Por supuesto, hay una respuesta personal, ética: la apuesta por la formación siempre es acertada. Sin embargo, yo sabía qué él necesitaría también algo tangible en el futuro: seguridad, dignidad, empleo, posibilidades de crecimiento.

¿Para qué sirve nuestro esfuerzo? Esta pregunta nos la estamos haciendo todos y va dirigida a la gestión política. Quienes deben contestar ocupan el poder. La respuesta tiene que ser socialmente efectiva y moralmente ejemplar. Solamente así comprenderemos por qué nuestra aportación como ciudadanos consiste en trabajo, sacrificio y, en demasiadas ocasiones, conformidad y silencio.

Me preocupa mucho la desmotivación, ese mirar para otro lado o convertir todo en chiste. Me preocupan el pesimismo y la desesperanza. No son la misma cosa: el pesimista piensa que solo van a suceder cosas malas; al desesperanzado ya no le importa lo que pueda suceder.

Ambas actitudes son un peligro muy grave porque  podrían derrotarnos como sociedad a la manera de un virus, desde dentro.