Debo confesarles que al ver las imágenes de la manifestación de ayer en Madrid me sentí conmovido. No fue fácil llegar a este estado de convicción, la portada de ABC con los líderes de los tres partidos convocantes envueltos por la bandera de España me había estremecido, me recordaba demasiado a las portadas de “Signal” de la época  hitleriana o las de la “Tribuna Illustrata” de la Italia fascista. Más tarde, y conforme se “apuntaban” a la convocatoria La Falange, España 2000 y otros grupos extremistas, me recorrió un nuevo escalofrío por la espalda. Otra vez España partida en dos grupos irreconciliables, otra vez los odios y las posturas extremas y todo a pesar de que se convocaba con el lema de: Por una España Unida, es decir una España de pensamiento único.

Una increíble y enorme multitud de 45.000 (sic) bienintencionados ciudadanos, sumados los que bajaron de sus balcones a los que llegaron a Madrid de paquí y de pallá, porque el viajecito les salía gratis, se manifestaron en paz. Militantes de los partidos convocantes y de los adheridos tiñeron de azul de la Plaza de Colón, mientras el cielo les correspondía con su propio azul sin saber que, en realidad, es violeta.

Señoras con abrigos de pieles, benedictinos, jóvenes de alegre manada, algunos militares de paisano, antiabortistas, comisionistas, importantes empresarios, grandes constructores, borbones, conseguidores de favores, antiautonómicos y nacionalistas de la España única, se dieron cita en Colón; todos, gentes de orden. Recorrían la plaza con griterío y algarada bulliciosa. Para muchos era su primera manifestación y ellos y ellas también estaban emocionados.

Confieso que el desfile en cuestión me causó, en principio, algo de temor. Ver juntos al “Trío de la Bencina” – y no lo digo por incendiarios ¡faltaría más!, lo digo por su simpatía con solo una parte del Pueblo de Venezuela – me llenó de pavor. Sin embargo, al escuchar sus consignas, me di cuenta de que este era infundado. Por eso, y como les contaba al principio, me emocioné. Escuché la palabra libertad en boca de los que nunca creyeron en ella; oí pedir elecciones a tipos que antes rompían las urnas; percibí gritar el insulto de traidor a hijos y nietos de los que profanaron a la República, incluso exhibieron pancartas de: “Golpistas a la cárcel”, probablemente recordando a sus padres y abuelos. Se desgañitaron todos pidiendo democracia y elecciones. ¡Al fin proferían vocablos que en otro tiempo consideraban tabú! Estaban aprendiendo.

Por fortuna para ellos, su ídolo, el okupa del Valle de los Caídos, está muerto y bien muerto, si no, un gobernador civil casposo hubiese enviado a los grises para disolver a porrazos la manifestación. También tuvieron suerte de que en el lago de la Casa de Campo no estuviese anclado el crucero del Piolín, con un montón de policías exasperados, alimentados con un mal rancho y peor mandados por un ministro pepero del interior. Me descubrí esperando con cierto miedo, rechazo y algo de morbo, a que los abuelitos de la manifestación fuesen disueltos a zurriagazos y las señoras de visones y zapatitos de tacón arrastradas por el pelo. Por fortuna nada de eso sucedió. Aquel octubre y el gobierno del Partido Popular ya quedan lejos.

En fin que, al igual que el poco ortodoxo logopeda del chiste, los “sordomudos” de la Democracia aprendieron ayer a decir A, ahora tienen que volver la semana que viene para aprender la letra B. Es decir: República, memoria histórica, igualdad, fraternidad, tolerancia, diálogo y tantas otras cosas que todavía les son extrañas. ¡Cómo no voy a emocionarme!

Jordi Siracusa
Enviado especial de Otro Mundo es Posible.