La Paz es una ciudad rodeada de agricultura, con comunidades que cultivan alimentos bajo sistemas patrimoniales, es decir, con rotación de cultivos, descanso de la tierra, abono de ovejas y vacas, en policultivos complementarios con una plataforma de faena que expresa la integralidad de las energías, el conocimiento heredado, los aprendizajes y roles generacionales que la ciencia agrícola reciente reconoce como toda una institución alimentaria bajo el nombre de agricultura familiar, pero que se puede complementar como agricultura familiar comunitaria por el método del ayni y los turnos de beneficio colectivo de la tierra, en los que una familia no es una unidad separada individual, sino una hebra del tejido comunal articulado a la producción.
La papa es el principal cultivo, seguido de la aba, luego tenemos una amplia variedad de verduras, avena para el ganado, cebada, maíz, plantas medicinales, ciruelo, damasco, pera, tuna, manzana, tumbo, guindas y flores cada vez más diversas en algunas zonas que reciben por ahora, el espectacular derretimiento de los nevados debido al calentamiento global.
A pesar de nuestros sueños de libertad, las formas colonizantes siempre vuelven. En el caso de la producción agropecuaria se refleja en la introducción de los agroquímicos que llegaron a considerarse modernos y avanzados. Pero a medida que el daño que ocasionan ha sido asimilado por las mismas familias agricultoras, utilizarlos hoy está estigmatizado como negativo. Si todavía hay quienes los compran, no los utilizan en sus áreas de cultivo para el autoabastecimiento, sus productos son cuestionados en las ferias, en la capacitación agrotécnica, en los ampliados campesinos, además reciben una fuerte presión de sus propios vecinos por contaminación del agua, el aire y la muerte progresiva de los animales. El uso de agroquímicos se entiende cada vez más como un factor de destrucción en el círculo de la reproducción anual, por eso las plagas, los hongos, otras enfermedades, así como la disminución de la fertilidad de la tierra se están tratando con preparados y procedimientos orgánicos caseros. La presión en contra de los agroquímicos crece, unida al rechazo del resto de la población, de esta forma las gestas descolonizadoras y libertarias son permanentes pero tristemente no son suficientes.[1]
Si las familias agricultoras de la ciudad de La Paz, son capaces de reivindicar el sistema productivo que construye su vida misma y constituye los cimientos de todo un municipio paceño, otorgarles espacios apropiados en la urbe, trascendentes de la producción a la venta, es lograr la otra liberación pendiente, en un intercambio cotidiano de alimentos sanos por dignidad.
Poco a poco estamos logrando entender que someter a nuestros cuerpos al consumo de industria aditiva es retroceder a la esclavitud y no tener nada que celebrar en las fechas independentistas. La gastronomía que simboliza los festejos desde la oficina presidencial hasta las escuelas de barrio, tiene que ser orgánica si pretendemos representar soberanía a través de ella.
[1] Desde luego esta descripción parcial de la agricultura se contrapone con la realidad de los crecientes monocultivos de quinua o las millones de hectáreas del oriente boliviano sometidas al uso agroindustrial químico y artificial, donde se necesita una revolución descolonizadora radical, política y desestructuradora.
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