La cumbre vaticana sobre pederastia terminó con mucho discurso y pocas hostias. Volvieron a escucharse palabra sabias, golpes de contrición y mucha auto contemplación, pero sin medidas concretas ni castigos ejemplares.
Quiero que me disculpen los creyentes por opinar sobre el sacerdocio de la Iglesia Católica siendo agnóstico. Pero eso no resta ni un ápice mi derecho a tomar parte en los asuntos eclesiásticos, porque a la curia también le gusta meterse – más de lo que debieran – en los vericuetos de los hombres.
En el año 753 a.C. en la colina del Palatino se fundó la ciudad de Roma. A partir de esos momentos la ciudad fue creciendo hasta incorporar a cada una de las siete colinas que la rodeaban al este del Tiber. Con el tiempo se convertiría en el lugar más poderoso del mundo. Pero, al otro lado del río, había otra colina que cobijó un templo y oráculo etrusco y que estaba llamada a ser el mayor centro espiritual del orbe, se trataba de la colina Vaticana – collis Vaticanus o Vaticum de Vaticinio -, desde allí y desde una fecha casi idéntica, el 756 d. C., gobernaba y gobierna el heredero de San Pedro a su Congregación.
Como en todas las grandes comunidades, hay de todo. Nada es absolutamente perfecto, tampoco en la Iglesia. Sin embargo, la obligación moral y espiritual de sus representantes está en dar moralidad, fe, un poquito de caridad y esperanza a las gentes. Se hacen llamar pastores y al pueblo que les sigue ovejas, sé que es tan solo una metáfora, un símbolo cristiano, pero eso les obliga a tratar de ser mejores que nadie, a no ceder ante las tentaciones y ayudar a los desvalidos.
Nunca, la Iglesia Católica ha estado a la altura de su misión cristiana, les ha gustado demasiado el poder, la gloria terrena y la carne. Dante Alighieri pintaba en su Divina Comedia un infierno lleno de sacerdotes, obispos y Papas; en cada uno de los círculos infernales purgaban sus culpas ciudadanos del Vaticano según su vicio y su pecado. No obstante, los mayores pecadores no son solo los abusadores, sino los encubridores; tan pecadores como ellos y más hipócritas. Sobre todo, los que atentan, por activa y por pasiva, con la inocencia y candidez de sus víctimas. Los que no escuchan y matan la ingenuidad de la infancia.
Terminó la Cumbre con las palabras del papa Francisco prometiendo: Todas las medidas necesarias” para “erradicar la brutalidad” de la pederastia por parte de sacerdotes y marcar un “punto de no retorno” en la lucha contra los ataques sexuales a menores por parte de miembros del clero. Habló de que en todas partes cuecen habas y que la culpa es de Satán. Fue un brindis al sol.
Los ataques no cesarán nunca porque muchos de los que forman parte del clero están enfermos, muy enfermos. Enfermos de soledad, de onanismo, de sexualidad reprimida, de orgullo y de abuso de poder. No tienen remedio, solo la expulsión al este del Vaticano… al este de su Edén, fuera de sus diócesis y de sus casullas, sería la forma más justa; el despido procedente.
La Iglesia debe ser muy consciente de sus pecados y procurar evitar que se repitan. Además de tomar medidas serias y eficaces, debe terminar con el celibato de sus miembros; debe dejar de ser el último y más retrógrado eslabón del machismo y aceptar el sacerdocio femenino, con todos los derechos y oportunidades y reconocer urbi et orbi la homosexualidad como algo natural, incluso entre sus clérigos. En concreto, ser más humanos, más terrenales, más creíbles.
Me gustaría que esto fuese un vaticinio como los que se daban a. C. en la colina Vaticana, me gustaría ver a una mujer papisa y me gustaría que los niños crecieran sin miedos y sin abusos.
Amén.
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