La libre opinión de ciudadanos críticos dispuestos a escribir
El pasado día 22 celebramos el Día de la Tierra, un homenaje al planeta que nos da cobijo y que heredamos desde tiempos inmemoriales cuando era sólo un cuerpo celeste formado por un amasijo de rocas conglomeradas cuyo interior se calentó y fundió todo el planeta. Esto ocurría hace unos 4.500 millones de años; millón más millón menos. Hace ahora treinta, el accidente de Chernóbil marcó una nueva etapa para nuestro hogar sideral.
No pasa un día en que no se conozca un nuevo caso de corrupción, de evasión fiscal o de vergüenza política. Cómo fichas de dominó se empujan unas otras en su caída, sin embargo sólo son los pitos y los doses, pero pronto veremos caer hasta el seis doble.
El ser humano es la máquina más perfecta y, paradójicamente, una de las más delicadas por su fragilidad.
Entre las escenas urbanas más dolorosas pero eternamente toleradas por todos, tenemos aquella de niños y niñas en nuestras denominadas ferias agropecuarias itinerantes.
Gracias a los diversos medios de comunicación que cada vez tienen una mayor relevancia en el mundo desarrollado, nos estamos dando cuenta desde hace ya varios años que la corrupción en España, lamentablemente, no es un hecho aislado sino que se ha extendido como una mancha de aceite por toda la sociedad.
Tal día como hoy de 1931 se proclamó en España la II República. Fue de una forma incruenta y democrática, merced al triunfo del Frente Popular en las elecciones municipales del domingo 12 de abril. España necesitaba de un cambio profundo para incorporarse a la modernidad y que el agotado, caduco e inoperante régimen monárquico era incapaz de proporcionar.
La investigación llevada a cabo por la BBC, The Guardian, Suddeutssche Zeitung, Le Monde y destapada en España por El Confidencial y La sexta ha descubierto el penúltimo escándalo sobre las cuentas opacas y los paraísos fiscales.
Todos sabemos qué es envejecer. Incluso lo podemos vivir en nuestro propio ser. Cuando somos jóvenes podemos subir las escaleras de dos en dos, ágilmente y sin cansarnos ni, por supuesto, apoyarnos en el pasamano de las escaleras. Con el paso de los años, corremos menos, cansamos más y las arrugas aparecen en nuestro rostro. Nos estamos haciendo viejos.
He cogido prestado el título de este artículo de la última comedia que escribió Oscar Wilde, estrenada en febrero de 1895. “La importancia de llamarse Ernesto” está considerada uno de los mejores trabajos de Wilde, pero no voy a hablarles del tema de la divertida y enredosa comedia, sino de la coincidencia de un apellido y que supone raíces comunes.
Es fácil, o quizá inevitable, dejarse llevar por un cóctel de sentimientos que van desde el miedo a la desesperanza y al resentimiento frente a la cara más visible, fanática y violenta del Islam.
