A Aaminah le practicaron siendo niña en Sudán uno de los tipos más dañinos de mutilación genital, el nivel 3, lo cual le ha acarreado problemas de salud y dolores durante toda su vida. “El dolor que yo sentí, no se puede imaginar” afirma Aaminah.

Aaminah tuvo que huir del conflicto en su país y ahora es Directora de una escuela en un campo de refugiados al Este de Chad donde trabajamos trabaja con el Servicio Jesuita a Refugiados a través del programa “La Luz de las Niñas”. 

En la escuela Aaminah habla con otras familias refugiadas y con sus alumnas para evitar que pasen por lo mismo que ella pasó: “hay que hacer sensibilización, en la escuela, en la comunidad”. Además, Aaminah tiene hijas ya mayores, y a ninguna de ellas se les practicó la mutilación. Quiso evitar que ellas pasaran por lo que ella había sufrido y se negó a que les hicieran la mutilación. “Un día mis hijas vinieron a decirme que aquí las chicas han sido cortadas y me preguntaron que por qué ellas no. Les expliqué que no es una buena práctica, que porque las demás hayan sido cortadas no significa que sea algo bueno”. Su caso no es algo aislado, ya que según datos de UNICEF, y tal y como refleja el Informe de Entreculturas “Niñas Libres de Violencia”, se estima que 3,9 millones de niñas fueron cortadas sólo en el año 2015 y la mayoría antes de los 15 añosGlobalmente, unas 200 millones de niñas y mujeres han sido víctimas de mutilación total o parcial. 

Mutilación Genital Femenina (MGF)

Por ejemplo en Chad, dos de cada cinco mujeres han sido víctimas de alguna forma de mutilación genital femenina siendo niñas. Esta práctica dañina está prohibida por la legislación nacional, pero muchas familias la siguen realizando “en secreto” para mantener “tradiciones propias de algunas etnias”. Estas prácticas violan el derecho a la salud, la seguridad y la integridad física de las niñas, el derecho a no ser sometidas a torturas y tratos crueles, inhumanos o degradantes y el derecho a la vida en los casos en que el procedimiento acaba produciendo la muerte. Aaminah no pierde la esperanza “cada vez hay más gente que se da cuenta de que es una práctica negativa para las niñas y estoy dispuesta a hablar con todas las niñas y familias para que esto no ocurra”.

La mutilación genital femenina (MGF), es una práctica habitual en un gran número de países africanos y en algunos países asiáticos y supone una grave violación de los derechos de las niñas. Está práctica abusiva está muy extendida, en particular en África Subsahariana, pero también en algunos países de Oriente Medio –Irak y Yemen– y en Indonesia. Aunque su prevalencia se ha reducido en los últimos treinta años (un tercio menos de niñas son ahora mutiladas), los datos disponibles indican que en algunos países, –la mayor parte de ellos en África del oeste y del cuerno de África–, el 70% de las niñas han sido víctimas de mutilación y en algunos países, como Somalia, el porcentaje llega hasta el 99%. Las razones para la práctica de la mutilación genital femenina son variadas y complicadas pero las principales causas derivan de patrones y normas culturales profundamente arraigados. Para la mayoría de las culturas en las que se practica, la principal razón para la mutilación genital femenina es la creencia de que es necesaria para conseguir un buen matrimonio. 

Los daños que provoca la mutilación genital no sólo impactan en la salud de las niñas en el corto plazo –con dolor, riesgo de infecciones, problemas urinarios e incluso la muerte como resultado de hemorragia durante o inmediatamente después del procedimiento o por el tétanos y otras infecciones en las semanas siguientes– sino que impacta en toda la vida de la niña: esta abusiva práctica es, a menudo, un precursor del matrimonio de las niñas y en el largo plazo, se incrementan los problemas de salud –menstruales, de parto, riesgos de contraer ETS– así como problemas psicológicos de las víctimas. La mutilación genital femenina es un problema global que requiere una solución global. Incluso en los países en los que se prohíbe la mutilación como en Chad, las niñas están en riesgo porque sigue practicándose en secreto. Por todo ello, entre algunos de los esfuerzos internacionales que aúna a la comunidad internacional, a los Estados y a las organizaciones civiles para detener esta lacra destacamos la meta 5.3 del Objetivo de Desarrollo Sostenible número 5, que aboga por la eliminación de todas las prácticas nocivas, como el matrimonio infantil, precoz y forzado y la mutilación genital femenina.