Cuentan que, en la tierra mártir de Palestina, nació un niño que trató de cambiar su entorno y buscar un mundo mejor. La esperanza se frustró porque el imperialismo terminó con su vida. Y eso sucedió porque las gentes, que deberían haber sido sus vecinos y hermanos, procuraron que su vida fuese corta, consintiendo y jaleando su muerte.
Y aunque estemos en estas fechas de la Natividad, no les hablo de Jesús de Nazaret, les hablo de uno de tantos niños palestinos víctimas de la venganza y de la hipocresía global. También podría hablarles de un niño judío asesinado en un kibutz antes de poder votar a Netanyahu, el moderno Caifás.
Por eso, amigas y amigos lectores, este año quiero acogerme a los preceptos tradicionales y desearles, paz, mucha paz. Paz ajena a los locos con poder, paz para Ucrania, paz para Palestina, paz para Israel; paz para todos aquellos lugares donde los niños no pueden crecer ni jugar.
Pacem in terris.
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