sobre la naturaleza y posibilidades de estos microorganismos: Bacterias, bichos y otros amigos (Ariel).
Llevamos décadas aprovechándonos de las habilidades de las bacterias. Gracias a ellas podemos fabricar proteínas humanas, insulina para la gente diabética o la hormona del crecimiento, por no hablar del uso de las bacterias depredadoras, «que contribuyen a eliminar patógenos en nuestro interior y que nos están ayudando a combatir el cáncer, aunque esta es una vía de investigación aún reciente. Se trata de una técnica global denominada ‘inmunoterapia’, a través de la cual, con microorganismos, eliminamos aquellas células dañadas, las cancerosas, reactivando nuestras defensas», apunta Jara.
Bacterias que comen plástico y bioluminiscentes
Las bacterias no solo consumen o preservan la vida humana. También pueden trabajar en el cuidado del medio ambiente gracias a múltiples aplicaciones, «desde las estaciones depuradoras de aguas residuales, donde tenemos un montón de bacterias devorando nuestras deyecciones, pasando por las bacterias que eliminan el hidrocarburo del petróleo, al último hallazgo del Instituto de Tecnología de Kioto, laIdeonella sakaiensis, una bacteria capaz de devorar el plástico más nocivo, el PET (tereftalato de polietileno), usado por la industria alimenticia para envasar agua mineral, refrescos, aceites o productos farmacéuticos, y que no es biodegradable», prosigue el experto.
Una de las vías que está despertando más interés en estos momentos es la posibilidad de que las bacterias se conviertan en recursos energéticos. Es decir, bacterias que iluminen. Bacterias transformadas en bombillas. «Hablamos de unas bacterias marinas, de la especieVibrio fischeri, y las microalgas del tipo Pyrocystis fusiformis, unos organismos bioluminiscentes que en un futuro iluminarán las calles de nuestras ciudades, minimizando el uso de los recursos energéticos fósiles».
También contrapesan la dependencia de los árboles en tanto que materia prima por ahora indispensable y, en consecuencia, la deforestación. «En este caso hablamos de un género bacteriano que engloba varias bacterias capaces de fabricar una celulosa de mayor calidad que la de las plantas, porque éstas tienen componentes como la lignina o la hemicelulosa que no la hacen tan pura. Y las bacterias son capaces de fabricar celulosa pura, que es fantástica no solo para papel, que es lo más superficial, sino para hacer capilares sanguíneos, membranas de audífonos, micrófonos, orejas humanas…».
Parece ciencia ficción, pero es el presente. Bacterias, incluso, para atajar la mortalidad en continentes como el africano. La Wolbachia. «Es un tipo de bacteria que ataca a los vectores de determinadas enfermedades, a los mosquitos, para que nos entendamos. Fuera de los insectos, la Wolbachia también infecta una variedad de especies de isópodos, arañas, y otras especies de nematodos del grupo de las filarias, neutralizando en ellos enfermedades como el dengue o el zika. Lo que hace esta bacteria es que los machos sean infértiles, disminuyendo drásticamente la población de mosquitos y otros animales transmisores». El presente.
Compensar a la bestia
La gente, al escuchar la palabra ‘bacteria’, la asocia de inmediato a la peste, y no le falta razón. La Yersinia pestis es la bacteria responsable de más muertes humanas que cualquier otra enfermedad infecciosa, salvo la malaria, causante de numerosas pandemias a lo largo de la historia, que han asolado Asia, el norte de África, Arabia, China, India, América y parte de Europa (solo la peste negra, en el siglo XIV, segó la vida de un tercio de la población europea). «Pero ya es hora de compensar a las bacterias, el hombre debería de tener más respeto hacia ellas, porque lo único que ha sabido hacer hasta ahora es eliminarlas; hoy en día nos hemos dado cuenta de que, en algunos contextos, es más contraproducente que positiva esta práctica. Por ejemplo, tenemos un microbio intestinal que convive con nosotros desde siempre pero que, a causa de los malos hábitos alimenticios, de ciertos medicamentos y otras malas costumbres, estamos acabando con él, y eso está originando ciertas enfermedades y patologías». Además, continúa Jara, «el hombre debería de aprender de la capacidad de adaptación a cualquier entorno que tienen las bacterias, que sobreviven a pesar de las dificultades que encuentran. Hay bacterias en los yogures, los quesos, los preparados lácteos tan de moda. Las ingerimos sin constancias y nos son necesarias».
Son ambivalentes, las bacterias. Por eso parece que nos vacilan. «Sí, tienen ese toque de humor, es cierto, en algunos casos nos vacilan porque se comportan de manera muy negativa y pensamos que son bacterias nocivas, malas, las queremos eliminar y entonces nos damos cuenta de que no es la mejor idea porque su erradicación provocará más perjuicios que provechos».
Desde que el hombre lo es, la alianza entre la especie humana y la bacteriana ha alcanzado cotas de sinergias propias de enamorados. No en vano, el Nobel de Literatura John Steinbeck afirmó que «la tristeza del alma puede matarse mucho más rápido que una bacteria».
Esther Peñas
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